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Aquí estaba yo, otra vez entre tantas, otro día más, sentada en el banco del baño del colegio. Me refugiaba aquí en los recreos, mientras mis compañeros jugaban o charlaban fuera, en el patio. ¿Que por qué yo no estaba con ellos? Simple: ni yo era de su agrado, ni ellos de mío. Claro que me cansaba estar sola todos los recreos mientras les escuchaba reír de cualquier tontería que estuvieran haciendo, pero qué iba a hacer, ¿hacer amigos? Ja.

Un 24 de noviembre, cuando íbamos por el segundo mes del quinto curso, me harté. Me harté de estar cuatro años sentada, sola, y sin hablar con nadie. Bueno, ya estaba harta desde hace tiempo, pero me dí cuenta cuándo llegué a clase y vi que nadie se había acordado de mi cumpleaños. Llevaban desde los dos años conmigo, veintiséis personas exactamente, y ninguna se había acordado. A la hora del recreo, no fui al baño cómo siempre, si no que salí a fuera.

No mereció la pena. Ángel, el delegado de la clase, y el más popular de todo el curso, me gritó: "Tú, gorda, podías haberte quedado en el baño, allí también estás sola pero no molestas a nadie." Él y su selecto grupito rieron su chistecito sin gracia. Cuándo me dí cuenta de lo que estaba sucediendo, él estaba tumbado en el suelo sangrando por la nariz y yo tenía un fuerte dolor en el puño. No me podía creer lo que acababa de hacer. Acababa de pegarle a Ángel, el mismísimo Ángel, al que todos adoraban. Si antes estaba mal, ahora... ahora estaba en la mierda.

si el corazón hablaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora