Noche apagada y silenciosa

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Esta noche me encuentro en una hedionda taberna del escandaloso pueblo de Barcaprieta. Normalmente, los lugareños se parten la cabeza en pasar las largas veladas nocturnas bebiendo y emborrachándose como solo los de esta villa saben hacerlo. Me parece, por no asegurar con total certidumbre, que a este pueblo nunca le llega el amanecer, pues ahora que lo pienso, vine por la noche, y aunque no percibo el paso del Tiempo, aun sigue siendo de noche. Los bullicios, gritos y peleas de estos graciosos desalmados me llegan hasta el acogedor cuartucho en el que estoy. Pero tranquilizaos, poco a poco me iré concentrando, y mi mente apagará cualquier ruido inútil o superfluo. Aun así, prefiero oír ese escándalo antes que tener que escuchar los pensamientos de los alojados en esta posada. No he querido adjetivar estos tales pensamientos pues tendría que enumerar tantos adjetivos que mejor y más oportuno será que ya vosotros os hagáis una íntima idea de cómo han de ser. Este pintoresco pueblecito es sin duda el más sucio que he visto en todos mis viajes, y no es que las calles chorreasen riachuelos de heces de vacas o parecidos; no, lo que digo es que hay tanta suciedad en los estados mentales de los aldeanos que es preferible que tampoco las enumere, pero aun así os ejemplificaré con uno: iba por la calle y un señor rechoncho, maloliente, y barbudo me ha insinuado probar una bebida casera hecha a base de sentimientos podridos y emociones acuchilladas. «¡Vaya!» pensé. Desde luego que cualquiera otro hubiese matado sin parpadear a aquel engendro. Pero hemos de respetar a la fauna de este lugar, aunque sea tan detestable. La verdad que mi estancia aquí no ha sido muy agradable, por no expresar que la peor de todas. Pero no, sé que hay muchas peores; de hecho, hay tan peores que comparadas con este pueblo lo dejarían como una apacible aldea de fuentes y charcos azules. Pero algo me llamó a venir aquí. Intuyo, por no estar completamente seguro, que no es nada relacionado con los lugareños o con algún cómico y patético mito inventado por alguno de estos rufianes. Y creo haber encontrado ese propósito: al hospedarme en este cuarto y curiosear (hurgar, perdón) por los muebles, he hallado una arrugada nota al final de un inadvertido cajón. No tiene título al parecer, pero al final de ella se lee "Diario de un mercenario". Os la enseñaré: «Cuando duermo, intento dejar la mente en blanco, pues mis pensamientos despiertan lo que hay más allá de la consciencia, lo que acaba por quebrar mis emociones. Estas son mis memorias, las de un mercenario vil, capaz de ensartar a cualquiera, y por supuesto, con distinto fin. Y con esto quiero explicar, que aunque parezca un asesino y guerrero desalmado, mi auténtico veredicto es que para mí, matar no va ligado obligatoriamente a un deseo de odio; pues ya puedes matar por obligación o necesidad o porque te guste, que tal vez no haya odio entre medias, y te duela hacerlo por una parte y por otra te agrade, pero es lo que has de hacer. Y no te importará, porque tal vez lo hagas, y haya amor.» Sin duda, ahora os podréis hacer una idea más compacta de lo que me refería con los "tales pensamientos de los alojados aquí". Aún así, y aunque os sorprenda, creo que sé a quien pertenece esta entrañable nota. Así dejado, continuaré con mi viaje. ¡Espero que vosotros también tengáis una confortable aventura! ¡Ah! Y por si os interesa saberlo, aunque dude que os vaya servir demasiado por ahora, el nombre de la persona de la tal nota es Neureka Emperance.

Diario de un viajero encapuchadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora