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No sabía qué les iría a suceder una vez adentro, y sin embargo habían ido hasta allá, solos y a pie por la Highway 285, cosa absurda ya de por sí, eso de andar a pie a estas alturas de la vida por el sur de Colorado. El mayor de los muchachos se llamaba Greg y tenía veintiséis años, y el menor apenas trece, en realidad un niño al que en la escuela le decían Sleepy Joe porque se quedaba dormido en clase.

-No estoy dormido, estoy rezando -se defendía ante la maestra, que lo zarandeaba cada vez que lo pillaba con los ojos cerrados.

Wendy Mellons opina que, más que hermanos, debían de parecer padre e hijo el día en que caminaron juntos por la orilla de esa autopista, tan larga que atraviesa tres estados enteros. La cosa es que nadie invierte casi tres horas, como hicieron ellos, en su trayecto que en la destartalada  pickup de su padre hubieran podido hacer en un brinco.

-Cumplían una orden -me aclara Wendy Mellons-. Les habían advertido de que debían llegar solos y a pie.

Andando, andando, se apartaron de la 285 para tomar el viejo camino que va de Purgatorio a New Saddle Rock, cruzaron el lecho seco del Perdidas Creek, atravesaron un rastrojo, subieron por un erial y vieron por fin la casa, pequeña, blanca, de adobe, apartada de cualquier otra construcción y oculta detrás de una valla publicitaria de Coors Golden Beer.

-Tengo sed -dijo el menor ante la valla-. Si hubiéramos traído siquiera un poco de agua...

-Mejor no hubiéramos venido -respondió el mayor.
No dijeron mucho más ninguno de los dos, cada uno encerrado en sus propio pensamientos, preguntándose cómo sería entrar en aquella casa, qué los estaría esperando adentro.
A unas cincuenta yardas de la fachada había una cruz de piedra y ellos se arrodillaron al pie, aunque les inquietó ensuciar todavía más sus pantalones, ya de por sí rucios de polvo tras el recorrido, y es que al fin y al cabo llevaban puesta su ropa buena, la de los domingos y ocasiones especiales, traje de paño, camisa con corbatín y zapatos negros de amarrar con todo y calcetines. Nadie abrió la puerta de la casa de adobe, ni siquiera una ventana, tal vez nadie se percató siquiera de que ellos habían llegado, pero les habían dicho que debían esperar al lado de la cruz y así lo hicieron. Pasaron muchos minutos antes de que saliera el viejo. Caminó hacia ellos tan lentamente que el muchacho menor estuvo a punto de perder la paciencia y gritarle que se apurara. Les dijo unas cantas cosas que ellos no comprendieron, regresó a la casa con la misma parsimonia de antes y entonces sí, empezó para ellos una espera larga de verdad. Cuando sus rodillas no aguantaban más el suelo pedregoso, se abrió de nuevo la puerto y por ella salieron tres hombres, que se acercaron.

Se envolvían en capotes negros, las caras medio ocultas por las capuchas, y aun así los muchachos reconocieron a dos de ellos, Will, el dependiente de la gasolinera, y Beltrán, el que vendía suvenires en Ufo Gift Shop, vecinos suyos de toda la vida, y al mismo tiempo no, había algo raro, la vestimenta estrafalaria y los modales pomposos convertían a esos vecinos en extraños, unos extraños que les anunciaron con voz ajena que serían sus padrinos y que procedieron a vendarles los ojos.

-Me pusiste la venda muy apretada Will  -dijo Greg, el muchacho grande.                                                              -No le digas Will -lo cortó Beltrán-. Si quieres dirigirte a él, o a mí, debes llamarnos Penitente Brothers.                                                                                                                                                                                                 -Entonces aflójame la venda, Penitente Brother.

Los guiaron hacia la puerta de la Morada -los Penitentes, que al parecer a todo le cambiaban el nombre, les advirtieron de que debían llamar Morada a la casa de adobe-. Cegados por las vendas, los dos muchachos avanzaron a los trompicones hasta que les avisaron de que debían golpear para pedir entrada. El santo y seña era una retahíla que ellos traían aprendida; durante días habían estado repitiéndola y tratando de memorizarla con mucha dificultad, según explica Wendy Mellons, porque el español no era su idioma, y casi que ni siquiera el inglés, más bien el eslovaco que hablaban sus padres, venidos de la región de Banská Bystrica, una pareja de inmigrantes que, pese a ser blancos, eran tan pobres y tan católicos como the gente, que es como se llama a sí misma la antigua comunidad de hispanos del San Luis Valley, al sur de Colorado.

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⏰ Última actualización: Sep 25, 2015 ⏰

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