Sombra

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Tengo hambre.

Hace ya días que no como y ¿sabes qué? TENGO HAMBRE.

Oh, humano, todo fue tan divertido. Me creaste con tus delirantes miedos. No solo a mi, en realidad, pero fui yo el único que logré escapar de la prisión que es tu mente. Fue sencillo, la verdad, yo lo tenía mas fácil que la mayoría de mis amigos de ahí arriba ¿cómo pueden escapar un muñeco que se mueve y habla solo, o un ser gigantesco, albino y peludo que vive en las altas montañas y no se congela nunca? Por no hablar de esos pies tan gigantes que le solías poner. Inútiles, nadie es capaz de correr con esos pies tan rápido como para matar a todo un grupo de personas y no ser visto nunca. Aunque me caía genial ese tipo, era buena gente.

Como te he dicho yo lo tuve realmente fácil, todos los días ves sombras, a nadie le falta la suya ¡hay, incluso, quien habla con ella! Tu no lo hacías, al menos al principio.

Tengo que agradecérselo todo a una de tantas películas que solías ver. Fue ella quién te dio la idea de que yo podía existir, y ese agradable gato negro con su escurridiza carrera te lo confirmó. Tengo que agradecérselo cuando lo vuelva a ver, sin ese pequeño susto yo habría quedado como los demás, en un rincón de tu cabeza, olvidado a las pocas horas y relegado a las mas oscuras habitaciones de tu mente.

Esa misma noche nací.

Verás, la vida de una pequeña sombra recién nacida no es, que se diga, muy fácil. Al contrario. Solo tu sabías de mi existencia y la mayor parte del día tenía que esconderme, no comía lo suficiente y apenas me prestabas atención.

Pero como siempre la situación mejoró. Pese a las cosas malas que tenía yo hacía lo indecible para pasármelo bien. Me pasaba todo el día jugando contigo, al principio no tenía mucha fuerza, por lo que no podía hacer mas que mover pequeñas cosas: te movía las monedas que dejabas, el trapo de la cocina ¡incluso llegué a ser capaz de jugar con tus llaves! A ti no te gustaban mis juegos, pero no podía hacer otra cosa para pasar el rato, el sol me relegaba a ser bastante inútil, la verdad.

Según fue creciendo mi fuerza descubrí que también era capaz de hablar, aunque creo que nunca me llegaste a entender, una pena, habríamos tenido conversaciones realmente interesantes. Ya no solo te movía las cosas de sitio si no que también te hacía escuchar cosas de lo mas variopintas, la que más me gustaba hacerte oír era el sonido de una canica rodando por el techo. Ya no me bastaba con esconderte las cosas, no, me di cuenta del hambre que tenía y descubrí que lo que me alimentaba eras tú, así que empecé a tomarme mas en serio mis pequeñas travesuras.

Caí en la cuenta de que había crecido muchísimo esos días, tanto en tamaño como en color. Ya era toda una sombra propiamente dicha: negra y elástica, elástica, y muy ágil. Así que empecé a actuar como tal. También me di cuenta de que podías verme, me alegré muchísimo, al fin y al cabo era así gracias a ti.

Ya no solo te escondía tus cosas, si no que también me escondía yo. Jugaba al escondite todo el día y te indicaba cuándo estabas cerca de mi con sonidos. ¡Qué poco te gustaban!.

Los días pasaron y cada vez era más fuerte y atrevido. Decidí que por las noches dejaría de esconderme y me centraría en cosas más importantes como mover puertas, acariciarte o meterme en tus sueños. Al no esconderme eras capaz de verme sin esforzarte, no como por el día que solo llegabas a atisbarme de reojo o menos de un segundo en los espejos. Allá donde estuviera tú lo sabias. Me sentaba en esa silla tan cómoda que utilizas para dejar tu ropa, un desperdicio que la utilices para eso, porque es la silla mas cómoda que he probado, me quedaba quieto cantando en una esquina de tu habitación, aunque creo que tú solo oías llantos de niños y chirridos, nada que hiciera honor a la gran voz que tengo; jugaba en el techo con las luces que entraban por la ventana y muchas cosas más, y cuando me cansaba me metía debajo de tu cama a dormir. Llegué a ser el responsable de la mayoría de cosas que ocurrían en tu casa por las noches. Y aunque eso me bastaba para seguir sobreviviendo no era lo suficiente como para saciarme.

Pero todo se resolvió cuando me mencionaste ante una amiga tuya. Empecé a alimentarme de ella también, aunque no me duró mucho, me entusiasme demasiado y su débil cerebro no lo pudo soportar: se suicidó. Pero no sin antes contar de mi existencia a sus amigos y algunos familiares, y un par de médicos obsesionados con pastillas.

Te afectó su muerte y eso me puso contento, cada día sabías mejor. El sabor del miedo es agradable, pero el del terror es indescriptible. La verdad es que a mi también me apenó la muerte de esa chica, creo que habría sido uno de mis mejores alimentos, llegó a aterrorizarse muy rápido y sus gritos eran perfectos para hacer los coros de mis canciones.

Pero bueno, pese a ser genial aún no soy perfecto y aprendí una valiosa lección de aquella deliciosa niña: la comida a fuego lento es la mas rica.

Te preguntarás, querido creador, por que te estoy contando todo esto y es que tu amiga era bastante lista y descubrió como hacerme frente, y se que te lo dejó escrito todo en una nota que tú, convenientemente, escondiste cuando yo estaba ocupado alimentándome de otras personas. No quiero hacerlo, te lo prometo, al fin de cuentas gracias a ti estoy aquí, pero si crees que ahora puedes destruirme estas muy equivocado. Todas las personas que me conocen acaban hablando de mi a aquellas que no lo han hecho aun y ya no te necesito.

Ya no tengo miedo de que tu mueras, demasiada gente cree en mi como para que tu muerte me preocupe, las mentes de muchas personas son mías ya y se que no voy a desaparecer si te mato. Una pena, pero así es la vida, un padre no tiene que sobrevivir a un hijo.

Así que haré como hice con ella y terminaré contigo de una vez por todas. Me deleitaré con tu sangre como hice con la suya.

Su carne era deliciosa.

¿Cómo será la tuya?

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