Muchas veces me pregunto cómo fue que el mundo se fue a la mierda tan rápido. La vida no era perfecta, claro, pero ¿era necesario que todo explotara con tanta prisa? Digo, ¿no podía irse todo al carajo con un poco más de clase? Oh, cierto, ¿Cómo empezó? Con un idiota en una silla presidencial y un botón nuclear, ¿Y después? Bombas y más bombas, era como un 4 de julio eterno, pero sin hot dogs ni fuegos artificiales seguros. Admito que fue algo reconfortante saber que estaba a cientos de kilómetros de la primera explosión que vi, pero después de eso... bueno, el ventilador se llenó de mierda, por decirlo suavemente. Los rusos lanzaron bombas a los americanos, los americanos a los rusos, los indios a los pakistaníes, los israelíes a... todos sus vecinos. Los franceses, bueno, ni idea. ¿Tuvieron siquiera tiempo de reaccionar? Probablemente no ya que estaban ocupados comiendo un croissaint o quizá estaban haciendo alguna protesta. Lo más loco es que muchos sobrevivimos. Algunos con brazos extras o mutaciones que parecen sacadas de una película de terror barata, pero hey, detalles. Aunque decir "pero hay salud" sería un mal chiste en este punto.
¿Quién soy yo? Buena pregunta. A veces ni yo lo sé, pero permítanme presentarme. Bueno, más bien, presentarles mi pequeño proyecto. Porque ¿qué haces cuando el mundo termina y no tienes nada mejor que hacer? Exacto... Recolectas historias.
Me llamo Jacques. Antes de que el mundo se fuera al carajo, trabajaba en un cubículo gris con horribles paredes grises, en una oficina que olía a café rancio, explotación laboral y desesperación. Mi trabajo era transcribir montañas de papeles para una base de datos infinita de alguna empresa que probablemente ya no existe. ¿Qué transcribía? Quién sabe. pero cada papel tenía su historia. Como esa anciana que pidió un préstamo para comprar un castillo... para su gato. Un castillo que, imagino, ahora es cenizas junto con su inquilino felino, o ese idiota que empeñó su coche por cinco míseros billetes porque el banco tenía un estacionamiento más seguro para guardar su auto durante sus vacaciones en alguna isla de mierda. Así aprendí algo: los papeles nunca mienten y cada documento es como una radiografía de las malas decisiones de alguien. Y, por algún motivo, encontré un extraño placer en ello. Luego llegó el apocalipsis; un evento glorioso donde todo el mundo decidió competir por el premio a la muerte más creativa! y en mi oficina no quisieron quedarse atrás, hubo saltos por las ventanas (10/10 en estilo, 2/10 en aterrizaje), colgamientos con corbatas (original, pero no práctico), hubieron algunos que decidieron seguir su rol de zombies corporativos para simplemente continuar con su papeleo infinito hasta que murieron de deshidratación y el clásico envenenamiento por radiación para los que preferían sufrir lentamente. Yo, por mi parte, entregué mi renuncia al jefe... que ya no tenía cabeza y parte de su cuerpo era una graaaaan macha roja de huesos y sangre en el pavimento, pero seguía siendo más eficiente que cuando estaba vivo. Sin familia, sin hijos, y sin un propósito más grande que encontrar algo que no supiera a cartón, me dediqué a vagar. Caminaba entre ruinas llenas de cadáveres que parecían haber perdido un concurso de belleza contra una explosión nuclear (o una escopeta en algunos casos). Humanos que ya no eran humanos. Y ahí estaba yo, un idiota con botas gastadas, sobreviviendo al apocalipsis sin saber por qué. Spoiler: no era tan divertido como en las películas. Los días se convirtieron en semanas. ¿O meses? Ya ni llevaba la cuenta. Todo era un ciclo sin fin: caminar, buscar comida, dormir, intentar no ser devorado. La monotonía era tan brutal que comencé a envidiar a los cadáveres con dos cabezas y tres brazos, porque al menos ellos parecían tener algo interesante que contar. Una noche, después de una cena gourmet de agua con sabor a desesperación (y algunas ratas a medio comer), me rompí. Pensé: "¿Por qué seguir? Este mundo apesta... literalmente." Decidí acabar con todo, y lo planeé meticulosamente. Saqué los cordones de mis botas, busqué un auto abandonado y me aseguré de no comer durante días. Porque, vamos, si alguien iba a encontrar mi cadáver, que al menos no estuviera cagado ya que la dignidad es importante, incluso en la muerte. Pero justo cuando estaba listo para convertirme en decoración para autos, lo vi: un camión postal volcado, con cartas y paquetes esparcidos por todas partes. El destino, o quizás mi inquebrantable curiosidad de idiota, me hizo detenerme. Me descolgué, caminé hacia el camión y empecé a hurgar entre las cartas. Algunas estaban hechas jirones, otras quemadas, pero encontré una que todavía tenía dirección. Decidí entregarla. ¿Por qué? Ni idea. Quizá porque el apocalipsis te hace hacer cosas estúpidas. Caminé hasta la dirección, que no estaba tan lejos, y llegué a un edificio lleno de notas pegadas en la puerta. Fotos, mapas, mensajes de amor, de odio, de desesperación. Era como si esa puerta contara más historias que Netflix en sus mejores días. Fue entonces cuando lo entendí. Mi propósito no había muerto con el mundo. Mi trabajo era recopilar esas historias, esas notas, esos fragmentos de humanidad que aún quedaban. ¿Por qué? Porque, honestamente, no tenía nada mejor que hacer. Y así nació el Archivista del Apocalipsis. Con una tablet, un panel solar y una inclinación enfermiza por husmear en la vida de otros, comencé mi nueva misión.
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Notas del fin del mundo: Con amor, Jacques
General FictionHola... ¿Esta grabando? Sí... eso parece. Bueno, empecemos: me llamo Jacques y esta es la historia de cómo todo se fue a la mierda. Yo era un oficinista más del montón en una oficina gris, archivando cosas inútiles y odiando cada segundo de mi vida...