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CAROLINE KOCK

Yoga... desde que descubrí las bondades y sobre todo la flexibilidad que me otorga, esa que puedo usar para otras cosas más interesantes, no he dejado de practicarlo.

El grupo de mujeres seguimos las indicaciones del instructor. Aquel al que se le marca un trasero que le daría envidia a cualquiera.

—Por favor, George... ¿puedes hacer esa posición de espaldas a nosotras? Así sabemos bien cómo posicionarnos —chilla una de ellas, ocasionando que carcajadas se escucharan en colectivo.

—Margot... tú siempre de tremenda, pero bueno, ya que insisten —el sinvergüenza hace lo que le pide y aplausos de emoción se escuchan... incluido el mío. Por dios, qué nalgas.

—Vamos, chicas, ahora tomen aire y vamos a oxigenar esa cabeza perversa de ustedes. Inhalen a medida que descienden —nos explica y algunas hacen lo que explica, otras se quedan viendo sus nalgas... ¿Yo? Hago las dos cosas hasta que la postura me lo impide.

Y así me sigo inmiscuyendo en lo mío hasta que las clases acaban. Tomo mi bolso mientras me despido de aquellas que deben irse. Yo, por lo contrario, tomaré una ducha para ir directo al trabajo.

Empiezo a quitar mis mayas y toda aquella ropa sudada mientras el agua caliente y relajante llena de vapor todo el cubículo.

Este es el mejor sitio, uno de los más prestigiosos y caros. Por ello me lo disfruto, es una pasada todo esto.

Mis músculos se relajan enteros al sentir los pinchazos del preciado líquido rayando mi cuerpo. Es como si todos aquellos dejaran de estar alerta para tomarse un descanso.

Enjabono mi cuerpo con mimo hasta que una corriente de aire frío se cuela haciéndome erizar. El choque de temperaturas se siente abrumador.

Un cuerpo duro y desnudo se posa tras de mí, lo sé por la gran erección que presiona mi espalda baja.

—George... eres un chico malo —murmuro volteándome de a pocos mientras sus manos moldean mi cuerpo entero.

—No tanto como eres tú de traviesa —sus besos empiezan a regarse por mi cuello.

—¿Qué quieres? —pregunto paseando mis manos por su abdomen húmedo. El olor del su champú inunda mis fosas nasales.

—Sexo —contesta simple y directo. Yo arqueo una ceja mientras lo volteo, dejándolo bajo el chorro de agua.

—Inclínate y cómeme —le ordeno y como si fuese un fiel devota, sus rodillas tocan el suelo y toma una de mis piernas para dejarla sobre su hombro.

—Eres una mandona —resuella sin decir nada más para pasear toda esa larga lengua por mi humedad.

—Simplemente el control es mío —jadeo bajito mientras siento cómo sus labios se aferran a mi botoncillo, aquel que con maestría rodea para succionar y morder leve con sus dientes.

—No juegues sucio —pide ahora succionándome por completa, tragándose mi humedad con apetencia y hambre. Siento su lengua, sus dientes y dedos tocarme. Estos últimos me penetran y en forma de gancho empiezan a tocar ese punto que vuelve loca a cualquiera.

—¡Ah! —gimo sucumbiendo ante los brazos del placer, aquel que me hace posar mis manos a los lados de su cabeza para mover mis caderas, sintiendo su lengua acariciar divinamente el cúmulo de zonas erógenas que yacen en mi sensible coño.

Sus grandes dedos bordean mis labios y mi entrada, haciendo que explote en un orgasmo con un grito ahogado que me hace boquear como pez fuera de agua.

Siento cómo me deja limpia, tomando mi reciente orgasmo como si fuese elixir de vida. Una vez satisfecho, él mismo deja un beso en mis muslos internos para erguir ante mí su gran altura.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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