El primer día del nuevo semestre siempre era caótico, lleno de caras nuevas y viejas. Scaramouche caminaba entre la multitud en los pasillos de la secundaria, con los auriculares bien puestos y el volumen de su música lo suficientemente alto como para ignorar todo a su alrededor. No le importaba quién estuviera a su lado ni quién pasara corriendo emocionado por el reencuentro con sus amigos. Para él, era solo otro día que debía soportar.
Después de recoger sus libros en el casillero y dirigirse a su primer salón, notó algo inusual. Había un chico nuevo al final del pasillo, un chico que no encajaba en el bullicio de los demás. Tenía el cabello plateado, revuelto de una manera que parecía natural, como si acabara de salir de una tarde bajo el sol, y sus ojos almendrados tenían una tranquilidad que contrastaba con el frenesí a su alrededor. Sostenía un cuaderno, casi como si estuviera a punto de leerlo en voz alta en medio de todos, sin importarle nada.Scaramouche lo miró de reojo, murmurando para sí mismo.
— "Genial, otro poeta soñador." —pensó, apretando los labios en una mueca de disgusto. A él siempre le habían caído mal los idealistas, y este chico parecía uno de esos. A simple vista, era alguien que solo traería problemas, alguien que estaba convencido de que el mundo era un lugar hermoso. Scaramouche no necesitaba a nadie que le diera lecciones de como ver la vida; él ya sabía que era un lugar complicado y oscuro.Las horas pasaron lentamente. Las clases eran las mismas de siempre, y Scaramouche ya estaba empezando a desear que el día terminara. Finalmente llegó el almuerzo, el único momento en el que podía escapar de todos y refugiarse en el árbol al fondo del patio, lejos de las miradas de los demás. Para su sorpresa, al acercarse a su lugar favorito, vio una figura conocida; el chico nuevo, sentado bajo el cerezo, con el mismo cuaderno en las manos.
— "No puede ser en serio..." — murmuró Scaramouche, frustrado. Ese era SU lugar, y lo último que quería era compartirlo.Intentó dar media vuelta, pero fue demasiado tarde. El chico ya lo había visto y levantó la mirada, ofreciéndole una sonrisa tranquila, una que parecía estar fuera de lugar en medio de todo ese ajetreo. Sin saber por qué, Scaramouche se quedó congelado, mirándolo.
— "...Hola, soy Kazuha" — Dijo el chico, su voz suave, como si la hubiera usado para recitar versos en lugar de simples palabras —. "¿Te molesta si compartimos el árbol?"
Scaramouche frunció el ceño, intentando sonar indiferente. — "Podrías buscar otro lugar, ¿no crees? — respondió, cruzándose de brazos.
Kazuha solo sonrió, sin moverse del lugar. — "Claro, podría. Pero parece que este árbol es especial. No sé, tiene algo de paz que no encontré en ningún otro rincón del patio. Si quieres, me puedo hacer a un lado" —dijo, señalando el espacio a su lado.Algo en la tranquilidad de Kazuha lo desconcertó. No había ni rastro de incomodidad en su mirada, ni siquiera cuando Scaramouche lo miró con frialdad. Al final, con un suspiro exasperado, decidió sentarse al otro lado del árbol, sin hacer contacto visual. — "Haz lo que quieras. A mí me da igual" — murmuró, fingiendo que no le importaba.
Kazuha no respondió de inmediato. En cambio, abrió su cuaderno y comenzó a escribir, perdiéndose en sus pensamientos. Scaramouche intentó ignorarlo, enfocándose en su música, pero cada tanto miraba de reojo, intrigado. Había algo en Kazuha que lo irritaba, y a la vez, le resultaba fascinante.Pasaron los días, y el árbol del patio se convirtió en un lugar de encuentros silenciosos entre los dos. Scaramouche seguía creyendo que el chico nuevo era molesto, pero poco a poco fue acostumbrándose a su presencia. Kazuha siempre estaba con su cuaderno y, de vez en cuando, leía fragmentos en voz baja, como si el viento se los llevara antes de que llegaran a los oídos de Scaramouche. Un día, sin darse cuenta, se sorprendió preguntándole:
— "¿Que tanto escribes ahí?"
Kazuha levantó la mirada, sorprendido, pero con esa serenidad característica que parecía inquebrantable. —"Escribo sobre lo que veo, lo que siento" — respondió —. "Sobre los días que pasan, los momentos fugaces. ¿Te gustaría escuchar algo?"
Scaramouche rodó los ojos, sintiéndose estúpido por haber mostrado interés. Pero, después de un momento de silencio, asintió, sin mirarlo directamente. Kazuha leyó en voz baja un fragmento de sus escritos. Era un poema sobre los atardeceres y la paz en las pequeñas cosas, sobre la belleza que se esconde en cada rincón del mundo. A Scaramouche le pareció ridículo y hermoso a la vez, una combinación que lo dejó sin palabras.
Cuando Kazuha terminó, lo miró con curiosidad. — "¿Que te pareció?"Scaramouche dudó. No quería admitir que algo en esas palabras le había llegado, pero tampoco era capaz de ser cruel. —"Está... bien, supongo" —dijo, intentando sonar indiferente—. Aunque eso de ver belleza en todos lados me parece una tontería.
Kazuha río suavemente, y para sorpresa de Scaramouche, no parecía ofendido. — "Quizás algún día cambies de opinión"— respondió, encogiéndose de hombros—. "La belleza está en los ojos que saben mirar."Scaramouche solo bufó, pero no pudo evitar que una leve sonrisa apareciera en su rostro. Por primera vez, alguien lo había desconcertado, y no tenía ni idea de como había pasado.
Esa tarde, mientras ambos estaban sentados en silencio bajo el cerezo, Scaramouche se dio cuenta de que, por muy extraño que pareciera, la presencia de Kazuha ya no le resultaba tan molesta.
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Entre Versos y Tempestades
FanfictionScaramouche y Kazuha no podrían ser más diferentes: uno vive atrapado en su propia tempestad, mientras el otro encuentra paz en cada rincón del mundo. Cuando el destino los une en la secundaria, Scaramouche no tarda en decidir que no soporta al chic...