Arthur despertó en la mañana e inmediatamente supo que ese sería el mejor día de su vida. Se levantó de su cama de un salto -bueno, se cayó al suelo y tuvo que levantarse-, esquivó las otras 19 camas de la habitación donde yacían los chicos que aun no se habían levantado y salió corriendo al pasillo. Y es que, por primera vez, el orfanato no se le antojaba siniestro y aterrador a pesar de su apariencia. No. Ese día, hasta sintió algo de nostalgia porque iba a dejar su hogar de la infancia. Se le quitó muy rápido, claro.
Se dirigió hacia el comedor y entró con una sonrisa radiante que ni la mismísima directora le podría quitar. Por fin se iba de aquel lugar.
El comedor no estaba lleno, pocas personas eran las que se levantaban a las 7:00 a.m para ir a desayunar. Había incluso menos entonces, eran las 6 en punto, y los platillos no se conocían por ser deliciosos en ese lugar. Arthur se acercó a la barra en donde se encontraba la comida y la observó con una mueca. Aquello hizo que sus ganas por largarse de ese lugar aumentaran.
-¡Arthur!
Aquella voz la reconocía muy bien, se volteó con una sonrisa y extendió sus brazos para abrazar a Dulce, era la única encargada buena del orfanato. Ella le había abierto la puerta cuando él había tocado el timbre 13 años atrás, éste ahora estaba oxidado y para llamar a la puerta había que gritar o tocar con suficiente fuerza para que se oyera en todo el lugar.
-Hola, Dulce. -dijo con una sonrisa cuando dejaron de abrazarse.
La monja se veía un poco confundida, no se acostumbraba al contacto físico en ese lugar. Arthur casi temió que la directora los viera y lo castigara, luego recordó que ese día se iría y se alegró aún más. Ya no podría hacerle nada. Después de una despedida emotiva con la mujer en la que ambos soltaron algunas lágrimas, Arthur caminó hacia la oficina de la directora para firmar los papeles de salida.
Se adentró con una sonrisa, sin tocar la puerta, y la monja superior, de nombre Helena, lo miró con el entrecejo fruncido. No quitó la sonrisa en ningún momento, ni siquiera bajo la mirada desaprovatoria de Helena. Firmó el papel que le ofrecía sin pensarlo con la emoción a flote.
-Bien, Artur, ya no perteneces al orfanato, ahora todas tus acciones corren por tu propia cuenta.
Él oji-azul soltó un chillido de emoción y se paró del asiento para darle un abrazo a la madre Helena y darle un beso tronado en la mejilla, dejándola confundida e indignada. Pero a Art no le importó, nada podría arruinar ese día. Corrió a la habitación para preparar sus maletas y por fin largarse a un departamento que se había encargado de rentar unos pocos días antes con sus ahorros -había paseado perros del vecindario la mitad de su vida-.
-Arthur -Sophia le jaló de la camiseta que tenía puesta.
Él miró a aquella pequeña de 7 años con la cual se había encariñado. La niña, que tenía unos enormes ojos cafés, lo miraba con tristeza desde abajo. Él le ofreció una sonrisa nostálgica y se arrodilló para que quedaran frente a frente.
-Hola, linda. ¿Qué pasa? -preguntó con dulzura.
-No quiero que te vayas -respondió Sophia con los ojos llorosos-. Te voy a extrañar mucho.
-Yo también a ti, Sophie. Pero sé que encontrarás una familia pronto. Lo prometo- apretó la mano de la niña.
-Está bien. Igual te voy a extrañar mucho. ¿Puedo darte un abrazo? -le preguntó a Arthur, y a éste se le rompió el corazón.
-Claro que puedes, pequeña.
Se abrazaron un momento, después Arthur se levantó y caminó hacia la salida sin mirar atrás. Estaba claro que iba a extrañar a la pequeña Sophie, así que se prometió que regresaría a verla.
[...]
Abrió la puerta de su nuevo departamento y soltó un grito de emoción, ya tenía 18, ya era libre. No más monjas, no más uniformes ridículos, no más homofobia, no mas reglas absurdas, no más orfanato. Desde que tenía 12 años deseaba que ese día llegara, y ahora, ya era libre.
Necesitaba iniciar una nueva vida, una idea pasó por su mente y dejó las pocas cosas en un rincón, y salió de su nuevo hogar para dirigirse al centro de la ciudad, buscando aquellos locales que le llamaran la atención.
Después de dar algunas vueltas y perderse más de una vez, encontró lo que estaba buscando. Un local oscuro de ventanas grandes, tapizadas con bocetos de diferentes colores. Había varias sillas dentro con espejos frente a cada uno, casi parecía una peluquería, pensó Arthur. Al entrar vio que había una única persona dentro, una mujer unos años mayor que él con múltiples piercings en ambas cejas, el cabello de color azul y un gran tatuaje de una enredadera que abarcaba todo su brazo derecho.
-¿Puedo ayudarte en algo? -la voz de la chica lo sacó de sus pensamientos. Se demoró un poco en reaccionar.
-Eh, sí. Me gustaría hacerme un tatuaje.
-Bueno -repuso ella con una sonrisa burlona-, estás en el lugar indicado. ¿Qué te gustaría?
-En realidad no estoy muy seguro -dijo Arthur mientras inspeccionaba los diferentes dibujos que estaban repartidos por toda la tienda-. Pero quiero algo que represente libertad.
-Hm... Creo que tengo una idea.
Cinco horas después, Arthur salía de la tienda con una sonrisa en el rostro, una obra de arte en la espalda y su cabello teñido de azul, además de una oferta de trabajo prometedora.
Se dirigió hacia su departamento.Ahora, Art era el arte en persona.
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El túnel de Borealise
FantasyDarnell, Arthur y Alina son tres amigos sedientos de aventura. Un día, tras leer un artículo interesante sobre el lugar donde viven en un blog poco popular, deciden salir de Borealise para adentrarse en un túnel misterioso del que nunca nadie ha sal...