Capítulo 88. Peligrosa Adicción

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Esperaba pacientemente a que se quedara completamente dormida, mientras mi mano recorría con suavidad su cuero cabelludo, trazando círculos delicados que parecían calmarla aún más

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Esperaba pacientemente a que se quedara completamente dormida, mientras mi mano recorría con suavidad su cuero cabelludo, trazando círculos delicados que parecían calmarla aún más. De vez en cuando, mis dedos se enredaban en algunos mechones de su cabello, jugando con ellos, como si ese pequeño gesto fuera lo único que me mantenía conectado a la realidad.

Haberle dicho toda la verdad hacía apenas unas horas fue como arrancarme una venda de los ojos, forzándome a mirar cara a cara la peor versión de mí mismo. Cada palabra que pronuncié no solo expuso mis errores ante ella, sino que también los amplificó dentro de mí, dejándome vulnerable ante una culpa que parecía imposible de borrar, una culpa que se aferraba a mi pecho con tal fuerza que me robaba el sueño y llenaba el silencio de la madrugada con un peso insoportable, aplastándome lentamente en la quietud de la noche.

Bajé la mirada hacia su rostro, donde aún quedaban rastros de su llanto. Sus ojos, hinchados y enrojecidos, eran un testigo de todo lo que había soportado por mi culpa.

Mi pecho se encogió bajo su peso, mientras una oleada de culpabilidad me aplastaba con más fuerza. Suspiré hondo, tratando de liberar esa opresión inútilmente.

Incliné ligeramente la cabeza hacia un costado, buscando verla mejor.

Ella estaba acurrucada sobre mi pecho, su cuerpo pequeño y frágil, ahora en paz. Ya no sollozaba, ya no temblaba como antes, y su respiración era suave, constante, como una melodía que al fin encontraba su ritmo. Me reconfortaba verla así, perdida en un sueño profundo, libre de pensamientos que la atormentaran, ajena a las sombras que nos rodeaban. Verla tranquila, sin dolor, era lo único que podía darme algo de calma,

Con cuidado, aparté mi mano de la suya vendada, procurando no lastimarla ni despertarla, y deslicé los dedos hasta sus párpados cerrados. Los acaricié con el pulgar, moviéndolo con una suavidad casi temerosa, como si incluso en su sueño pudiera sentir mi arrepentimiento.

Dejé caer la cabeza sobre la cabecera de la cama, sintiendo el frío de la madera contra mi nuca. Cerré los ojos con lentitud, dejando que un suspiro pesado escapara de mis labios.

Qué idiota fui.

El pensamiento me golpeó con la fuerza de una sentencia irrevocable, repitiéndose en mi mente como un eco castigador, sin tregua.

Mis párpados se mantuvieron cerrados, sin la más mínima intención de abrirse. Estaba agotado.

Solo el sonido de su respiración pausada rompía el silencio de la habitación, y por un momento me aferré a eso, dejando que su presencia dormida me brindara un consuelo que no merecía mucho.

Me permití ese instante, flotando en la pesadez del sueño que amenazaba con arrastrarme por completo, pero sin dejarme caer del todo. No podía darme el lujo de perderme en el descanso. En un par de horas, debía volver a mi habitación para evitar sospechas.

©Peligrosa Adicción. Jungkook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora