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"Está apretado, me duele un poco." bostezó la joven con el ceño fruncido, dado que las tiras del corset eran extremadamente ajustadas. "¿Por qué debo usar esto?" se quejó.

"Señorita Brunella, son órdenes directas de su madre." se limitó a responder Mérida, su nana.

"Mi madre es una señora bastante vieja, se quedó en el tiempo." bufó.

"No tengo permitido hacer ningún comentario sobre eso..." insistió ella. "Ya casi termino, necesito que contenga un poco más el aire para que termine de apretarse y moldear la figura."

"Para nada me va a molestar perder toda mi capacidad respiratoria..." respondió irónica. "Ni se le ocurra pensarlo, no voy a meter nada en ningún lado." se apartó furiosa.

"La Reina consorte dijo-" la interrumpió con un ferviente enojo.

"No me interesa lo que haya dicho mi madre porque yo dije que no. Así que esa respuesta se queda." impuso. Mérida se limitó a asentir y tragar cualquier queja o comentario al respecto. "Disculpe, Mer, pero ya sabe qué opino." asintió nuevamente.

Las grandes puertas de la habitación se abrieron de par en par, al igual que las cortinas que, hasta recién, impedían el paso y la entrada de cualquier tipo de contacto con el exterior. La habitación era maravillosamente antigua, como por decir lo mínimo. Esculturas llenando cada espacio del recinto y en las esquinas los techos tallados a mano, con decoraciones doradas y ángeles hasta en la cabecera de la cama.

"Tapen eso." pidió luego de tirarse en la cama nuevamente y taparse con la primer almohada que encontró.

"¡Nadie hará nada, Brunella!" la voz furiosa de su madre se hizo presente en la habitación. "Solamente te vas a meter dentro de aquella pieza que ordené para vos..." señaló el corset color piel que yacía en la silla del tocador. "Después de eso vamos a revisar juntas tu agenda para este día soleado que nos toca vivir..." quiso acotar algo pero le pisó la palabra. "Y antes de que pienses en hacer algún comentario fuera de lugar pongo punto final. Te espero en el comedor en media hora." cerró la puerta.

"La detesto." su ahora rabiosa mirada se encontró con la de Mérida. "Se lo juro, Mer, le juro que la detesto." hundió su afligida cara en la almohada.

"Señorita Brunella, usted dice esas cosas porque ahora está enojada, pero ambas sabemos que esos no son sus verdaderos sentimientos." se sentó a su lado. "Es hora de que haga un último esfuerzo, piense en que la gira ya acaba." buscó motivarla.

Eso era cierto. La gira internacional estaba llegando a su fin, estaban ya terminando la agenda europea y luego se volvía de vuelta a casa. Cómo extrañaba su hogar; sus amplios jardines, perfectamente cuidados y su mini cine, repleto de posters de las películas clásicas que veía con su abuelo. La cancha de tenis y sus raquetas personalizadas; 

"Si meto mucha panza capaz entro..." intentó sonreír.

Mérida se esforzaba mucho con la joven, según los cercanos. Era una chica que hacía renegar bastante a todos, pero principalmente a su madre, por lo que la castigaba seguido y mandaba a la ya mayor Mérida a asistirla. Con estos gestos por parte de su familia, Brunella sentía que se la disputaban como si fuese un juguete, pero de esos rotos que solo ocupan un espacio por la nostalgia de lo que fue o pudo haber sido.

"No, definitivamente no entro." contuvo el aire nuevamente para que se ajuste al cuerpo a presión. Era imposible. "Mer, me voy a desmayar." advirtió.

"Llamen al médico..." pidió antes de seguir. "Acuéstese, ya a vienen a atenderla..." le desacomodó las tiras que quedaron colgando y la tapó casi hasta el cuello mientras venía el doctor.

runaway ; franco colapintoWhere stories live. Discover now