Encuentro de un comienzo.

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Entre el cielo y el océano silbaba por fin un viento calmado, el viento sucesor del que había bramado anoche en plena tempestad, y que más de uno tuvo que desafiar...

Ahora, ese sucesor, agitaba los cabellos de aquellos que intentaban arreglar el estropicio con escasos y fatigados esfuerzos en las embarcaciones.

En concreto una, que desafió en plena noche, en pleno mar abierto, al ojo de la tormenta, y, como la embarcación del diablo, logró salir inmune.

Esta majestuosa embarcación amaneció en medio de un mar grisáceo, reflejo de las nubes que cubrían al sol como un manto interminable hasta el horizonte, empequeñecida por la lejanía se podría ver lo rápido que surcaba las olas, aún agitadas.

Incluso desde aquí a lo lejos se podrían ver a los hombres laborando apurados en cubierta, arreglando todo aquello que se hubiese dañado antes de que se asomase su gran y temido capitán...

Una puerta en el interior del barco se abrió, de un camarote realmente espacioso salió una figura oscurecida por las sombras.

Por un simple instante, todo sonido, mar o viento cesó, y solo se escucharon los pasos de esa persona mientras se acercaba a la luz.

El viento le peinó el vello azabache con una suavidad temida.

Los hombres retornaron con su trabajo con mucho más apuro ante la presencia de su capitán y el olor a humo y pólvora que desprendía.

Todos sabían quién era.

No necesitaba presentación.

Era un diablo marino.

Un demonio sanguinario.

Un hombre que no temía a la muerte.

El terror de los mares.

- ¡TIMONEL, ¿cual es la situación?!- bramó con su voz gruesa y poderosa.

- La tormenta no ha ocasionado daños graces, capitán.

- ¿Y cuales son los demás daños?- gruñó encaminandose hacia las escaleras.

- Solo unas pocas sogas... Las velas, los mástiles, timón y casco están intactos.

El timonel contempló las seis pistolas de su capitán con el rabillo del ojo, más de uno de abajo deseaba que el capitán le pegesa un tiro y miraba la escena a la espera de una diversión sádica.

Sin embargo, el capitán se situó a su lado y le estampó fuertemente la mano en el hombro, para luego reírse a carcajadas [que a más de uno le parecieron diabólicas].

- Esta señora es toda una dama, ¿no lo cree así, Timonel?- comentó.

- Sí, señor, desde luego que sí, mi capitán.- ambos sabían que ese nerviosismo era fingido, dado a que el no temía como los demás al capitán y eso era debido a que ambos se juntaban para tomarse copas en cuanto arribaban en el puerto.

- Timonel, si sigue así nos encallara en medio de un arrecife.-lo sacó del timón, era su forma de decirle [públicamente] que se retirase a descansar. Viéndole la cara era demasiado obvio que necesitaba un sueño, así que el timonel no replicó y bajó a su hamaca en el camarote común.

El capitán tomó el timón con suma delicadeza y le susurró palabras que los marineros interpretaron como un embrujo y que fue el embrujo que mantuvo al barco de una pieza y a su dueño tan tranquilo ante esa furiosa tormenta.

Pasaron las horas en alta mar y el único cambio fueron las nubes, de grises a blancas.

Su destino quedaba aun demasiado lejos, tal vez a unas semanas con vientos favorables, las provisiones eran escasas y solo había una isla lo suficientemente cercana para repostar.

Piratas y DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora