Capítulo 1

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Me meto en la ducha y dejo que el agua recorra mi cuerpo para despejarme después de las escasas tres horas que he dormido. Veamos, soy Andy, tengo 17 años y nací un día de Octubre especialmente lluvioso, o al menos eso decía mi madre.

Voy al instituto Homenstrate, un instituto pijo en las afueras de Londres, de esos en los que tienes que llevar corbata y americana, las chicas son todas anoréxicas y los tíos unos idiotas.

Tengo una mejor amiga, Lea. Ella no encaja entre tanto pijo, claro que yo tampoco. Sus padres no están podridos de pasta, como la mayoría de los de aquí, yo incluida para mí desgracia. Está aquí con una beca, lo que significa que es jodidamente lista. Yo no soy lo que se dice brillante pero mi media de 7,4 me cuesta lo suyo. Lo que más me gusta es estar sola, siempre me ha gustado sentarme y dibujar mientras escucho música de Black Veil Brides, o ponerme los cascos y olvidarme de todo con Avenged Sevenfold a todo volumen. Vamos, un chica normal como cualquier otra. Nací y me críe en Irlanda en un pueblo al norte muy bonito llamado Meightown, me gustaba vivir allí.

Un día, al cumplir los 10 años, nos tuvimos que mudar por el trabajo de mi padre a Inglaterra, cerca de Londres. Era una empresa muy grande, donde seguramente trabajaría como un peón más hasta su jubilación. Ya os podéis imaginar la sorpresa de todos cuando le nombraron vicepresidente y al jubilarse su jefe, presidente de la empresa. Es una empresa que trabaja con las nuevas tecnologías, por lo que en mi casa tenemos las últimas tecnologías en todo, hasta en el baño. "Genial", pensareis, pero no. Odio vivir aquí. Echo de menos la vida que teníamos en Irlanda, donde todo era más fácil y sencillo. Tenía muchos amigos y nunca estaba sola, aquí si no hubiera sido por Lea me habría muerto de aburrimiento hace mucho tiempo.

Vivo en una casa de unos 680 metros cuadrados, sin contar el patio y alrededores que serán más o menos lo mismo.

Sé lo que estáis pensando ahora mismo, que soy imbécil por quejarme, pero aquí no soy feliz. Mi padre está todo el día trabajando y cree que pude solucionar su ausencia comprándome cosas caras. Mi madre murió cuando cumplí los nueve años, por lo que todos mis recuerdos de ella están en Meightown. En parte creo que por eso mi padre quiso que nos mudáramos, nuestra casa le recordaba demasiado a ella. Murió a manos de un conductor ebrio mientras iba a buscarme al colegio. Nunca llegó a su destino.

No os lamentéis por mí, lo superé hace tiempo.

Volviendo al presente tengo que comentar que sí que hay algo que ha mejorado respecto a mi antigua vida, mi habitación.

Mi antigua habitación era pequeña, había espacio para la cama, el armario, una cómoda y poco más.

Mi habitación está en la buhardilla, con una pared de ladrillo llena de posters de grupos, películas, comics y actores. Tengo una cama de dos por dos, y aún así cabría mi antigua habitación entera. Mi armario es negro, al igual que mi mesa y mi cómoda. Lo que más me gusta es mi sofá rojo en el que me he pasado horas riendo con Lea viendo en la tele de plasma típicas comedias románticas, mientras cogíamos coca-colas de la mini nevera. Mi baño está al lado de la habitación y está decorado igual que mi cuarto: negro, rojo y blanco, es el más grande de la casa.

Salgo de la ducha y me seco el pelo mirándome en el espejo, analizándome.

Mido un metro sesenta y cinco, lo que para mí es un logro considerando que el pediatra me dijo que no llegaría al metro sesenta. Mi pelo es rubio, casi blanco pero tiene una anomalía que me ha producido muchos problemas. Más o menos a partir del hombro empieza a oscurecrse a gris y acaba en negro. Al principio no se nota mucho el cambio, no es un gris de esos que te salen cuando tienes canas, sino un gris con brillo que desencadena en negro en las puntas. Un negro profundo y más oscuro que la noche, una especie de mechas californianas o algo así. Es natural, lo juro, lo tengo así desde que tengo uso de razón y ni yo misma entiendo como es así, miles de peluquerías se han quedado alucinadas conmigo y ni recuerdo las veces que mis compañeros me han preguntado por qué me lo tiño, pero he desistido, que piensen lo que quieran. Me llega el pelo hasta el codo más o menos y es liso, demasiado. Mis ojos son muy grandes y de un azul eléctrico intenso, aunque Lea diga que los tiene envidia, yo creo que son muy azules para mi pálida piel, que nunca quiere ponerse morena.

Simplemente, yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora