Capítulo 2

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Drake

El vestuario estaba en calma, al menos comparado con la locura de la cancha minutos antes. Habíamos ganado, sí, pero no podía sacudirme la sensación de que las cosas no habían salido como debían. Sentado frente a mi casillero, me quedé mirando mis zapatillas. El sudor todavía corría por mi frente, pero no hice ningún esfuerzo por limpiarlo.

Mis compañeros reían y comentaban las mejores jugadas del partido mientras se cambiaban, pero yo no podía unirme. Cada error que había cometido seguía dándome vueltas en la cabeza: ese bloqueo que no llegó a tiempo, esa recepción que salió desviada. No podía evitar sentir que los había decepcionado.

—¿Sigues dándole vueltas? —preguntó Ryan, dejándose caer en el banco a mi lado.

Giré la cabeza hacia él. Su cabello rubio todavía estaba húmedo por la ducha, y se ajustó los lentes mientras me observaba con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Qué quieres que te diga? —respondí, encogiéndome de hombros.

—No sé, algo que no sea "la culpa fue mía", porque eso ya lo has repetido como cinco veces hoy.

No respondí. Sabía que Ryan tenía razón, pero no podía evitarlo. Habíamos llegado al tercer set por mi culpa, y aunque habíamos ganado, la victoria no se sentía como debería.

—Mira, lo entiendo, ¿vale? —continuó Ryan—. Pero eres demasiado duro contigo mismo. Nadie más está pensando en esos errores. Solo tú.

Antes de que pudiera decir algo, el entrenador entró al vestuario. Sus pasos resonaron con fuerza, y todos los chicos se callaron de inmediato. Cruzó la sala hasta detenerse frente a mí, con los brazos cruzados y la mirada fija.

—Collins, ¿qué pasó ahí afuera?

Sabía que esta conversación llegaría. Me enderecé en el banco, aunque sentía el peso de su mirada como una losa.

—Lo siento, entrenador. Fue... un mal momento —dije, sabiendo que no era una buena excusa.

El entrenador soltó un leve suspiro, pero no se apartó.

—No necesitamos disculpas, Collins. Necesitamos que entiendas lo que pasó. Porque si no lo entiendes, va a volver a pasar.

Me quedé en silencio, sin saber qué responder.

—Mira, eres un gran jugador. Uno de los mejores que tenemos. Pero eso no significa nada si dejas que las cosas fuera de la cancha te controlen. Sé que tienes muchas cosas en la cabeza, pero cuando estás aquí, en la cancha, eso tiene que quedar fuera. Este equipo confía en ti, pero también necesitas confiar en ti mismo.

Asentí lentamente, sus palabras calando más hondo de lo que esperaba.

—Entendido, entrenador.

Él me observó un segundo más antes de asentir también y marcharse, dejándome con mis pensamientos.

Ryan se levantó del banco, acomodándose la mochila al hombro.

—Bueno, ¿ya te convenciste de dejar de castigarte o necesito arrastrarte fuera de aquí?

Suspiré, poniéndome de pie.

—Vamos.

La noche había caído, y el aire frío me ayudaba a despejarme mientras caminábamos hacia mi departamento

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La noche había caído, y el aire frío me ayudaba a despejarme mientras caminábamos hacia mi departamento. Ryan iba a mi lado, en silencio al principio, hasta que finalmente habló.

—¿Sabes? Connor fue impresionante hoy.

Fruncí el ceño, algo sorprendido.

—¿Connor?

—Sí. Literalmente sabía dónde iba a caer cada pelota. Incluso cuando perdimos puntos, el tipo seguía igual de tranquilo. Es como si no tuviera emociones.

—No lo sé. Pero sí... siempre parece saber qué hacer —admití, recordando algunas de las jugadas en las que había frustrado nuestros ataques.

Ryan ajustó sus lentes con un movimiento rápido.

—Debe tener superpoderes o algo así. Lo apuesto todo a que en su tiempo libre es un robot que juega ajedrez.

Solté una risa, sacudiendo la cabeza.

—¿Un robot? ¿De verdad?

—¿Qué otra explicación hay? ¿Un chip instalado por extraterrestres? ¡Esas antenas deben estar escondidas en su cabello!

Nos reímos juntos, el tono relajado ayudándome a dejar atrás el peso del día, aunque fuera solo por un rato.

Cuando llegamos a mi departamento, Ryan dejó su mochila junto al sofá y se tiró en él sin pensarlo dos veces.

—¿Qué, no piensas invitarme algo? —bromeó, señalando la cocina.

—Primero necesito una ducha, y luego veremos qué hago contigo —respondí, riendo mientras iba al baño.

El agua caliente fue un alivio después del partido. Dejé que se llevara todo el sudor, la tensión y los pensamientos que aún rondaban mi cabeza. Cuando terminé, me puse algo cómodo y regresé a la sala, donde Ryan había organizado las notas y libros del proyecto.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? —pregunté, dejándome caer en la silla frente a él.

—Por convencerme de que Filosofía y Ética para ingenieros no fue una de las peores ideas jamás inventadas.

—Definitivamente fue una mala idea —respondí, riendo mientras hojeaba mis apuntes.

Pasamos las siguientes horas entre bromas y trabajo, organizando ideas y redactando partes del trabajo. Ryan tenía un humor tan peculiar que incluso los temas más aburridos se volvían soportables.

—Sabes, si no fueras tan insoportablemente sarcástico, tal vez serías un buen compañero de equipo —comenté en algún momento, tratando de mantener la seriedad.

—Y si tú no fueras un perfeccionista maniático, tal vez no tendría que serlo.

Reímos juntos, dejando que las bromas llenaran el silencio de la noche. Por primera vez en todo el día, sentí que podía respirar. Había mucho que hacer, pero en ese momento, las cosas parecían un poco más llevaderas.

Promesas en Ruinas [HIATUS]Where stories live. Discover now