Cuando era más pequeño mi madre me solía llevar a un café en las galerías de mi ciudad. Recuerdo que el ambiente era bastante "retro", rústico, y eso era algo que ciertamente me encantaba; me encantaba ese sitio, pero lo que más me gustaba era tomar descafeinados, me sentía mayor, y a pesar de que no era lo mismo me encantaba sentirme como los mayores tomando café y poniendo cara de interesante.
Lo mejor de todo era la preparación: la camarera nos traía un par de tacitas vacías, y una jarrita de leche hirviendo, además de unos sobrecitos de café descafeinado. Echaba la leche hirviendo en la taza, y posteriormente vertía el contenido del sobrecito de descafeinado, volviendo la leche marrón. Aun recuerdo aquel olor, fuerte.
Finalmente, tocaba echar el azúcar; realmente siempre le echo mucho azúcar al café, por lo general (en ocasiones pedía otro sobrecito de azúcar para que fuese más dulce). Recuerdo con toda nitidez cómo lo iba echando poco a poco y cómo iba removiendo el café en el tazón en el sentido de las agujas del reloj: todo aquel procedimiento era casi un ritual...el olor, el sitio, las sensaciones.
Lo más gracioso de todo es que siempre, y cuando digo siempre es SIEMPRE, al acabar de verter el azúcar y mezclarlo todo, volvía a revolver la mezcla, esta vez en el sentido contrario a las agujas del reloj. ¡Pensaba que así el azúcar reaparecería de nuevo! Creía que podría hacer que aquellos simples cristalecitos reapareciesen sobre la espuma marrón, como si pudiese deshacer aquello; evidentemente no podía y lo sabía, pero siempre lo intentaba, siempre tenía el atisbo de que por cualquier vicisitud del destino aquello podría revertirse, solamente por pura curiosidad.
Con el tiempo me di cuenta de que en la vida en general, todos tenemos problemas, o nos pasan cosas diversas, y que lo importante es saber arreglar las malas, mas en ocasiones no podemos, por mucho que nos esforcemos o por mucho que lo intentemos no podemos arreglar ciertos actos, o momentos. Resulta paradójico, ya que sin yo saberlo, ya había comprobado eso de niño a menudo en la misma cafetería con el experimento del azúcar. Y es que me encantaría poder remover los problemas en el sentido contrario de las agujas del reloj, me encantaría que los cristalecitos saliesen a la superficie (esta vez para eliminarlos y no para darle dulzura a la mezcla), me encantaría revertir las cosas. Pero no se puede. Algo tan simple como remover un descafeinado de niño me enseñó que algunas cosas no se pueden revertir. Pensando sobre el tema no puedo sino retrotraerme a esa cafetería retro, con mi madre, con aquel tazón de leche y aquella tacita de café.
Al final , de lo que se trata no es de volver a remover el café, en este caso los problemas y la vida; se trata de bebérselo y saborear la mezcla entre dulzura y amargura, el café y el azúcar juntos. Hay que bebérselo entero.