Porcelana Fría

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El viento era generoso esa noche de invierno, soplando levemente con una frescura agradable. En el horizonte se dibujaban los cerros repletos de luces de la ciudad, y las estrellas en el cielo complementaban la imagen para formar un bonito paisaje. Perfecto para dar un paseo.

Lo cual es lo que estaba haciendo, caminaba por el puente del río al lado de Elena, una chica de mi universidad que a sus dieciocho años ya estaba a un año de terminar la carrera; era la mejor de la clase.

Siempre me pareció interesante, siempre la creí fascinante. La manera en la que se escabullía entre todos al terminar cada clase, su habilidad para pasar desapercibida para la mayoría de las personas y aún así mantenerse en la cabeza de la lista de los mejores, esa reluciente sonrisa suya que solo había visto unas pocas veces... la había observado por mucho tiempo y por fin había tenido oportunidad de hablar con ella.

–He visto que no tienes muchos amigos en la escuela– comenté para comenzar la conversación. Habíamos estado caminando un buen rato sin decir nada y comenzaba a incomodarme.

Ella negó.

–Te corrijo: no tengo amigos.

Marginada.

– ¿Puedo preguntar por qué?

–Ya lo hiciste– se encogió de hombros –No me gustan los estereotipos de la sociedad, por eso no me involucro con nadie.

Inadaptada.

Estuve a punto de decirle que podía considerarme un amigo, pero me detuve, algo me decía que no era el momento para decirle algo así.

–Eso suena algo deprimente– observé.

Elena frunció los labios y echó a correr a una colina junto al río, sin pensar la seguí y al alcanzarla ya se había sentado. Me senté junto a ella, lo cual en algún momento creí conveniente pero en cuanto sentí su olor me arrepentí. Olía a algo dulce, parecido a la miel o la canela, pero no era ninguna de las dos, era un olor diferente, de un caramelo que no conocía, un manjar tan dulce que me empalagaba solo de olerlo, era exquisito, claramente no era un perfume.

–Tengo miedo de decirte lo que siento– dijo –Pareces ser un buen chico, Raymond, no quiero arruinar la imagen que tienes de mi, sea cual sea.

Momento... ¿Me quería contar sus secretos?

–No arruinas nada, dudo que lo que pienso de ti cambie.

Negó.

–"¿Alguna vez te has preguntado si le gustarías más o menos a la gente si pudieran ver dentro de ti?"– citó –"Si la gente me viera de la forma en que yo me veo a mí misma, si pudieran vivir en mis recuerdos, ¿me querría alguien, quien fuera?"– me observó de arriba abajo con sus brillantes ojos azules.

Nos quedamos en silencio, había reconocido esa frase al instante, Una abundancia de Katherines de John Green, un libro actual y sin embargo muy bueno. Jamás me sentí identificado con la frase, pero siempre me pareció fascinante, y lo era también escuchar a Elena citándola. De cualquier manera, me tomé mi tiempo para responder.

–Sólo hay una manera de averiguarlo– dije finalmente. Ella asintió.

–No sé lo que es la depresión– dijo sin más –No sé si la he padecido, no termino de comprenderla.

Era curioso, ella parecía estar más deprimida que nadie.

–Yo pocas veces en mi vida lo he estado– admití –La vida me ha puesto muchas cosas buenas enfrente, me ha enseñado que si piensas positivamente, te da cosas positivas. No soy entusiasta, pero tampoco soy negativo.

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