Sonó la alarma del móvil, medio zombie, alargué el brazo para cogerlo y apagar de una vez esa asquerosa canción que siempre que escuchaba recordaba los días que madrugaba para ir al instituto, aunque ya era verano y esos días quedaron atrás hasta septiembre, que empezaría una nueva etapa en mi vida que me tenía muy preocupada: Bachillerato. Aunque ir al mismo instituto que los demás años era un punto a mi favor, porque la mayoría de mis compañeros estarían a mi lado, pero bueno, es verano y no tengo que pensar en ello todavía.
En verano no suelo madrugar, pero hoy íbamos a la ciudad de mi tía, esa de la que nunca me acuerdo del nombre o lo confundo con otro muy parecido. Mi tía es la alcaldesa de allí y me dijo que tenía algo muy importante entre manos y necesitaba mi ayuda, no me quiso adelantar nada por teléfono, así que tenía muchísima curiosidad en saber para qué me necesitaba.
Después de estar un rato en la cama haciéndome la remolona, me levanté de esta y fui al baño, me miré al espejo y lo primero que se percibía en mi rostro blanco y pecoso eran unas ojeras muy marcadas por debajo de mis ojos color azul, haberme pasado una semana entera llorando todas las noches y sin apenas dormir me había pasado factura, pero, cómo no iba a hacerlo... era inevitable después de lo que pasó con Diego...