Parte I

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Él tocaba una melodía que llegaba al corazón. Me ponía triste, melancólica y tal vez nostálgica. Tocaba como si el mundo se le fuese de las manos, tocaba con el corazón, con su ser. Tocaba con una paz, y un rostro inexpresivo del que solo se movían los ojos al mirar sus manos explayándose libremente por aquellas teclas. Era algo automático, no es que planease las notas, al contrario, ellas salían por si solas. Cuando él tocaba paraba el tiempo, lo detenía y lo manejaba a su merced.

La melodía recorría cada parte de mi ser, me paralizaba. Hasta el sordo más sordo podía escuchar aquella música, porque se escuchaba en el alma. Estaba en el alma. En el corazón. Me daba paz, pero al mismo tiempo una inquietud, un nerviosismo difícil de expresar. Me daban ganas de llorar, era triste, pero a la misma vez alegre.

Era suya, la melodía era suya. Era algo más que notas tocadas en un finísimo piano, no era algo material. Eran sus sentimientos, aquella melodía expresaba lo que no podía expresar con palabras, lo que no podía demostrar con gestos corporales. ¿Lo que yo sentía en ese momento, era lo que él sentía?

Mis ojos alojaron lágrimas dulces como la miel. Lloraba porque lo amaba y aquella melodía, aquellos sentimientos no hacían más que aumentar mi amor por él. Lo amaba con locura, lo amaba con mí ser. Con mi alma. Con mi corazón. Amaba su melodía tal como amaba a sus sentimientos, porque eran lo mismo. Eran cosas paralelas. Algo físico y denso. La melodía, la música la podía escuchar, sus sentimientos los podía sentir en el aire, en la habitación. En sus caricias y besos. Y quería ser parte de ellos por la eternidad. Quería ser su melodía, quería ser su sentir. Quería ser su piano, quería ser su alma.

Sentía mi corazón en mis oídos. Podía sentir el palpitar en mi pecho, mi pulso en mi cuello. Él aceleraba mi respiración y todos mis sentidos. Él era mi nerviosismo, mi corazón, mi melodía y mi sentir.

- ¿Por qué lloras? – Preguntó rompiendo el silencio de voz. Di un brinco y abrí los ojos de par en par. No había dejado de tocar la música que tanto me llenaba y me vaciaba.

- No estoy llorando – Mentí mientras silenciosamente me secaba las lágrimas con el dedo índice de la mano derecha. No me podía ver, estaba parada en el marco de la puerta de nuestra sala de música, y él estaba dándome la espalda.

- Lo estás haciendo. Te escuché sollozar – Afirmó con voz aterciopelada. ¿En algún momento había sollozado? Pues no me había dado cuenta. Mi mente y mi cuerpo estaban entregados a tan dulce y amarga melodía. Me erguí y me separé del marco de la entrada unos centímetros y junte mis manos por delante a la altura de mi cintura. Caminé algunos pasos, los cuales resonaron en el piso de marfil y en toda la iluminada habitación. Llegué hasta su presencia, y alcé una mano inconscientemente. La iba a posar en el hombro de esmoquin, pero mientras viajaba en el aire, me percaté y la devolví a su antiguo lugar.

Es triste, pero a la misma vez alegre – Comenté observando el cabello negro azabache de su nuca. Ahora la melodía sonaba de fondo, al menos para mí. No sabía si me estaba prestando atención – Recorre cada parte de mi cuerpo, me estremece y me pone nerviosa. Me debilita, me paraliza, pero paralelamente me llena de paz... de tranquilidad y una emoción grata. No sé qué hacer, si reír o llorar. Creo que ya hice mi elección. Lloré, pero no sé si fue de felicidad o de tristeza.

- Es una combinación de las dos. Felicidad y tristeza. Ambos son sentimientos paralelos, pero son contrarios, son hostiles – Explicó poniendo más énfasis en sus manos – Es mi combinación.

- Ya veo... - Susurré suspirando. Sus palabras me mataban, al igual que su música, y era solo porque eran de él. Me alejé y caminé sobre mis pasos. Antes de salir, me di media vuelta y lo mire nuevamente.

Mi hermosa melodía/ Gianluca GinobleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora