Es decir, que las dádivas, la compra de votos, los cupos indicativos y el caudal heredado por parapolíticos, siguen marcando el fatal destino de la democracia colombiana. Un circulo vicioso que este libro desentraña en sus costumbres más dañinas y reiterativas. Una reflexión que sirve para la búsqueda de la paz y una Nación que luche abiertamente contra la corrupción.
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El lanzamiento de este libro se realizará este martes 5 de agosto a las 7:00 p.m. en la Biblioteca Fundadores del Colegio Gimnasio Moderno (Bogotá)
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A manera de prólogo
En vísperas de la posesión del nuevo Congreso de la República el que habrá de legislar entre 2014 y 2018-, una variedad de formadores de opinión dedicaron sus artículos a señalar que tendríamos debates parlamentarios de mucha calidad y a decir que seguramente el Congreso elegido sería de verdad admirable. Pero en Colombia no faltan los aguafiestas. En este caso, es la Fundación Paz y Reconciliación.El grupo de investigación compuesto por Ariel Ávila, Carlos Montoya, Juan Diego Castro, Camila Obando, Carlos Martínez y León Valencia en Bogotá, apoyado por una red de colaboradores en diez departamentos, dedicó varios meses a hacerle seguimiento a las elecciones parlamentarias de 2014 y a evaluar la composición del Senado y la Cámara de Representantes. La conclusión es dolorosa: 70 parlamentarios elegidos tienen serios cuestionamientos. Muchos de ellos son herederos directos de la parapolítica; la mayoría utilizaron grandes sumas de dinero provenientes de los cupos indicativos para hacerse elegir y algunos son señalados de presuntos nexos con estructuras ilegales vigentes. Entre los 70 está José David Name, recién electo presidente del Congreso. Es difícil que un Congreso con este lastre se convierta en un gran foro de debate sobre los grandes problemas del país y en un escenario para aprobar las reformas profundas que necesita Colombia en este momento de la historia.
El optimismo de algunos columnistas y editores políticos de los medios, se basa en la presencia de senadores como Antonio Navarro, Claudia López, Carlos Fernando Galán, Iván Cepeda, Horacio Serpa, Álvaro Uribe, Vivianne Morales, Jorge Enrique Robledo y Jimmy Chamorro, quienes, seguramente, harán un gran papel y promoverán debates interesantes y candentes. Pero una cosa es el control político, y otra es, la calidad de las leyes y el sesgo progresista de ellas. La pregunta es si unas pocas golondrinas podrían hacer verano. Tenemos serias dudas. Pero en este punto quisiéramos estar muy equivocados.
Por primera vez en cincuenta años estamos ante la posibilidad de firmar un acuerdo de paz integral y encarar una perspectiva seriade reconciliación nacional. Por primera vez en cien años estamosante la posibilidad de realizar transformaciones agrarias y sociales largamente aplazadas, y de abrir las puertas para que las izquierdas puedan competir con garantías en la disputa política. Esos son los principales retos de los parlamentarios elegidos en marzo.
¿Estará el Congreso que tomó posesión este veinte de julio en condiciones de liderar estos cambios?
El espectáculo que se presentó a la hora de escoger la persona que debía presidir el Congreso en esta primera legislatura y en las siguientes acentúa las dudas sobre la idoneidad del nuevo cuerpo legislativo. Es evidente, que ni el Presidente Santos ni el Congreso, pensaron en la importancia de cambiar la costumbre en la designación del presidente del Senado para enviarle al país la señal de que se iban a jugar por las reformas y por la dignificación de la labor parlamentaria.
Tendrían que haber aprovechado que Musa Bessaile y Bernardo Elías Vidal, quienes sacaron las más grandes votaciones del Partido de la Unidad Nacional, se inhibieran para disputar la presidencia. Podían haber cambiado la costumbre de elegir a alguien del partido más votado y acudir a otro dirigente de la coalición de gobierno para exaltarlo a esta dignidad. Podrían haberle rendido honor al tema de la paz y designar presidente del Congreso a alguien con historia en la búsqueda de la reconciliación. Pero no. Buscaron a uno de la tradición clientelista, a uno que también tiene cuestionamientos por vínculos con ilegales, a uno que tiene por mérito la utilización de grandes sumas de dinero para hacerse elegir.