Dua Lipa era una mujer que no pasaba desapercibida. A sus 25 años, era la profesora más joven del departamento de matemáticas de la universidad, pero su presencia se hacía sentir en todas las aulas. Era estricta, rigurosa con sus estudiantes y, sobre todo, muy exigente con ellos. La excelencia era su único estándar, y no toleraba excusas. Su modo de enseñar era directo y preciso, sin adornos, siempre esperando el máximo rendimiento. Los estudiantes la respetaban profundamente, aunque pocos se atrevían a acercarse demasiado a ella fuera de las clases.
Dua, con su cabello oscuro y ondulado que caía perfectamente sobre sus hombros, destacaba no solo por su inteligencia y destreza en su campo, sino también por su belleza imponente. Sus ojos marrones, profundos y cautivadores, daban la impresión de que siempre estaban analizando a quienes la rodeaban. Tenía una figura atlética que no pasaba desapercibida, y su presencia siempre era dominante. Aunque su actitud en clase era severa, siempre había algo en su manera de ser que atraía a todos: una mezcla de amabilidad que desarmaba y una coquetería sutil que dejaba claro que no temía jugar con los límites.
Dua era una mujer con un magnetismo especial, y quienes la conocían bien sabían que no era nada tímida. Era segura de sí misma, no solo en su trabajo, sino también en su vida personal. Dominante y posesiva en el fondo, no le temía al control, y si algo o alguien llamaba su atención, no dudaba en acercarse. Su actitud coqueta era uno de sus encantos, pero también un mecanismo para mantener a todos a su alrededor en su lugar, siempre deseando estar bajo su influencia.
A pesar de ser tan fuerte y decidida, Dua también tenía un lado dulce. Una dulzura que solo mostraba a aquellos que sabían ganársela, y con sus estudiantes más cercanos, aquellos que demostraban dedicación y esfuerzo, su actitud era amable y casi maternal. Pero incluso con esa amabilidad, nunca perdía su toque de autoridad.
Una de sus estudiantes más recientes había capturado su atención de manera inesperada. Isabella Collins, o Bella, como todos la llamaban, era una joven de 18 años que acababa de comenzar su primer semestre en la universidad. A diferencia de la mayoría de los estudiantes que se apresuraban a llamar la atención, Bella era tranquila y serena. Su rostro reflejaba una calma impresionante, como si nada pudiera alterarla. Bella era la antítesis del bullicio juvenil que predominaba en la universidad, siempre calma, siempre relajada.
Su cabello negro, ondulado y brillante, caía suavemente sobre sus hombros, enmarcando su rostro de manera delicada. Sus ojos cafés tenían una profundidad que revelaba una calma interior, y su piel blanca parecía casi etérea bajo la luz de la tarde. Bella no era de las chicas que buscaban destacar con ropa llamativa o actitudes provocativas, pero su belleza natural la hacía brillar sin esfuerzo alguno. Era la clase de persona que, al entrar en un lugar, podía desviar la atención sin decir una sola palabra, simplemente por su presencia tranquila y su simpatía natural.
A pesar de su actitud relajada, Bella no era distante ni fría. Era tierna, amable, y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Su carácter apacible la hacía muy querida entre sus compañeros, aunque ella nunca buscaba ser el centro de atención. En su mundo, la música era su refugio. A menudo se la veía con auriculares puestos, sumida en sus canciones, dejando que la melodía la transportara lejos de las presiones del entorno.
Pero hubo algo que Bella no esperaba: Dua Lipa la había notado. Y en el momento en que sus ojos se encontraron por primera vez, algo comenzó a nacer. No era un interés inmediato, pero sí algo más sutil. Algo en la forma en que Bella se comportaba, su calma, su belleza natural, despertó una curiosidad en Dua que no pudo ignorar.
El primer día de clases, cuando Bella entró al aula, Dua la observó en silencio. No era un simple vistazo; era un análisis profundo. La joven estudiante tenía una presencia tranquila, pero había algo en ella que despertaba un sentimiento distinto en la profesora. Bella no era como los demás estudiantes; no trataba de impresionar a nadie. Estaba allí porque quería aprender, porque disfrutaba de los desafíos, y eso le resultaba muy atractivo a Dua.
Un día, durante una clase particularmente difícil, mientras los estudiantes luchaban por entender una compleja fórmula, Bella parecía completamente tranquila, como si nada la hubiera alterado. Esa calma hizo que Dua, con su mirada fija en ella, decidiera hablarle.
—Isabella, ¿podrías ayudarme con este ejercicio en la pizarra? —Dua dijo con un tono firme, pero con una sonrisa que sólo ella sabía dar. No era un pedido, sino una invitación implícita.
Bella levantó la vista, sorprendida por la atención de su profesora. Su mirada era tranquila, pero había algo en la forma en que Dua la había llamado que hizo que se sintiera un poco nerviosa. Caminó hacia la pizarra, su rostro enrojeciendo ligeramente, aunque mantenía su serenidad. Mientras resolvía el problema con calma, Dua se acercó, observando cada movimiento con atención.
—Eres muy buena en esto, Bella. Siempre tan tranquila, siempre tan… controlada. —Dua comentó, sus ojos fijos en ella. La profesora no podía evitar sentirse intrigada por esa calma que parecía rodear a la joven, algo que la hacía diferente a todos los demás.
Bella se giró hacia ella, sin comprender del todo la intensidad de su mirada, pero sonrió tímidamente. —Gracias, profesora. Solo intento concentrarme.
Dua sonrió, acercándose un poco más. —Lo que más me gusta de ti, Bella, es que no intentas impresionar. Eres auténtica, y eso te hace aún más interesante. —Sus palabras eran suaves, pero cargadas de un subtexto claro. Dua disfrutaba de esa sensación de poder, de saber que Bella le prestaba toda su atención, aunque no lo dijera en voz alta.
Bella no sabía cómo responder. Había algo en la forma en que Dua la miraba que la hacía sentir algo extraño, pero agradable. La profesora Lipa era fuerte, imponente, pero también tenía un aura que atraía de manera innegable.
Esa noche, cuando Bella regresó a su habitación, no podía dejar de pensar en esa conversación. En las palabras de Dua, y en la forma en que la profesora había logrado que se sintiera especial, aunque no hubiera dicho nada explícito. Algo dentro de ella se despertaba, y no sabía cómo manejarlo.
Dua había marcado el comienzo de algo. Algo que ninguna de las dos podría haber previsto, pero que, sin lugar a dudas, se estaba gestando en cada mirada, en cada gesto, en cada palabra no dicha.