Hija mía, decía mi padre antes de que estallase la guerra y cambiara el papel de cada cual: hubo ricos que se empobrecieron, rebeldes que se convirtieron en hombres de Estado, soldados que desertaron y desertores que fingieron haber luchado en defensa de nuestra bandera.
Una bandera que, pronto descubrí, los tumulosos acontecimientos de aquellos meses se habían llevado consigo, como tantas otras cosas.
-Según parece, la enseña de Francia ya no existe...-leyó mi padre un día, en nuestro viaje de regreso. La bandera era la de la Revolución, azul, blanca y roja.
-¿No?¿Qué ha sido de ella?-preguntó mi madre, acurrucada en el rincón más resguardado del carruaje, con voz debilísima.Mi madre no contestó o, si contestó, yo lo oí, porque miraba el campo que corría apaciblemente por la ventanilla.
Otro tajo de cuchillo, pensaba yo. Una segunda travesía de la Mancha, esta vez a la inversa, de Dover a Calais.
Londres, la brumosa Londres, se había difuminado en la grisura.
Nuestro viaje de vuelta no fue ni agradable ni bonito. Y no sólo por las condiciones de salud de mi madre. Me acordé de que, cuando el otoño anterior habíamos dejado Francia, el mayordomo de nuestra familia, el Sr Horace Nelson, había sufrido de modo particular en la travesía. Él mismo me explicó más adelante la horrible experiencia que había vivido muchos años atrás a bordo de un barco : enrolado como marinero, fue acusado de haber matado a una pasajera y de haberla tirado por la borda. Y cuando el barco atracó en Londres, fue arrestado injustamente por Scotland Yard.
En cambio, en el viaje de vuelta de Inglaterra a Francia, Nelson había estado en la cubierta principal olisqueando el aire que llegaba del continente. Enorme, como un oscuro mascarón de proa, había permanecido inmóvil, con la mirada fija en el sur, como si entre aquella bruma salobre pudiera percibir el resplandor del acero y las explosiones de la pólvora.
Mi padre se había quedado todo el tiempo en el camarote atendiendo a mi madre, que, pálida como una vela de sebo, parecía desaparecer en la cama de tanto como la había consumido la enfermedad. Los médicos ingleses, e incluso uno de Viena que mi padre había mandado llamar, no habían tenido dudas a la hora de diagnosticar el mal que la aquejaba.
-Grave infección pulmonar. Es culpa del humo-habían dicho.
Y eso fue todo.
Mi padre había posado en mí aquella mirada suya, increíblemente digna, de compasión que ya había visto ensombrecerle el rostro en otras ocasiones y que además era la verdadera razón por la que, mientras vivió, jamás le pregunté si, aparte de raíles y ruedas de trenes, alguna vez había fabricado armas.-Si el médico austriaco también lo cree, hija mía, es que debe ser cierto- me había susurrado.
Mi padre, hasta el último momento, albergó esperanzas de que no fuera así, de que mi madre sufriera una pulmonía o una gripe especialmente aguda y nada más. La consolaba diciéndole que ya llegaría la primavera y que la floración de los ciruelos y el polen de los tilos de Hyde Park resquebrajarían aquel horrible invierno londinense, pero había servido de muy poco.
Las manos de mi madre perdían color día tras día, los accesos de tos se volvian cada vez más pronunciados y dolorosos, y el pulso en sus muñecas enflaquecidas y pequeñas era cada vez más débil.
Mientras tanto, mi padre y yo cenábamos sin cruzar ni una palabra. Un silencio tentacular, sólo roto por el tictac del reloj de péndulo y el tintineo de los platos de la vajilla de Limoges, se había adueñado de nuestra casa de Aldford Street.
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Aki teneis el segundo capitulo lo k kerais preguntarmelo que intentare contestar siempre a cualkier comentario. Kereis k haga maraton?Dejadlo en los comentarios. Hoy no voy a pedir nada pero si me votais y comentais os sigo;-) os parece?Un beso...❤
Marikilla_danisu1621
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SHERLOCK, LUPIN Y YO
Adventure-Irene Adler- La catedral del miedo. Subiré todos los viernes