1954

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Alma entro en el bosque despues de mirar hacia todos lados. Nadie la habia visto salir por los fondos de su casa, ni cuando corrio hacia la montaña, antes de desaparecer entre los arboles. Eran las siete de la tarde de un dia de verano. Sus padres estaban en el campo y su hermana visitaba a los abuelos. No volverian hasta la hora de la cena.

Una sola vez se habian encontrado alli, pero recordaba el sendero que conducia a los dos claros; uno pequeño, y mas arriba el grande, donde Juan la esperaba. Se habia puesto su vestido rojo. Debia tener cuidado que la maleza no se lo ensuciara. Su madre se daria cuenta.

Llego al primer claro, una especie de terraza desde donde diviso el pueblo, alli abajo, y los montes, del otro lado del valle. Cuesta arriba, la vegetacion se hacia mas cerrada, los senderos mas estrechos y el sol apenas penetraba por el follaje. A traves de la espesura parecia un punto rojo, vivo, moviendose en el verde profundo del bosque.

Las ramas bajas la obligaban a caminar con dificultad, mientras sentia la hierba humeda rozando sus piernas. Podia escuchar los latidos de su corazon. Pensaba en el, en todo lo que tenian que hacer para estar juntos. De pronto se detuvo. Dudo de que hubiese tomado el camino correcto. No reconocia aquel lugar. Alli la arboleda, mas frondosa, cobraba mayor altura y ya era imposible ver un pedazo de cielo. Aquel era un lugar oscuro y fresco. Un silencio asombroso parecia brotar del bosque. Alzo los ojos y vio a un pajaro posado en una rama. El pajaro, al advertir su presencia, huyo volando raso entre los troncos de los arboles.

-Me hiciste esperar...

Alma se volvio en direccion a la voz. Era Juan, que salia de atras de unos arbustos.

Se hacerco a ella, la abrazo, la beso, y tomandola de la mano condujo hasta detenerse al pie de un arbol.

-¿Que pasa?- pregunto Alma.

El muchacho la miro de una manera extraña, y le rozo la mejilla con el dorso de la mano. Despues, sin contestarle, llevo su mano al bolsillo del pantalon y saco una navaja. Con la navaja en el puño, se sio vuelta e hizo saltar un trozo de la corteza del arbol, despues otro, y asi hasta que apracecio la primera letra de sus nombres. Ella lo observaba y sonreia, hasta que el concluyo, encerrandolos en un corazon feo y desprolijo, con uno de los lados deforme, pero a ella le parecio lo mas hermoso que habia visto en su vida.

Mas tarde descendian rapidamente por el sendero. Cuando llegaron al primer claro alcanzaron a ver, en el poniente, que el crepusculo parecia un enorme incendio oculto detras de los cerros, y que a traves de las curiosas formas que las nubes habian tomado en esa parte del cielo, despedia vapores blancos, lilas, amarillos y purpuras.

Alma no recordaba un atardecer asi. Sentia la mano firme de Juan tomandola de la cintura, y le parecio que descubria, por primera vez, el cielo. Alma jamas habia sido tan feliz.

Nunca mas regresaron a ese lugar del bosque. Aunque ella volveria a ver ese arbol, por accidente, cuarenta años despues.

* * *

Una ventosa noche de otoño, el padre Castillo se hallaba sentado junto al hogar, en su sillon de madera. En la mano sostenia un vaso de ginebra. No era habitual que el padre Castillo permaneciese despierto a esa hora, y tampoco que tomara alcohol. Pero no conseguia dejar de pensar en la ultima confesion de esa tarde.

Como todos los jueves, el padre Castillo habia abierto las puertas de la iglesia mas temprano para permanecer en el confesionario hasta la hora de la misa. Aunque no estaba en su naturaleza demostrarlo, sentia una gran preocupacion por sus fieles, y despues de la cena destinaba momento para meditar sobre las confesiones que habia escuchado. Fueron cinco, esa tarde: Lucia Babor, Olivia Reyes, la señora Bean, el niño de los Muro y la señora Fogerty.

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⏰ Última actualización: Feb 16, 2017 ⏰

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El Misterio de CrantockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora