El aire frío de la mañana envolvía las calles de Kyoto. Kazuki Takeda caminaba con el mismo ritmo constante y metódico de todos los días, con su maletín en una mano y la bufanda perfectamente ajustada alrededor de su cuello. Profesor de matemáticas en un instituto de secundaria, su vida giraba en torno a rutinas inmutables. A las 7:15 salía de su pequeño apartamento, a las 7:23 pasaba frente al templo local, y a las 7:32 llegaba al colegio, donde impartía clases hasta bien entrada la tarde.
Los números eran su refugio. En un mundo lleno de caos e irracionalidad, las matemáticas ofrecían certezas, reglas inquebrantables que daban sentido al universo. A sus treinta y pocos años, Kazuki había renunciado a los placeres que otros consideraban fundamentales. Amor, relaciones, emociones... todo eso era, en su opinión, ruido innecesario.
Mientras caminaba por el sendero bordeado de cerezos desnudos, las ramas extendiéndose hacia el cielo como manos implorantes, sus pensamientos vagaban hacia sus clases. Había un examen por corregir y una reunión con padres que deseaba evitar. La vida era un ciclo repetido de problemas a resolver, tanto en el aula como fuera de ella.
Al doblar la esquina de la calle comercial, algo captó su atención. Era un café nuevo, apenas inaugurado hacía unas semanas. Frente a él, una mujer estaba colocando cuidadosamente un letrero de madera en la entrada. No era especialmente llamativa, pero había algo en su postura relajada y en la sonrisa leve con la que saludaba a los transeúntes que desentonaba con el ambiente gris de la mañana.
Kazuki la miró brevemente, más por curiosidad que por interés, y siguió caminando. Sin embargo, en los días siguientes, cada vez que pasaba frente al café, la encontraba allí, ya fuera limpiando las mesas exteriores, saludando a los vecinos o simplemente observando la calle con una taza de té entre las manos.
Lo que más le irritaba era su constante sonrisa. Siempre amable, siempre tranquila, como si el mundo entero no pudiera perturbarla. Le molestaba profundamente. En su opinión, esa clase de actitud solo podía ser ingenuidad o una absurda falta de comprensión del mundo real. ¿Cómo podía alguien ser tan optimista?
Una de esas mañanas, mientras revisaba mentalmente los ejercicios que daría a sus alumnos, notó que la mujer estaba pintando algo en el cristal del café. Sus movimientos eran fluidos y decididos, y a pesar del frío, parecía completamente absorta en su tarea.
Kazuki frunció el ceño. Había algo exasperante en la forma en que ella parecía disfrutar de cosas tan... insignificantes. ¿Cómo podía alguien dedicar su tiempo a algo tan efímero como pintar sobre un vidrio que, seguramente, sería limpiado en unos días?
"Es irracional", murmuró para sí mismo mientras se alejaba.
Y, sin embargo, esa imagen quedó grabada en su mente durante todo el día.
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La Formula del Amor | M. HERNÁNDEZ
RomanceKazuki Takeda vive rodeado de certezas. Profesor de matemáticas en una tranquila ciudad japonesa, ha construido su mundo alrededor de ecuaciones, fórmulas y la fría lógica. Para él, las emociones son distracciones inútiles, y el amor, una ecuación i...