Capítulo único

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En el mundo de Dafne, más conocido cómo: “El mundo sin nombre”, existe un tipo de regla muy particular. Cada año, después de los dieciocho, cada adolescente o persona mayor camina hacia el muelle cuando recibe la llamada especial, el ticket dorado de invitación.
¿Pero qué hay en ese muelle y a qué los invitaban?
Mujeres y hombres abordan a canoas que flotan a orillas del extenso muelle, cada uno, lleva su propia linterna volante, esas que encienden con una pequeña llama y flotan.

Permanecen apagadas hasta que llegue el momento indicado.
Dafne ha concurrido a este evento durante años, tal vez unos diez años esperando al milagro de la compañía.
¿Y de qué trataba el evento?
Volvamos a la explicación principal. En “El mundo sin nombre”, un sitio donde a los ciudadanos no les interesaba el nombre de su pueblo, mujeres y hombres asisten a un evento anual que es por invitación administrativa del alcalde.

Aquellos que estén allí, podrán montar solos una canoa de madera, la cual se les provee con anticipación y los pasajeros pueden decorarlos a su antojo para llamar la atención de su futura pareja.

Ese es el objetivo, conseguir pareja. ¿No es una gran hazaña, verdad?

Cruzando el mar, no muy lejos de “El mundo sin nombre”, existe “El mundo de los jazmines”, de dónde vienen las futuras parejas, también con el mismo fin de buscar compañía.

Dependiendo de la decisión, unos podrían ir para esos sitios, y otros al contrario.

A las diez pm, luego de remar por una hora o más, ambos mundos chocan en este fascinante evento.

Dafne transitó por esto, diez largos años, años que ella trató de minimizar para que su corazón no doliera, a la hora de no conseguir nada.
Aquellas canoas, decoradas o no, paseaban por el mar con unos faroles antiguos de un brillante negro.

La chica ve a su al rededor, ¿Quién sería la pareja perfecta?
Había mujeres de gran belleza, que gastaban todo con tal de presumir y triunfar, otras no tanto, simples o casuales. Y te dabas cuenta por la fachada en sí, o de sus canoas restauradas.

A Dafne la inquietaba el hecho de visualizar cómo los hombres, unían sus canoas rápidamente a las de esas mujeres, si ellas le daban el permiso, los masculinos podian abandonar su barco para subir al de ellas, y así encender las linternas volantes en señal de unión.

La muchacha contempló eso con ilusión, más nunca retrucó con envidia. Soñaba que algo así le sucediera algún día, las esperanzas eran lo último que se perdía en ese mar a la oscuridad nocturna y la iluminación de las linternas.

Este año iba a ser diferente, Dafne había decorado su canoa con flores, algunas que recogió del campo, no pudo pintar la madera ni hacer dibujos sobre ella, el trabajo en el pueblo le demandaba tiempo del que no contaba. Entonces asistió al evento dando lo que tenía, su escencia y realidad, la bondad que abundaba en su corazón.

Sus ojos le brillaban, este año lo olía distinto a los demás, de verdad anhelaba con todas sus fuerzas tener la suerte de ser escogida, volvía a contemplar el mismo cuadro de mujeres consiguiendo la victoria, la felicidad de un amor correspondido. O de hombres cruzando a las canoas del mundo de los jazmines y viceversa.

Ella soñaba con algo auténtico que encendiera su alma de una vez por todas. Con veintiocho años, sentía que esas ilusiones se marchitarían pronto si no se movía.
Y apoyó su mentón en la mano con pesar, ese que acarrea desde que obtuvo el primer ticket. Creyendo que era otro año perdido en un evento al cual fue invitada, sentía que fracasaba en cada uno sin derecho a nada.

Hasta que su canoa tembló un poco, lo cual la asustó mucho. Elevó la vista hacia lo que ocasionó que se detuviera; unos ojos masculinos, con algo de serenidad en ellos la miró fijo, ella igual, y sin dudar lo invitó a su modesta canoa de flores. Era el primero que sintió curiosidad por la solitaria joven.

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