Dicen que los malos períodos en la vida, son solo un pequeño precedente hasta llegar a lo adecuado. Hace mucho tiempo deje de creer en esto. Por alguna razón que desconozco, el mundo parece estar contra mí. Cuando era una niña me imaginé casi todo mi futuro, pero lo que estaba viviendo no se parecía lo más mínimo a lo que pensé.
— Cariño, ¿podrías traerme la caja de las pastillas y un vaso de agua? —Exige, la abuela, sentada en su sillón.
— Claro. — Dejo el libro que estaba leyendo sobre la mesa y camino hacia la cocina.
Desde hace 4 años vivo con mi abuela materna, ella es todo lo que puedo pedir. Desde la muerte de mis padres en aquel accidente, ha sido como una segunda madre para mí. A pesar de su enfermedad, siempre ha tratado de darme lo que necesitaba. Pero el dinero que recibimos de su pensión y mi insignificante sueldo no sirve para mucho. Con solo 16 años empecé a trabajar en algunos bares de la zona, tratando sacar algo de dinero, con la esperanza de encontrar más tarde algo mejor. Han pasado dos años y solo hemos conseguido un pequeño piso alquilado en Brooklyn.
— Aquí tienes.
— Gracias, April. — Sonríe tiernamente y deja el vaso sobre la mesa para buscar las pastillas. Miro mi reloj y son casi las diez.
Cojo mi bolso de uno de los sofás y me lo cuelgo al hombro. Me miro en el espejo del pasillo y me arreglo un poco el pelo con las manos.
— Abuela, me marcho ya o llegaré tarde. No te olvides que hoy cocino yo. — Digo, antes de darle un beso en la mejilla. — Adiós, te quiero.
Cierro la puerta tras de mí y escucho un suave "y yo". Agarro bien el bolso y bajo las escaleras. Mi actual trabajo no es tan horrible como podría llegar a ser, pero a una camarera no se le paga mucho. Por suerte solo está unas calles más abajo de nuestro piso, por lo que no tengo que gastar dinero en transporte
Camino despreocupada, mirando todo lo que ocurre a mi alrededor. Una niña va junto a su madre, con una de sus manos sujeta la mano de su madre y con la otra un pequeño globo rosa. No hay que observarla mucho para poder ver la alegría que puede llegar a causarle un simple globo. Camina casi sin prestar atención, solo mira y juega con el globo. Si no fuera por su madre quizás hubiera chocado con alguien. Miro hacia el frente y sonrío.
A pesar de no estar pasando por la mejor etapa de mi vida, esta ciudad siempre me hace sentir algo especial. Quizás me recuerde a mis padres y todas esas veces que me llevaban a pasear por todas sus calles. Siempre amaron Brooklyn.
Llego a la puerta del Happy Days y entro, haciendo sonar los tubos de metal que cuelgan sobre la puerta. Como siempre, el señor Johnson está sentado en su asiento tomando un café, al igual que el resto de clientes habituales. Entro en la cocina, no sin antes saludar a Michael, el dueño del bar. Barbara sonríe al verme entrar y no duda en acercarse para darme un abrazo.
— Buenos días, pequeña. ¿Qué tal el fin de semana? —Pregunta.
— Muy bien, gracias. Ha sido casi tan aburrido como siempre. —Respondo, haciéndola reír.
— No te preocupes, aún eres muy joven. Ya tendrás aventuras que vivir.
Barbara vuelve su trabajo, cojo mi delantal de unos de los armarios que se encuentran junto a la despensa y voy hacía la barra. Los días que tengo jornada de mañana, como hoy, únicamente debo de estar tras la barra, sirviendo cafés y tortitas. El Happy Days es una especie de café-bar de los años 60. Michael y Barbara llevan casi desde esa época con este bar. Cuando ambos eran jóvenes, ellos dos solos se bastaban para llevarlo, pero debido a la salud de Michael necesitaban a alguien más, como yo.
— Perdón, ¿podrías ponerme un café solo? —Exige, un señor dirigiéndose a mi.
— Por supuesto. —Pongo un vaso en la cafetera y giro la palanca. He de admitir que aunque el café no me guste, su olor me encanta. —Aquí tiene. —Digo, dejando el café sobre la barra.
— Gracias.
Quizás este trabajo no es lo mejor del mundo, pero después de casi un año trabajando aquí se le coge cariño. Michael y Barbara me han ayudado mucho por ese tiempo. Ambos conocieron a mi madre, desde que era pequeña, y también conocían a mi abuela. No es extraño, que esa fuera la razón por la que me dejaran trabajar aquí.
El sonido de la puerta me saca de mis pensamientos. Un chico, aparentemente joven y con una chaqueta de cuero negra, entra mirando a todas partes, hasta que finalmente fija su mirada en la barra. No había visto a aquel chico antes y no era el estilo de persona que entraba en el Happy Days , solían entrar personas mayores, familias o parejas. Toma asiento en un taburete frente donde estoy y me mira fijamente, hasta que sonríe de una forma cálida, achinando levemente los ojos.
— Hola. —Dice finalmente
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Last Chance
RandomApril, atrapada en si misma y en la ciudad donde sus padres murieron en un trágico accidente; vive junto a su abuela. Trabaja como camarera en un bar para salir adelante, lugar donde conocerá inesperadamente a un chico. Este, le dará la oportunidad...