El soldado Green Talbot y su esposa Maria se habían casado unos meses antes en la pequeña Iglesia del reverendo Barry, más porque a ella le crecía la barriga que por voluntad de unirse en matrimonio. En aquellos tiempos funcionaba así.
El reverendo Barry había encontrado a Gregory Talbot desmayado y moribundo, tumbado en una apestosa camilla de color verde desesperación, con un vendaje en lugar de la pierna derecha. Le dio la bendición y trató de trazarle sobre la frente una pequeña cruz con el pulgar untado de aceite.
-Que Dios te tenga en su gloria- dijo.
Pero Dios, o quien fuera, no tenia la más mínima iintención de llevarse a Green Talbot sobre sus hombros, o al menos, no todavía. El reverendo Barry tuvo que repetir la operación tres veces. Cada vez que metía el pulgar en el pequeño frasco, el aceite resbalaba por su dedo sin dejar rastro.
-Si esto sigue así nos darán las tantas- se dijo.
No era un pensamiento propio de un hombre de Iglesia pero, en aquella tienda de campaña, decenas de soldados esperaban la extremaunció n. A la tercera vez, por fin, su dedo quedó untado y no se perdió una sola gota.
Cuando estaba a punto de trazar la pequeña cruz sobre la inmóvil frente del soldado, llegó la enfermera de turno.
-Reverendo Barry, hay que cambiar el vendaje.
El reverendo Barry dio un largo suspiro de impaciencia y levantó los ojos al cielo o, mejor dicho, los fijó sobre el punto más alto de la tienda de campaña, que era del mismo color verde desesperación que las camillas. Cuando Gregory Talbot se despertó, pocos minutos después, volvieron a llamar al reverendo.
-Un milagro- dijo la enfermera mientras miraba al soldado con sus ojos verdes.
-Una suerte del demonio- soltó el reverendo Barry.
Unos meses más tarde Gregory Talbot había recuperado sus fuerzas, o casi. Antes de abandonar el campamento, el reverendo le contó el asunto de su dedo que no se untaba de aceite.
-Está claro que Dios, o quien sea, cargaba ya con demasiada gente sobre sus hombros- dijo Gregory Talbot.
-Alguien ha aguado el aceite- refunfuño el reverendo.
Fue así como se separaron, con la promesa de que al terminar esa estupida guerra iría a verle a la pequeña Iglesia de la que era párroco, en Tranquility.
Se casaron justamente allí Maria y el,