P r o l o g o

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Cuando conocí a Abraham, mi esposo, sólo tenía veintidós años. 

Recuerdo a la perfección ese día como si hubiera ocurrido ayer. Hubo algo en él desde el primer momento que me llamó la atención. Abraham no era como los otros hombres de mi entorno, demasiado interesados en el negocio, las apariencias o el poder. Él tenía algo más. 

Nos conocimos en una fiesta, una reunión de amigos y familiares organizada por mis padres. Abraham no era el tipo de hombre que habría elegido por mí misma, pues era mucho mayor que yo, pero había algo en su manera de hablar, su calma, que me atrajo al instante. Era atento, respetuoso, y nos entendíamos bastante bien. Desde ese momento, empezamos a cruzarnos más seguido y, tiempo después, me enamoré de él. 

Nos casamos, y todo parecía perfecto. Había cariño, respeto. Me sentía valorada, cuidada. Pero con el pasar de los años, las cosas cambiaron, y ya no era ese cuento de hadas que había sido desde un principio. La rutina nos envolvió, y todo ese amor y cariño que tuvimos se desvaneció.

Lo cierto es que todo comenzó a cambiar desde que Dante, su hijo, regresó del extranjero. 

Era imposible no notar la conexión entre él y yo. Desde el primer momento, su presencia alteró la dinámica de nuestra casa, y lo que empezó siendo una relación cordial y distante con él se fue convirtiendo en algo más. Algo que no debería haber sido. Ahora, con cada día que pasa, mi corazón se llena de un deseo que nunca imaginé tener, un deseo que nos consume, que confunde y altera todo sentido y lógica. 

—No te debí besar.

Él me tomó de la cara con ambas manos, susurrando con intensidad:

—Lo dices como si no quisieras repetirlo... pero mírame a los ojos, Selene, y dime que no lo estás deseando.

Estoy jodida.

Irremediablemente jodida.



No Te Debí Besar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora