Uno.

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— Eres tan bonita.

Mi voz tan ronca juntada con la excitación del momento se hacía escuchar en el cuarto en donde ambos estábamos a la nada de entregarnos en cuerpo y alma. Angélica tenía sus ojos cerrados y un leve rubor en sus mejillas, haciéndome besarle cortamente cada una mientras bajaba por su cuello y entre el medio de sus pechos medianos y redondos.

Ella con su rostro palmado con un poco de sudor, hacía que ese sentimiento creciera más entre ambos lados, mi pene y mi mente. Angélica abrió los ojos, mostrando sus orbes cafés oscuros, llenos de lujuria.

— Introduce ahora eso que tienes tan grande. — Gimió. — Ya, Manuel.

— Como diga mi bella dama.

No mas palabras, y entré en ella sintiendo como apretaba un poco mi pene. Jadeante y con placer de sentir más, o eso es lo que yo podía presentir.

Una de sus manos se dirigió a mi cabello tirando de este solo un poco, la otra fue a la sábana beige de la cama, sus piernas dobladas un poco y abiertas a un volumen donde puedo estar cómodamente sobre ella. Al mirar su rostro de dolor y luego de placer, comencé a moverme lenta pero duramente dentro de ella. Uno, dos, tres y así sucesivamente aumentaba mis embestidas. Se veía tan dulce, tan frágil como un pétalo de rosa.

— Manuel... — Mi nombre de sus labios era algo que me hacía sentir como un loco posesivo. — Te amo. — Esas palabras que quería escuchar desde el primer día que la observé en el colegio. Con su blusa blanca, lentes oscuros y cabello corto y Lacio, junto con un collar algo extraño.

— Te amo más.

Ambos nos unimos en uno mismo, sentí lo mas profundo de ella, como era tan sincera cuando al principio era tan dura y seria. Un beso profundizado y continuamos, hasta terminar agotados con la piel en sudor, un sudor que había sido el mejor de mi historia experiencia.

•••

Las nueve de la mañana y yo estaba preparando el desayuno, Angélica estaba acostada aún, y como me levanté primero decidí hacerle el desayuno. Dos huevos con tocino y pan, un jugo de toronja y una flor Margarita.

Al darme la vuelta, la observé. Tan hermosa con su cabello un poco revuelto y tallando uno de sus ojos mientras tenía encima una camisa mía, la misma de ayer.

— Buenos días.

— Buenos días, cariño. — Contesté, dejé el desayuno en la mesa y me acerqué a ella tomando su cintura y besando sus labios sin hacer ningún movimiento con ellos mientras bajaba mis manos a su trasero y daba un leve apretón a este sintiendo como jadeba en mi boca. — ¿Lista para desayunar?

— Si. — Solté una risita, la hice un ademán después de separarme de ella, pasó primero y le di una nalgada dejando ver un poco de su trasero al descubierto. Mordí mi labio y sentí ese cosquilleo en el vientre bajo. — Que delicia. No sabía que cocinabas.

— Pues ya lo sabes. — Me paro detrás de ella y comienzo a besarle el cuello mientras comía, paso mis manos por su estómago y las meto por mi camisa que la tenía puesta, subo mis manos y comienzo a masajear sus senos. Ella toma un poco de jugo y hace como que no le importa. Juego con sus pezones sintiendo como se ponían cada vez un poco duros. — ¿Sabes? Damián se va a poner celoso cuando sepa que tengo lo que más a querido en su vida. — Murmuré para bajar ahora a su zona íntima y comenzar a acariciar.

— Creo que si. — Soltó una risita baja, su hermosa risa que era música para mis oídos aparte de sus gemidos.

— Quiero hacerte el amor... Pero esta vez más fuerte.

Angélica, un ángel y demonio. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora