La campana resonó por los pasillos del instituto, un sonido que marcaba el inicio de otra jornada que Kazuki Takeda enfrentaba con la misma apatía de siempre. Su aula, en el segundo piso, tenía una vista privilegiada al patio principal, donde los estudiantes comenzaban a reunirse en pequeños grupos. Él los observaba desde la ventana mientras preparaba el material para su clase.
Las risas y voces animadas se filtraban a través del vidrio, pero lo que más capturaba su atención —y le provocaba una mueca de desagrado— eran las parejas. Allí estaban, tomados de las manos, compartiendo auriculares, riendo por cosas que seguramente no tenían sentido. Para Kazuki, esa efusividad no era más que un espectáculo innecesario, una demostración de inmadurez disfrazada de sentimiento.
"Qué pérdida de tiempo", murmuró para sí mismo, ajustándose los lentes mientras anotaba una ecuación en el tablero.
Cuando los estudiantes comenzaron a entrar al aula, su expresión no cambió. Era conocido por ser uno de los profesores más estrictos del instituto, el tipo de maestro que rara vez sonreía y que consideraba innecesario cualquier intento de hacer sus clases más "divertidas".
—Bien, tomen asiento —dijo, sin levantar la vista de sus apuntes.
Los murmullos se apagaron lentamente mientras los alumnos sacaban sus cuadernos. Kazuki comenzó a escribir una serie de ecuaciones en el tablero, su escritura rápida y precisa, como si cada movimiento estuviera calculado al milímetro.
—Hoy vamos a continuar con sistemas de ecuaciones lineales. Les recuerdo que estas son la base de muchas disciplinas, desde la ingeniería hasta la economía. —Su voz era monótona, carente de cualquier inflexión emocional.
Mientras explicaba, sus ojos recorrían el aula. Había una pareja sentada en la última fila, demasiado cerca el uno del otro para su gusto. Cada tanto, compartían miradas y risitas, y Kazuki podía sentir su paciencia desgastarse.
—Tú, al fondo. —Señaló al chico, quien se sobresaltó. —¿Puedes decirme cuál es la solución para este sistema?
El joven tartamudeó, claramente perdido.
—Si prestaras la misma atención a las matemáticas que a tu compañera, probablemente tendrías una respuesta —añadió Kazuki, con un tono seco que provocó algunas risitas nerviosas en el aula.
La pareja se separó un poco, avergonzada, y Kazuki continuó con la clase, satisfecho de haber restaurado el orden.
Al terminar la lección, dio instrucciones para un ejercicio en grupo. Los estudiantes se reunieron en pequeños equipos, pero Kazuki apenas prestó atención. Su mirada volvía al patio, donde algunas parejas caminaban de la mano o compartían almuerzos en los bancos.
"¿Cómo pueden dedicar tanto tiempo a algo tan inútil?", pensó, frunciendo el ceño.
Para él, todo era cuestión de prioridades. Las emociones eran una distracción de lo que realmente importaba: el conocimiento, la lógica, las certezas. El amor, en particular, era la más absurda de todas las distracciones, una fórmula imposible de resolver, llena de variables que no seguían ninguna regla.
Cuando sonó la campana del almuerzo, Kazuki recogió sus cosas y se dirigió a la sala de profesores. Pasó junto a más parejas que llenaban los pasillos con risas y gestos afectuosos, y una sensación de disgusto le recorrió el cuerpo.
"Tal vez sea la época del año", pensó con ironía, recordando que el Día Blanco se acercaba. Una tradición que encontraba tan innecesaria como todo lo demás relacionado con el amor.
Sin embargo, mientras almorzaba en su escritorio, una imagen cruzó su mente: la mujer del café, con su sonrisa amable y su actitud despreocupada. Apretó los labios y desechó el pensamiento rápidamente, regresando a corregir los ejercicios de la mañana.
Pero por más que lo intentara, esa imagen parecía resistirse a salir de su cabeza.
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La Formula del Amor | M. HERNÁNDEZ
RomanceKazuki Takeda vive rodeado de certezas. Profesor de matemáticas en una tranquila ciudad japonesa, ha construido su mundo alrededor de ecuaciones, fórmulas y la fría lógica. Para él, las emociones son distracciones inútiles, y el amor, una ecuación i...