C A P Í T U L O - 03

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Sus dedos temblaron, y una presión creciente en su pecho le dijo que posiblemente tenía taquicardia, pero la sensación de peligro se desvaneció rápidamente.

Es dulce... tan dulce...

Nada en su vida había sido tan dulce como esa liberación.

Cuando inhaló la droga, su cerebro se apagó, aquellas voces que siempre lo atormentaban, se desvanecieron ante la sobre estimulación.

La oscuridad se deshizo en la nada, y lo que quedaba era pura sensación, éxtasis.

Se sentía como un viaje de ida que lo invitaba a descubrir una realidad que siempre había estado oculta, detrás de un velo que nunca supo que existía.

Nunca antes había sentido tanto.

La intensidad de las emociones se mezclaba, chocando, fusionándose, desbordándose.

El mundo a su alrededor parecía diluirse, y solo quedaba esa sensación: vivo.

Todo parecía tan cercano, tan real, como si fuera la primera vez que estuviera verdaderamente despierto.

¿Alguna vez lo estuvo?

El chico lo miró, su sonrisa una mezcla de complicidad y algo más que aún Bradley no sabría descifrar.

Se acercó, casi en silencio, y susurró al oído de Bradley, con un tono suave pero firme:

- Vivir es únicamente la ausencia de la muerte, pero estar vivo es esto... ¿No? -

──────

El chico se presentó como Max, Max Goof.

El nombre sonaba algo ridículo, pero de alguna forma, encajaba con su actitud despreocupada y su risa fácil.

Era un chico moreno, de cabello negro, algo desordenado, y con varios piercings adornando su rostro. Una mirada rápida bastaba para ver que no se preocupaba por lo que pensaran de él.

Bradley, si no estuviera tan sumido en la droga, podría haber contado cuántas perforaciones tenía, pero ahora solo veía destellos de metal brillando de manera fugaz en la luz de la fiesta, como pequeñas estrellas de las que no quería acercarse demasiado.

Max no era el tipo de chico que Bradley habría elegido como amigo en su vida, ni en la siguiente ni en la anterior.

Tenía esa imagen de joven rebelde, desordenado, al margen de todo lo que él había sido enseñado a respetar.

El chico tenía unos dientes ligeramente chuecos, una sonrisa torcida que, en otras circunstancias podría haberlo hecho parecer menos atractivo, pero que le daba una especie de autenticidad, una especie de sinceridad cruda que parecía incomodar a los demás, a los que eran como Bradley Cremanata III.

Max no trataba de encajar, no encajaba, no se preocupaba por la perfección.

Y, aunque en otra situación Bradley habría notado esos detalles y pensado que eran defectos, ahora no podía evitar pensar que, de alguna manera, esa imperfección le otorgaba un recordatorio de algo que era inalcanzable para él.

Incluso, en un arrebato impulsivo, le dieron ganas de tomarlo y arreglarlo... De corregir esa sonrisa torcida, de enderezar sus dientes de manera que todo pareciera perfecto, como si fuera una especie de proyecto para encajar con el mundo en el que él había sido criado.

Max parecía estar tan alejado de las reglas, tan distante de todo lo que su padre le había inculcado, que algo dentro de Bradley no podía dejar de admirarlo.

Max era el tipo de chico al que su padre habría llamado inútil, perdido, un ejemplo de lo que no debía ser.

L I B E R T A D.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora