Era una noche tranquila en la aldea. Las luces de la habitación de Tsunade ya estaban apagadas, y el silencio solo era interrumpido por el suave y rítmico sonido de la respiración de ambas. Tsunade y Shizune dormían juntas, algo que con el tiempo se había convertido en una costumbre más. Las largas jornadas de trabajo en el hospital o en la oficina las dejaban exhaustas, y la cercanía de la otra se había vuelto un refugio que ninguna de las dos podía negar.
Ambas yacían en la cama, Tsunade en el lado de la pared, y Shizune en la orilla. A mitad de la noche, una pequeña y casi imperceptible batalla se libraba. Shizune, siempre inquieta, comenzó a moverse más cerca de la orilla, y en un momento, al intentar buscar una posición más cómoda, giró demasiado. Fue un segundo en el que, sin darse cuenta, cruzó ese límite invisible que mantenía el equilibrio.
Con un golpe sordo, Shizune cayó al suelo, sin siquiera despertarse. Tsunade, por su parte, abrió los ojos de inmediato, sobresaltada por el ruido. Aún entre sueños y un poco desorientada, tardó unos segundos en enfocar la vista y comprender lo que había ocurrido. Se incorporó ligeramente, parpadeando, y sus ojos buscaron a Shizune. Allí, en el suelo, la silueta de su asistente y amiga permanecía inmóvil, envuelta en una expresión de paz tan absoluta que parecía que no había sucedido nada.
Tsunade dejó escapar una pequeña risa, de esas que solo aparecen en los momentos en que el cariño supera al sentido común. Podría haberla despertado, claro. Bastaba con inclinarse, sacudirla ligeramente y ayudarla a regresar a la cama. Pero, en vez de eso, Tsunade tomó una decisión distinta. Se deslizó lentamente hacia el borde de la cama y, con cuidado de no hacer ruido, se bajó y se tumbó al lado de Shizune en el suelo, justo en el espacio libre que había dejado.
Extendió la mano y tiró de la manta, cubriéndolas a ambas. La frialdad del suelo se desvaneció rápidamente al sentir la calidez de Shizune a su lado. Observó su rostro relajado y sonrió suavemente, dejando que un suspiro de ternura escapara de sus labios. Había algo en la tranquilidad de Shizune, en esa confianza que mostraba al dormir profundamente a su lado, que hacía que Tsunade se sintiera completamente en paz.
Con una delicadeza inusitada, levantó una mano y apartó un mechón suelto del rostro de Shizune, dejándolo caer sobre la almohada improvisada que era su brazo. No era común que Tsunade bajara sus defensas, que dejara a alguien ver esa parte tan suave y cálida de sí misma. Sin embargo, cuando estaba con Shizune, le resultaba inevitable. Tal vez era la forma en que Shizune siempre la miraba, sin juicios ni expectativas, sino con una paciencia infinita y un cariño que le recordaba lo que era estar en casa.
Mientras las sombras de la habitación cubrían sus formas, Tsunade permaneció despierta, vigilando el descanso de Shizune como si el solo acto de protegerla en ese instante fuera lo único importante en el mundo. La luna apenas alcanzaba a iluminar sus facciones, y el reflejo suave de su piel hacía que Tsunade se sintiera embriagada de calma.
Poco a poco, el cansancio fue regresando. Los párpados de Tsunade se volvían cada vez más pesados, pero antes de entregarse por completo al sueño, permitió que su cuerpo se acercara un poco más al de Shizune, en un abrazo casi instintivo. Cerró los ojos, y sin darse cuenta, murmuró en un susurro apenas audible: "Duerme tranquila, Shizune. Aquí estoy, mi amor"