Las guerras no se libran nunca en el campo. Allí se contemplan de lejos con los ojos indulgentes e hipócritas de los más viejos, que confunden deliberadamente el humo negro de los incendios con el de hogueras para así tranquilizar a los niños. Atravesando la campiña francesa en las lentas etapas de nuestro viaje de vuelta al continente,
cobijados en la dulzura de los cerros y los brazos de los intrincados de los árboles, podíamos permitirnos el lujo de creer que todo cuanto afirmaban los rumores propagados por la genta era falso. Pero no lo era, todos los sabíamos. Y mi padre, mi madre y yo habíamos escapado lejos , si, pero ahora habíamos vuelto.Vendedores callejeros que no sabían ni leer aireaban a grandes voces las funestas páginas de los periódicos, y los nombres que yo oía--Le Mans, Saint-Quentin, Lisaine--pasaban por mi cabeza como golondrinas. No quería saber nada acerca de la guerra, porque tenía la impresión de que, si empezaba a informarme de lo que realmente estaba sucediendo en mi ciudad, París, podría enloquecer del disgusto. O, peor aún, habría querido volver a la casa que habíamos abandonado hacía ya 6 meses.
En efecto, había transcurrido todo un invierno desde que tomáramos el transbordador para Dover, desde donde habíamos continuado hasta Londres en uno de esos trenes formidables por los cuales los ingleses son con justicia famosos. La travesía de ida, según mi padre, debía marcar el comienzo de nuestra nueva vida. Un corte radical, como echo con un cuchillo, entre lo que había ocurrido antes y lo que ocurría allí, en Inglaterra , lejos de la guerra que estava convulsionando París.
En los meses que habíamos pasado al otro lado del canal de la Mancha, los franceses habían perdido todo cuanto podian perder : una guerra y buena parte de su dignidad. Siempre en opinión de mi padre, que, pese a haber vivido toda su vida en París, no era de origen francés. Era prusiano, como aquellos que habían ganado la guerra, y eso lo ponía bajo una extraña luz a ojos de quienes habían sido sus amigos. Además, tenía importantes contactos que, incluso durante la guerra, le habían permitido seguir trabajando. Al hierro, a eso se dedicaba mi padre. Y aunque nunca, ni siquiera una vez, me confesaba que el hierro que trabajaban en las acerías Adler había servido para fabricar mosquetones y balas de cañón, yo sabía que, en cierto modo, no lamentaba tanto que estuviéramos en guerra.
-Esta es una época de grandes cambios...--me decía cuando era más pequeña, revolviéntome el pelo--. Quién sabe, puede que de ella surja un mundo mejor en el que vivir, hija mía.
Y a veces, acompañando aquellas palabras suyas, hija mía, yo notaba que su mano temblaba un poco, tan imperceptiblemente que hicieron falta muchos años, y muchas aventuras, para que recordaba aquel detalle cuyo significado ahora, cuando escribo, me resulta clarísimo.
Hija mía, decía mi padre antes de que estallase la guerra y cambiara el papel de cada cual: hubo ricos que se empobrecieron, rebeldes que se convirtieron en hombres de Estado, soldados que desertaron y desertores que fingieron haber luchado en defensa de nuestra bandera.---------------------------------------
Bueno, soy Marikilla_danisu1621 y aki os dejo mi primer capitulo para seguir solo pido +1 voto y +1 comentario.Un beso...❤
Marikilla_danisu1621
ESTÁS LEYENDO
SHERLOCK, LUPIN Y YO
Adventure-Irene Adler- La catedral del miedo. Subiré todos los viernes