Se movía por una calle abarrotada, llena de cuerpos fundidos entre la bruma. El ruido le llenaba los oídos y hacía que perdiera la noción por momentos. Si intentaba un poco más podía dar otro paso, solo otro paso. Se suponía debía llegar a tiempo. El reloj colgante que descansaba en su bolsillo de la chaqueta era la última pieza del engranaje necesaria para salvarlos a todos.
«Esta gente sin rostro, mis amigos». Pensó
Debían vivir, así que necesitaba caminar, aunque el aire le faltara cada vez más y sintiera como la tela del costado se le pegaba a la piel, empapada de sangre.
Empezaba a escuchar un sonido agudo proveniente del fondo de su cabeza y cada pestañeo, más lento que el anterior, parecía una invitación a no abrir los ojos nunca más.
Una exhalación lenta y trabajosa dejó sus labios. Tras un paso poco coordinado sus rodillas encontraron el suelo. Llevó la mano izquierda al costado solo para devolverla al frente embadurnada de rojo.
Era el final, estaba seguro. Al menos lo estuvo por un rato, había perdido la noción del tiempo, hasta que una mariposa de un blanco impoluto batió sus alas y se posó en sus dedos. Brillaba con una estela de ensueño.
Alzó el vuelo y su brillo le hizo ponerse de pie. Le guiaba hacia una silueta al final del camino.
Por un momento distinguió un atisbo de sonrisa, un pelo ralo y negro. Tenía que alcanzarlo, un par de pasos y podía sentir su piel en la punta de los dedos.
Era él, estaba seguro. Con el último aliento dio unos pasos para llegar a tenerle de frente y sonrio embobado. Sacó del bolsillo el reloj para enseñárselo porque lo habían logrado.
— ¿Estás orgulloso?—Le preguntó a la silueta
—¿De ti? Siempre.
Dejó su cuerpo caer al frente para abrazarlo, sentir de nuevo la calidez de sus brazos, pero solo se encontró de bruces con el pavimento, la silueta se descompuso en pedazos y las mariposas salieron volando.
—Está aquí, lo ha conseguido —gritó una voz familiar.
Una chica de rasgos muy similares a los suyos. Su hermana.
—¿Y el reloj? —le preguntaba alguien a lo lejos.
Alzó las manos sin entenderlo todo, con la visión nublada le tendió a la chica el artilugio dorado.
—Xan estaría orgulloso de ti. —aseguró su hermana.
—Lo sé. Me lo ha dicho.
El rosto de su hermana se descompuso en una expresión de pena, Xan hacía un tiempo que no estaba, pero en el ultimo momento, antes de cerrar los ojos y caer presa del agotamiento que le arrollaba, creyó escuchar el ruido claro de su voz susurrar: «Lo hemos logrado».