Capitulo 64

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Mil y un motivos.

Daniel.

¡Párate ahí! —la voz de Augusto me persigue mientras entro a la casa. –¡Daniel!

No le hago caso, sigo mi camino dejando manchas de agua por todo el suelo, me detengo en las escaleras cuando su fuerte y venosa mano me sostiene el brazo.

–No sé cómo has Sido capaz de todo esto, pisoteado la confianza de Ian y de nosotros mismos.

–Para nadie es secreto que...

–Para nadie es un secreto que eres un hijo de... —suspira antes de soltar la palabrota. –Sé que le has sido infiel a Clara muchas veces.

–¿Entonces cuál es el maldito problema? —me exaspero.

–Que te has metido con Layla Lombardi, sabiendo lo importante que es para nuestra familia, has destrozado un compromiso y le has pasado por arriba a la confianza de Ian.

Ruedo los ojos y sigo mi camino rumbo a las escaleras.

–Veamos que opina Arthur de todo esto.

Suelta con tono amenazador y me río por lo bajo, la amenaza con mi padre me vale madres.

Me encierro en la habitación de paredes crema y bastante espaciosa, aprieto los puños a mi alrededor para evitar romper todo la cristalería y figuras de cerámica que me rodean.

¿Quien se ha crecido ese imbécil para pensar que quitándome yo del medio Layla lo va a amar?

Ella solo me ama a mí, ella solo siente deseo por mi, solo encuentra satisfacción en mi cuerpo, con mis besos y caricias, él jamás podrá despertar todos esos sentimientos en ella.

Me meto a la ducha menguando la rabia que emana por mis poros con una ferocidad que me intimida hasta a mí, si lo tengo delante justo ahora sé que le dejaré el rostro peor que la última vez.

¡Maldito!

****

Los golpes lejanos a la madera me hacen abrir los ojos y gruñir entre las sábanas que cubren mi cuerpo, al otro lado de la puerta se escucha la voz grave de Arthur Frost, mi queridísimo padre, se escucha tan cabreado que me tienta a quedarme en la cama para averiguar cuánto aguanta sin derribar la puerta.

Pero a la insistencia me levanto y le abro, su cuerpo tan trabajado por los ejercicios está cubierto por un fino traje de diseñador, el Calvin Klein que usa como perfume me revuelve el estómago y no disimulo la mueca de desagrado ante el aroma, sus ojos fieros me estudian y empuja mi hombro cuando pasa por mi lado.

–¿Que mierda te pasa? —escupe a mis espaldas mientras me dirijo al mini bar. –Te lo hemos dado todo,  cuánto has querido, cuánto has pedido, ahí lo has tenido y ahora no puedes ni siquiera mantener un matrimonio político, ni siquiera con un heredero en camino.

Me empuja por el pecho con sus palmas abiertas cuando llega a mí, está furioso y por alguna retorcida razón eso me llena de satisfacción a la vez que me cabrea.

¿Que me lo ha dado todo? ¿En serio Arthur Frost? ¿Dónde está el amor paternal que necesitaba cuando a penas era un crío? ¿Dónde está la figura paterna en los partidos de fútbol, en las actividades escolares, en las excursiones? Mientras los demás llevaban a sus orgullosos padres, yo me tenía que conformar con mi abuelo u algún empleado que mandaba en su lugar, porque le gran Arthur Frost estaba muy ocupado en sus negocios.

No veo el respeto de padre, la admiración, el cariño, el tiempo de calidad, las bromas, no veo todo eso que necesita un niño de su padre, ¿Que me diste? ¿Lujos, riqueza, caprichos materiales? Si lo único que pedía cuando era a penas un crío que no entendía porque su padre no reparaba en él, era cariño, atención, admiración, una sonrisa aprobatoria, un cumplido orgulloso, no todas las mierdas materiales que me dió.

Placer y Obsesión (Amores Que Hieren) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora