Dos Flores Rusas

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Me estoy helando.

A pesar de la reciente falta de recursos, la cantidad de personas en el subterráneo es suficiente para hacerle competencia -quizá ganando al final- al calor de una chimenea cualquiera. A pesar de estar acostumbrado al invierno ruso, ahora cruel con todos.

Siempre pensé que el frío era preferible al calor, por poco que conociera al segundo. Lo único que provocaba el frío era dolor, algo que me parecía demasiado sencillo de soportar. Pero era aquel frío blanco y azul, que cubre una mayoría del tiempo a todo el campo, que es donde nosotros habitamos, al que me refería.

Ese no es el frío que ahora mismo se encuentra congelándome. Diferente, incapaz de ser definido. Seco, sin que ello sea un obstáculo para casi ahogarme, suponiendo que no lo hará en cualquier futuro momento.

He perdido a tantas personas, la he visto rodeándome a mí y a cualquier desconocido que me atreva a mirar y conocer por solo unos segundos. Y aun así, mantengo las dudas de que esto pueda ser lo que en el fondo conocemos tan bien como la soledad.

En tiempos de guerra, como los que probablemente acabarán con mi vida más pronto de lo antes imaginado, no hay demasiado qué hacer. A falta ya de lágrimas para llorar alguna de tantas pérdidas, la única actividad que encuentro es jugar.

Ni siquiera los niños están de humor para eso. No es problema; la alegría que aquello tendría que suponer nunca encuentra la manera de salir a lo obvio, exponiéndose a alguien más que no sea yo.

Tampoco es que me hubiera encantado de otra forma. Galya, mi flor, resulta algo que prefiero solo para mí. Como su sonrisa, como toda ella.

Mi juego se acaba demasiado rápido. El recuerdo de su paradero desconocido, pero trágica y seguramente lejos de mí, es su final desafortunado.

Los soldados afuera y Galya podrían tener algo en común: blanco, azul y rojo. Para ellos es una causa; para ella sería una muerte.

Ellos y yo también guardamos un parentesco, junto con todas las flores que somos nosotros: en algún lugar, encontramos esperanza.

Es entonces cuando sensación de calidez única para mí la hace de guía, alejándome del subterráneo, de los vivos, muertos, y de aquellos que se encuentren en un complicado intermedio; llevándome a la desolación en la que el campo cubierto de blanco se ha convertido.

Puede que no comprenda este sentimiento del todo, hasta el punto de volverse algo casi imposible de definir, pero decir que lo desconozco sería una mentira. Es como el propósito que lo ha hecho nacer: algo que solamente yo sé.

Galya.

Esfuerzos involuntarios se las arreglan para traerme de vuelta en lo que se ha convertido en dos mundos completamente diferentes. Entre blanco y negro; un perfecto balance que de una manera o de otra me veré en la necesidad de romper.

Quizá no tiene por qué ser así, pero mi siguiente paso definirá si mi futuro estará en un refugio oscuro, rodeado por la muerte hasta que decida tomarme; o en el campo enrojecido por la sangre de una guerra.

La posibilidad de una flor en medio del segundo panorama es la que inspira el paso que doy hacia adelante. Sigue ahí, inspirando mis respiros rápidos y helados que podrían ser los últimos que dé, no parece querer salir de mi mente mientras corro.

Solo hay una razón por la que Galya vuelve a lugares desconocidos de la incertidumbre y deja mis fantasías: ha sido sustituida por algo más en mi cabeza. Como nuestros soldados, como todas las flores en el fondo, como el campo: no hay vuelta atrás, no hay nada que no sea llegar al objetivo.

***
Algún momento. Ocupa toda la importancia, tanto que deja a los números y fechas sin nada de relevancia.

Blanca y amarilla, como todas. Así es la manzanilla que pasa de mis manos a las de Galya, como un simple regalo. Una nada más; una flor por persona, impar, como dice la tradición. Sin embargo, podría haber un millón de personas, y seguiría necesitando solo una flor. Solo sería una persona a la que viera yo, después de todo.

«Una flor para otra flor» pienso, aunque no lo digo. Quizá ella lo sabe. En algún momento, tendría que saberlo.

Podremos ser dos, pero las cosas parecen dársenos siempre con el número uno. Todo único, como ella, quizá desde su punto de vista, como yo. Así es también la sonrisa que me da, después de tantas personas perdidas, me vuelvo el único ser al que se la daría.

Y viceversa. Flores para otras flores, nos pertenecemos.

A pesar de un rojo que puede aparecer de vez en cuando, la vida en el campo es apacible.

***

Y dejó de serlo. El viento se lleva el pasado como polvo, en lo que ahora aquellas memorias se han visto obligadas a convertirse.

Si me esfuerzo, puedo volver a jugar. Puedo convertir aquellas despedidas en un susurro.

Sasha. Sasha.

Puedo hacer que los silbidos del aire cambien, hasta volverlos una voz. Puedo hacer que el escenario blanco y vacío al que me enfrento se vuelva una persona. Puedo ver a Galya.

Con aquella inspiración, como el blanco, el rojo y el azul a los soldados, la calidez me invade en forma de fuerza. Sigo corriendo.

***

El cielo pasa de un gris que apenas acabo de notar a algo simplemente oscuro. Acostumbrado ya a varias tragedias, soy capaz de encontrar algo bueno, al menos hermoso. Luces cálidas comienzan a teñirlo; no pararán hasta colorear a todo el campo.

Segundos después, el mismo se tiñe de rojo, sin olvidarse de mi presencia en el lugar. A diferencia de Galya, ya sé de qué color es mi final. Pero, a diferencia de las flores, parece ser más de uno: seguro que la nieve, a diferencia de todo lo demás existente, seguirá presente.

Blanco y rojo. Pero en las llamas siempre ha habido obvios tintes de azul.

Lo siguiente es un calor abrazador, que se las ha arreglado para sustituir la calidez que antes hacía de mi guía; me deja en claro que no están relacionados, y que el primero no planea conocer ni por un segundo al último.

Una esperanza egoísta le ruega a lo que encuentra cuando me han dejado las ganas de hacerlo por mí mismo. Pide encontrar a Galya en lo que haya después del seguro final, argumentando nuestros posibles finales coordinados. Lo último hace que, de algún modo, algo dentro de mí se las arregle para sonreír.

Y si en algún momento, en algún lado, llegara a encontrarla, esta vez serían dos flores las que se encontraran en nuestro campo solitario.

Como dicta una tradición.

Como las únicas personas que tendrían el privilegio, como el regalo único que se volvió una sonrisa, de encontrarse ahí.

Las Flores de RusiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora