Atmósfera

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Manos entrelazadas,
el último sueño que recuerdo de ella.

No fue así en la vida real;
Nunca pude tomarla de la mano.
Nunca pude atravesar el cristal que dividía mi bosque del suyo.

Cuando nos miramos la primera vez, sabíamos que jamás podríamos tocarnos.
Estar juntos tal vez, con el cristal de frontera.

Nos acostumbramos rapidamente a este amor sin tacto.
Algunas veces yo era un animal de zoo, ella una niña perdida que se acercaba a mi jaula.
Otras éramos felinos mirándose el uno al otro por el resto de la eternidad.

Siempre me pregunté qué era lo que nos mantenía absortos en nuestro horizonte de imposibilidades.
Como un imán pegado a un metal,
náufrago en medio del océano.

Cuando la conocí, ella tenía 13 años.
Yo, 150.
Recuerdo que se detuvo en un parte del cristal que daba directamente a mí.

Me dijo:

"Eres el ser más lindo de la Tierra.
Y el más triste".

Mis labios formaron una media luna;
una sonrisa de nadie, a mitad de la noche, en una ciudad vacía.

Pasamos toda la tarde hablando;
sus ojos distraídos por sus cortos años
hacían espirales en el viento.
Estaba tan feliz
que le conté mi existencia miserable
como si fuera una gran aventura.
Ella abría los ojos como dos pozos
que permanecían cerrados hace mucho tiempo.

Pasada la emoción del momento,
me llené de vergüenza y le pregunté si no la aburría.
Me respondió:
"No. No eres tan viejo; alguna vez tuviste 13 años".

Me despedí inclinando la cabeza como japonés.
Ella río divertida, e imitó mi reverencia.

"Nos vemos luego, cuando pase por aquí otra vez"

¿Luego? ¿Qué fecha tiene la palabra luego?
¿Qué año? ¿Qué horario?
Le pregunté a una tortuga, uno de los míos, cuándo podría volver a verla.
Él respondió que había leído en un diario,
que alguna vez un cuidador olvidó, que los cometas pasan por la Tierra
cada setenta años.

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