Era una mañana como todas en la misma y aburrida escuela a que asistía, yo estaba sentada en mi pupitre, dibujando garabatos en el extremo de mi cuaderno sin prestar atención a la clase, ¿y qué importaba? Sí además, todos estaban conversando y pasándose la vida en sus celulares.
Así pasó la clase, 20% materia, 80% decanso. Tocó la campana y todos salieron de la sala, incluso yo, que siempre me quedaba adentro, pero bueno, el inspector se le dio ese día por mandar a todos al patio.
No tuve de otra que irme a la biblioteca, en donde me senté en un sillón, lleve mis auriculares a los oídos y puse algo de música, mientras que dibujaba en un block de hojas que siempre traía en mi mochila por si me llegaba inspiración de repente.
Y como siempre, el tiempo pasó volando mientras dibujaba, cuando la campana sonó, guardé mis materiales de dibujo y me dirigí al salón. Ya al llegar, encima de mi pupitre vi un regalo, envuelto en papel rojo con una linda cinta negra. Volteé a los lado para ver al responsable de aquel regalo. Fue entonces que crucé miradas con Brunildo Hernández, un noruego de 1,80, rubio de ojos castaños, habría jurado que me había guiñado un ojo. Me pareció raro, siendo que jamás he hablado con él.
Me decidí a abrir el dichoso regalo, pero antes, leí la pequeña carta que venía en él.
"Te espero después de clases en el baño del KFC a dos cuadras de la escuela, lleva aceite de cocina y shampoo de bebé"
Me sonrojé de inmediato, ¿será que quería hacer...? ¡No! Era imposible, por lo que proseguí a ver lo que traía el regalo, quedé impaktada, Brunildo ni siquiera me conocía, pero aún así decidió obsequiarme un tomate a medio comer, los noruegos y sus costumbres tan románticas.
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No Me Leas.
RandomPico, pichula, pico. So, creo que ya es obvio que esto no es una historia seria, de hecho no creo que se pueda catalogar como historia, así que no esperen mucho (?).