Digestión

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Seguro que sabes cómo digerir un hecho triste. Pasando los días, contando las horas, lamentando cada respiro mientras cada músculo de tu cuerpo vive los segundos, susurrantes de enfermedad. Enfermedad sin cura, desdichada, no descubierta; aquella que te habla en sueños y simplifica los momentos en terror haciendo creer que tienen explicación y reducen tu vida en ese placer vano que jamás vivirás. Vivencias sombrías, donde cada instante burbujea sangre en la aguja de tu moral, sometiéndote al hecho de vivir placeres inalcanzables, y si lo logras, indeseables. Es la tentación cruel en tus manos, te acercas y quema tu piel, pierdes los sentidos pensando en el alimento de tu vida; eso finalmente hace más indeseable tu misma existencia si es que algún día tuvo sentido. Lentamente produce hedor en tu alma y apestas como un mendigo viejo con ojos blancuzcos. En tus últimas horas aceptas el reto de enmarañar tu vida a la perdición y procrear con lo destructivo de su llegada. Tomas su mano y te dejas arrastrar sintiendo dolor si es que acaso aun tienes carne o conciencia alguna. Lentamente vez como las uñas de tus manos se deshacen, babosas por la humedad de tu sangre. Tus manos resbalosas detienen cualquier posibilidad de avanzar y es allí donde la podredumbre permite que unos fálicos gusanos perpetren tus entrañas e inunden tu alma de un devastador sentimiento donde la única vuelta atrás es dejar caer las lágrimas que intentaste retener mientras tu alma fue devorada por el placer de la tristeza.

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