Long Shift

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La oficina parecía estar de humor diferente a lo que normalmente se suele ver en todo el mes. Las interminables llamadas telefónicas no obtenían ese efecto de disgusto en los empleados, al contrario, estaban contestando a cada una de ellas con ganas. Por un segundo, Kenny creyó que les iban aumentar la paga y de esa manera se tragaba el comportamiento de sus compañeros, claro, esa explicación estaba lejos de ser correcta.

Él ladeó la cabeza cuando la conversación de dos oficinistas llegó a sus oídos.

—¿Estás seguro que el jefe no se ha echado un polvo? —cuestionó el pelinegro.

—Tío, que no. Esto ha salido de lo más profundo de su corazón —respondió animado el moreno.

—Wow —se mofó. —Si de su corazón sale nuestra paga del mes, debe ser un sitio muy oscuro.

—Stan, no seas un capullo, venga.

Mientras esa conversación surgía, Kenny dejó caer todo su cuerpo en la silla de escritorio que ha usado por los últimos años. Cuando un compañero suyo mencionaba a su jefe, era un recordatorio que en la próxima reunión debía pedir una renovación de sillas, porque, así como iba acabaría cogiendo un dolor en la columna vertebral. Puede que sea el hecho que era un asiento muy diminuto para abarcar toda su espalda, o que su jefe tenía un afán por ahorrar en la comodidad de sus empleados. Sea lo que fuese, estar sentado ahí era una tortura para su cuerpo tan grande.

Llevó una de sus manos a su cuello, donde apretó fuertemente la yema de sus dedos contra su piel.

—¿No puedes ser un poco agradecido? —continuó, —pagará la salida del bar, eso quiere decir, que pagará por una buena botella de whiskey.

—Cuánta fe le tienes para creer que nos llevará a un buen sitio —señaló Stan.

—Tienes algo personal contra el jefe, me queda claro.

—¿Y tú? No me digas que te lo estás cogiendo para que lo estés defendiendo a diestra y siniestra —atacó Stan guardando ambas manos en sus bolsillos de su pantalón. —¿Te está pagando extra por tus servicios? Si es así, dímelo, para unirme.

—Eres un verdadero animal.

Kenny rodeó los ojos ante la evidente disputa entre sus compañeros. Aunque estaría mintiendo si dijera que no le interesaba un poquito que su jefe pague por una salida al bar, después de todo, tener alcohol gratis sigue siendo algo que no podía desaprovechar. Se puso de pie lentamente, siendo delatado por el ruido metálico de la silla.

Aunque haya captado la atención de sus compañeros, su única preocupación era poder quitarse la comezón de su espalda. Sumándole que el blazer le estaba dando calor, con su mano derecha quitó hábilmente el nudo de su corbata.

—Eh, Kenny, me preguntaba si te apuntas a la escapada que va organizar el jefe. Me ha pedido que se lo cuente a todos —habló una vez más el moreno.

—Claro, porque desperdiciar un viernes por la noche con el bastardo de tu jefe es un plan muy excitante —ironizó Stan cargando una sonrisa de socarronería.

El comentario de Stan solo causó que su otro compañero entrecierra la mirada.

—¿Qué me dices? —optó por ignorar al pelinegro.

No fue sorpresa para ninguno, cuando Kenny solo se encogió de hombros y les dio la espalda para dirigirse a la máquina de expendedora. Cuando plantó camino para irse, alcanzó oír lo que pensaban sus compañeros.

—No pierdas el tiempo invitándolo.

—Es parte de la oficina como todos, Stan.

—Solo que habrá reprobado el curso de oratoria, el grandote no sabe articular ni su propio nombre.

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