One Shot

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El aislamiento de la isla era absoluto, al igual que el silencio que dominaba la mansión. No había sirvientes, ni visitas, ni siquiera llamadas. Solo estaban ellos dos: Zhenya, el dueño inexpugnable de aquel mundo apartado, y Taekjoo, su prisionero.

La mansión era un laberinto de habitaciones vacías, con muebles elegantes y cortinas que dejaban entrar apenas un rayo de luz. A Taekjoo le costaba imaginar que alguien pudiera vivir allí, en esa soledad perpetua. Pero Zhenya parecía hacerlo con facilidad, su expresión siempre tan fría como el azul helado de sus ojos.

Desde que había sido llevado a la isla, Taekjoo no había tenido contacto con nadie más. Las provisiones llegaban en un bote, pero los encargados nunca cruzaban las puertas. Todo estaba calculado, controlado, como si Zhenya se asegurara de mantener al mundo lejos, incluso cuando eso significaba aislarse a sí mismo.

Pero entonces, una noche, Taekjoo descubrió algo que lo cambiaría todo.

Estaba explorando la mansión, buscando cualquier indicio de debilidad en su captor, algo que pudiera usar para escapar. Caminaba por un pasillo oscuro cuando un sonido lo detuvo en seco. Era algo que no había escuchado desde que llegó: música. Una melodía que parecía surgir desde lo más profundo de la casa, suave y melancólica, como un lamento que se perdía en la noche.

Siguiendo el sonido, Taekjoo llegó a una puerta entreabierta. Espió por la rendija, y allí, en el centro de una habitación iluminada por la luz de una lámpara, estaba Zhenya.

Zhenya tenía los ojos cerrados, las manos moviéndose con delicadeza sobre un violonchelo que parecía hecho a medida para él. Su postura rígida había desaparecido, reemplazada por una vulnerabilidad que Taekjoo nunca había visto antes. Las notas que salían del instrumento eran desgarradoras, llenas de emociones que Zhenya nunca dejaba entrever en su mirada helada.

Por un momento, Taekjoo se olvidó de que estaba observando a su captor. Solo podía pensar en lo hermoso que era el sonido, en cómo parecía llenar cada rincón de la habitación y, al mismo tiempo, quedarse encerrado dentro de aquellas paredes.

Zhenya terminó la pieza con un suspiro profundo, y cuando abrió los ojos, se encontró con los de Taekjoo. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada.

"¿Cuánto tiempo llevas ahí?" preguntó Zhenya finalmente, su voz baja pero tranquila.

"El tiempo suficiente," respondió Taekjoo, sin moverse del umbral de la puerta.

Zhenya no se molestó en reprenderlo. En lugar de eso, dejó el arco a un lado y fijó su mirada celeste en él. "¿Quieres entrar, o prefieres seguir espiando?"

Taekjoo, sorprendido por la invitación, cruzó el umbral con cautela. Se sentó en un sillón cercano, sin apartar los ojos de Zhenya. "No sabía que tocabas."

"No es algo que haga a menudo," respondió Zhenya, mirando el violonchelo como si fuera un objeto extraño. "Solo cuando necesito recordar quién soy."

La confesión dejó a Taekjoo sin palabras. Había algo en la voz de Zhenya, algo casi roto, que lo hizo sentir como si estuviera viendo a alguien completamente diferente.

"¿Por qué estás tan solo aquí?" se atrevió a preguntar.

Zhenya levantó la mirada, sus ojos brillando con algo que Taekjoo no pudo descifrar. "Porque la gente siempre traiciona," dijo simplemente, antes de tomar el violonchelo de nuevo.

Esa noche, Zhenya volvió a tocar, y Taekjoo se quedó. No entendía del todo por qué, pero sabía que no podía irse. La música lo mantenía allí, atado de una manera que las cadenas no podían.

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Los días siguientes, algo cambió entre ellos. Cada noche, Zhenya tocaba, y Taekjoo siempre estaba allí para escucharlo. No hablaban mucho, pero no hacía falta. La música era suficiente. A través de las notas, Taekjoo comenzó a entender a Zhenya de una manera que las palabras nunca habrían permitido.

Una noche, después de una melodía especialmente melancólica, Taekjoo rompió el silencio. "¿Por qué tocas solo para mí?"

Zhenya dejó el arco y lo miró fijamente. "Porque nunca había tenido a nadie que quisiera escuchar."

Taekjoo no supo qué responder. Había algo desgarrador en esas palabras, algo que hizo que todo el odio que había sentido hacia su captor comenzara a desvanecerse.

"No estoy seguro de si eso es bueno o malo," dijo finalmente, con una sonrisa irónica.

Zhenya dejó escapar una pequeña risa, la primera que Taekjoo le había escuchado. "Tal vez sea ambas cosas."

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Con el tiempo, la distancia entre ellos se acortó. Zhenya comenzó a compartir más de sí mismo, pequeños fragmentos de su vida antes de la isla, mientras Taekjoo, a regañadientes, hacía lo mismo. Lo que comenzó como una relación forzada entre captor y cautivo se convirtió en algo más, algo que ninguno de los dos podía definir.

Cada vez que Zhenya tocaba, sus ojos celestes se desviaban hacia Taekjoo, como buscando aprobación. Y aunque Taekjoo no lo decía en voz alta, siempre sentía algo cálido en el pecho al ver esa vulnerabilidad en alguien que, hasta entonces, había parecido intocable.

Una noche, mientras la música llenaba la habitación, Taekjoo se levantó de su asiento y se acercó a Zhenya. Colocó una mano en su hombro, haciendo que Zhenya dejara de tocar.

"Gracias," dijo Taekjoo, su voz apenas un susurro.

Zhenya lo miró, confundido. "¿Por qué?"

"Por dejarme escuchar. Por no hacerme sentir solo."

Zhenya bajó la mirada, una sombra de algo suave cruzando su rostro. "Tú también me haces compañía," murmuró.

Y en ese momento, mientras la brisa de la noche entraba por las ventanas abiertas, ambos entendieron que, aunque la isla los mantenía alejados del mundo, habían encontrado algo en el otro que nunca creyeron posible: un refugio.

Eco de la Libertad | Codename Anastasia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora