XI
Me levante muy temprano para ir a la plaza a comprar un pastel de cumpleaños para Alexander.
Me sentía de maravilla. Como si fuera la primera vez en la vida que descansaba así de bien. Al
volver a casa tome un baño y por alguna razón me quede observando mi reflejo frente al espejo.
Mi cabello ya estaba demasiado largo y las puntas se veían descuidadas. Estaba pálida y más
delgada que cuando me cambie de preparatoria. Las ojeras llegaban casi hasta mis mejillas. Parecía
una persona enferma, y encima triste. Dormir solo había ayudado a que me sintiera mejor por
dentro, por fuera parecía indigente. Recogí mi cabello en una coleta de lado y lo amarre con un
listón azul, intente hacer un nudo en forma de moño pero nunca he sido muy buena peinándome
así que lo dejé por la paz y solo lo enredé hasta que se viera más o menos decente.
Me puse mi suéter amarillo favorito y logré verme un poco más como yo.
Mis padres acababan de llegar. Les avisé que le haría una visita a Alexander por ser su cumpleaños
y que le llevaría un pastel. Después de soportar un momento sus burlas me fui y crucé la calle.
Toqué el timbre varias veces, pero nadie salió a abrirme. La motocicleta seguía en su lugar. Quizá
seguía dormido.
Volví dos horas después.
Al parecer no había nadie en casa.
Me di por vencida, metí el pastel al congelador y me encerré en mi habitación a leer. "¿A dónde
fuiste?" pensé. De pronto mi madre toco la puerta.
- Layla ¿no ibas a salir hoy?
- Con Alex, pero no está. - mi voz sonó más desanimada de lo que pretendía.
- Entiendo. ¿Piensas quedarte encerrada aquí todo el día?
- Supongo. - se sentó en la cama, a mi lado.
- Hija, creo que deberías conocer a otros muchachos.
- Mamá...
- Sé que te llevas muy bien con Alex, pero... ¿es tu único amigo aquí?
- ¿Cuál es el problema?
- Ninguno, pero... al menos podrías intentar salir más. - hizo una pausa - Sin él. Y conocer gente.
- Odio a la gente.
- Ósea que me odias a mí, a tu padre...
- No. Es solo que...
- ¿Por qué no vas a dar un paseo? - acto seguido se levantó y me obligó a ponerme de pie.
- ¿Si te obedezco, después puedo volver a mi solitaria y patética vida? - dije siendo arrastrada por
mi madre hacia la puerta.
- Claro. - respondió un poco más animada.
- Quiero pensar que eso fue sarcasmo. Está bien, tú ganas. Iré a leer al parque.
"Ahí no habrá nadie que me interrumpa, espero" pensé.
Camine arrastrando los pies hasta el parque; trate de encontrar un árbol para poder leer
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Pastillas para no soñar.
RomanceUna pesadilla. Un don. Un presentimiento. Una muerte.