Estaba echado yo en la tierra, enfrente del infinito campo de Castilla, que en el otoño envolvía en la amarilla dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente abría el aza oscura, y la sencilla mano abierta debajo la semilla en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo, pleno de su sentir alto y profundo, al ancho surco del terruño tierno,
A ver si con romperlo y con sembrarlo, la primavera le mostraba al mundo el árbol puro del amor eterno.
- Juan Ramón Jiménez.