LAS CORTINAS

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Allí estábamos mi amigo y yo escogidos detrás de las cortinas temblando de miedo.
Esperamos que el monstruo no se diera cuenta de nuestra presencia, se cansara y se fuera.Estábamos seguros de que pasaría de largo e incluso mi compañero me sonrió con confianza guiñandome el ojo.Entonces vi sus ojos rojos, sentí un agudo dolor en el cuello y un frío intenso en el corazón. Desperté con otros ojos, otras manos, otras uñas, otro pelo, otros dientes...
Las cortinas estaban descorridas y mi alma ya no existía.Mi amigo yacía a mi lado en un charco de sangre con la yugular desgarrada y los ojos abiertos. Su cara desencajada en una eterna agonía mostraba el terror absoluto.Y me dio risa.Me hacía gracia mirarle, tenía sed y bebí su sangre muerta mientras coágulos llovian de mis lagrimales. Lloraba, reía e hipaba en un doloroso frenesí.Mi vida había cambiado

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