Sociedad Sobrenatural #Tres - Hyunlix.

II.

Sam abrió el horno, sacó el pastel de doble chocolate y aspiró el aroma azucarado. Colocó la sartén caliente sobre la cocina, caminó hacia el refrigerador, y retiró los ingredientes para su glaseado original de menta, chocolate y mousse.

Cuando llegó por primera vez al mundo humano, todo había sido nuevo e interesante, pero a medida que la novedad desaparecía, el pequeño disfrute que había sentido terminó. A medida que pasaban los días y pasaban los siglos, su aburrimiento aumentó.

La situación mejoró a fines del siglo XIX, cuando comenzó a experimentar con la comida. El mundo estaba lleno de condimentos únicos e ingredientes exóticos. El arte de mezclar nuevos alimentos y especias para obtener sabores interesantes y con suerte buenos se convirtió en su pasión.

A veces las combinaciones de alimentos no funcionaban, como el helado de palta con tocino, el jengibre y los camarones mezclados en una salsa picante de curry, o el estofado de cordero cubierto de canela, nuez moscada y romero. Fingió que cada fracaso era una gran decepción, pero secretamente disfrutaba viendo a Minho comer los horribles platos.

Minho habló sobre su cocina como un padre que anima a un niño. Gimió cuando una imagen de Minho comiendo pescado recocido con una salsa blanca quemada que parecía cenizas sucias apareció en su mente. Sam negó con la cabeza. Había mejorado mucho desde aquellos primeros días, pero a veces su hermano era demasiado.

Después de llegar a este mundo, Sam necesitaba algo que ocupara su tiempo. Cuando se aburrió, cambió a la cocina de un país diferente, y ahora con sabores artificiales y aditivos químicos, tenía aún más con qué jugar. Experimentó con sabores que sonaban interesantes juntos creando comidas de sabor diferentes y a veces horribles que sirvió a su hermano demasiado solidario. Con un ligero tinte verde y ojos llorosos, Minho comería cada bocado. Sam sonrió de lado. Si se sentía especialmente malvado, servía las sobras de su hermano al día siguiente.

Sam nunca lo admitiría, pero antes de comenzar a preparar menús y planificar comidas, pensó en destruir el mundo humano. Eso es lo que odiaba aquí. La lucha constante entre los sobrenaturales y los humanos ajenos que nunca notaron nada lo dejó molesto y enojado. Al menos en el reino de los demonios, su gente no se mentía constantemente, ni se odiaban por el tipo de demonio que eran.

Sam odiaba perder el tiempo tratando de hacer que todos trabajen juntos, mientras protegían a los humanos, una raza egocéntrica que nunca se dio cuenta de que no eran dueños del mundo. Bueno, algunos humanos vieron la verdad, pero si se volvieron demasiado expresivos, otros los ridiculizaron o, peor aún, los encerraron en un manicomio. Sam negó con la cabeza. Solo en este mundo los más sanos serían considerados locos.

A veces, sospechaba que Minho sabía la verdad. Sam no pudo evitar su actitud apática. No le importaba la última pelea, las pequeñas disputas o los diferentes juegos de poder entre los sobrenaturales. Sam odiaba este reino, pero si Minho supiera cuánto, la culpa acabaría con su hermano mayor. Sam se estremeció al pensar en Minho tratando de compensarlo.

Sam no se arrepintió de haber venido aquí. Minho era su hermano mayor. En el reino de los demonios, Minho escuchó sus ideas y lo ayudó a salir de problemas. Se estremeció al recordar todas las bromas y travesuras en las que se había metido cuando era niño, como congelar las pasarelas para ver caer a otros demonios o mover cosas y convencer a sus incautas víctimas de que sus recuerdos se estaban desvaneciendo, utilizando los elementos extraviados como prueba.

Había sido un mocoso. Nadie le prestó atención. Todos se enfocaron en Minho, así que él se entretuvo con ellos. Eventualmente, las bromas lo alcanzaron cuando la gente alrededor de Sam comenzó a comparar historias y todas las historias volvieron a él. Habían exigido que el rey demonio lo castigara. Su padre se rio, pero estuvo de acuerdo en que había que hacer algo.