Me estaba alejando de Rivers. Lo hacía por un miedo frío y constante. No era por ella, era por Juan, no quería que él le hiciera algo. Sabía de su reputación, de lo territorial y cruel que podía ser. Y ese temor creció exponencialmente, porque Rivers, ajena o indiferente a mi pánico, no se detenía.
Ella seguía detrás de mí como una constante inevitable. Me acompañaba a la biblioteca para estudiar en silencio, se sentaba conmigo en el almuerzo y me hablaba de su día, de las clases, de tonterías que poco a poco empezaban a parecerme fascinantes. Yo la ignoraba, lo intentaba, pero a veces no podía evitarlo y le prestaba atención, dejando caer mis defensas por un instante. Estaba cayendo. Estaba cayendo por Rivers, y eso me preocupaba terriblemente.
El punto de inflexión llegó un día en el campo de la escuela. Después de tanta insistencia, y justo porque no quería seguir lastimándola con mi rechazo, acepté ver a Rivers entrenar. Me senté en las gradas, intentando pasar desapercibida, solo observándola.
Y entonces, apareció Juan de nuevo.
Vino directo hacia mí, con ese aire de superioridad que siempre me había repelido. Me señaló con un dedo acusador, su voz era un látigo audible en el silencio del campo.
Empezó a decir que lo había cambiado por Rivers, que éramos un par de estúpidas. Su voz subió, y la rabia me nubló el juicio cuando escuché las palabras viles.
—¡Eres una zorra por deshacerte de mí tan rápido! ¡Y ella es una puta si cree que puede venir a quitarme lo mío!
El insulto fue directo a mi estómago, pero fue el ataque a Rivers lo que lo rompió todo. En el campo, Rivers detuvo su carrera. Se giró, y la vi. Sus ojos no eran los de la chica alegre que me hablaba en el almuerzo; eran fuego puro.
Rivers se enojó y fue a defenderme.
Se acercó a Juan, sin miedo, sin dudar.
—Retráctate —le espetó, con la voz baja y temblorosa de la ira contenida.
Juan se burló. —O ¿qué? ¿Me vas a pegar, mariquita?
Esa palabra. Ese desprecio. Fue suficiente. Terminó en una gran pelea. No fue un forcejeo, fue una lucha.
Gritos, golpes sordos, empujones violentos. Duró lo que pareció una eternidad hasta que Rivers, con una fuerza impulsada por la rabia, logró derribarlo con un golpe certero.
La directora llegó y el escándalo fue épico. Juan fue enviado a la enfermería con la nariz ensangrentada y el orgullo hecho añicos.
A nosotras, nos mandaron al baño del pasillo B, con la orden de curarnos mutuamente y esperar el castigo. A mí y a Rivers con un botiquín. No fue un castigo igualitario; fue un trato de favor evidente por parte del personal, que detestaba a Juan. (Se notaba preferencias).
Estábamos en el lavabo, la tensión cortando el aire. Mis manos temblaban mientras abría el botiquín. Rivers tenía un labio roto y un corte superficial en la ceja, pero me miraba con una intensidad que no me permitía respirar.
Me obligué a enfocarme en la herida, el alcohol desinfectante, el roce de mis dedos. Estábamos pegadas por la necesidad de la cura, a centímetros. El recuerdo de Juan llamándonos putas aún me quemaba, pero la cercanía de Rivers era un bálsamo peligroso.
Mientras yo pasaba el algodón suavemente por su labio hinchado, su mano se elevó y atrapó mi muñeca. Su toque era suave, firme.
—Así que... —susurró, con voz rasposa, sus ojos fijos en los míos—. ¿Qué sientes ahora, Ari?
Mi respiración se detuvo. —¿De qué hablas? —logré decir, mi voz apenas un balbuceo.
—Hablo de que te defendí. De que casi me suspenden por ti. Y de que ahora me tienes aquí, vulnerable, tocándome. ¿Sigues queriendo alejarte?
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¿Me Permites Amarte? (Rivari)
RomanceEstá historia se trata de Samantha una de las chicas G!P más conocidas de toda la escuela y comida por lesbianas y muy atractiva en cambio Abril es una chica que le cuesta socializar mucho y no se lleva bien con nadie ni con su propia hermana que ha...
