Capítulo 1

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Todo comenzó hace dos meses cuando mi madre me envió a comprar huevos al supermercado, yo no tenía ganas de ir, pero como es costumbre en gran parte de las madres, la mía nunca me escucha.

-Mamá ¿No puedes ir tú? En serio no tengo ganas.

- ¡Madison por favor! ­­-. podía ver levemente la ira en sus ojos, esa ira que te produce lidiar con un adolescente las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Supongo que para una madre no debe ser fácil, pero si tan solo se pudiera establecer un diálogo sin llegar a discutir entre gritos y llantos supongo que la vida sería mucho más fácil, y es ese el problema, la vida nunca ha sido fácil.

-Está bien, pero no me grites.

-Pues entonces obedece.

Soy una creyente de que quizás la resignación es uno de los factores principales por los cuales los adolescentes cargan con rabia e impotencia, digo, si mi madre tomara en cuenta mi opinión yo no tendría que resignarme, y es que resignarme es la única opción que me queda, ya que todos conocemos el dicho "porque soy tu madre y yo mando aquí".

Fui al supermercado, pero no sabía ni siquiera cuántos huevos quería mi madre. De camino al super me tropecé en un desnivel de la calle provocado por la raíz de un árbol y caí sobre unos arbustos perfectamente podados por el jardinero del vecino. Unos chicos que estaban en la otra vereda se comenzaron a reír, supongo que yo también lo hubiera hecho, pero uno de ellos se acercó con una pizca de ironía en la cara y esbozando una sonrisa maliciosa me preguntó.

- Disculpa, ¿Te has caído?

- No -respondí algo agitada-. La verdad es que tenía ganas de abrazar el suelo, imbécil.

Me puse de pie y corrí hasta que mis piernas no podían más, frente a mí ya estaba el supermercado, realmente el destino no quería que fuera. Tomé la primera bandeja de huevos que encontré y fui directo a la caja. Pagué los huevos y comencé a caminar lo más rápido que pude, sólo quería llegar a mi casa, entrar en mi habitación y gritar apretando la almohada como cada vez que la frustración se apodera de mi cuerpo, pero cuando iba a salir corriendo escuché una voz medianamente ronca que gritaba:

- ¡Oye guapa!, olvidas los huevos.

¡Trágame tierra! Este definitivamente no era mi día. Volteé y vi al empaquetador con la caja de huevos en la mano. Al instante sentí el hervor en mis mejillas, fui donde el muchacho y tomé los huevos sin siquiera pensar en lo que estaba ocurriendo, era como si la inercia de mi cuerpo reaccionara ante la situación pero mi cerebro solo estuviera ocupado en crear comentarios y palabrotas para describir ese día.

-Se dice gracias -dijo el chico sonriendo presuntuosamente.

-Estaba a punto de decirlo -dije irónica. La rabia me iba a hacer explotar, entonces fue cuando lo miré a los ojos. ¡Guau! Me quedé mirándolo unos diez segundos. Dios, nunca olvidaré esos ojos color pardo, tenían un brillo increíble. Sonó mi celular, lo tomé y vi un mensaje de mi madre.

"Necesito los huevos para cocinar, no para ponerlos de adorno, por favor apúrate"

Fue como si alguien me despertara de un sueño con un balde de agua fría. De regreso a la realidad volví a sentir los pitidos de las cajas registradoras y el bullicio del supermercado, volteé hacia la puerta, ahora decidida a llegar a mi casa lo más rápido que pudiera hasta que el chico me gritó nuevamente:

- ¡Se dice Adiós!

-Estaba por decirlo -dije nuevamente tratando de parecer lo más irónica para evitar que se notara mi repentino cambio de humor, entonces el chico sonrió satisfecho.

Esto me había alegrado el día, pero ¿Quién era ese chico? ¿Por qué nunca lo había visto? Su pelo lucía tan sedoso, su sonrisa era perfecta pero esos ojos, sin duda eran de otro mundo.

Mil y un errores de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora