Ipomea

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Desde hace un par de años, cuando me mudé a la residencia de estudiantes de mi universidad, comencé a recibir flores.

Todas las mañanas, cuando salía a clase corriendo seguido de mi fratello, me encontraba una flor en la puerta. Todo empezó con flores típicas. Con ramilletes de rosas blancas, luego rosas, amarillas, todos los colores menos rojas. Siguió con claveles, camelias, flores típicas pero aún así bonitas. Nunca tuve ni una pista de quien las mandaba, solo sabía que cada mañana ahí estaban, para alegrarme el día.

Al principio pensamos que podían ser para mi hermano, de su novio, pero cuando le preguntamos dijo que no tenía ni idea.

A mediados del primer año dejé de darle excesiva importancia. Las flores eran comunes, bellas pero comunes. A pesar de que me alegraban y me ayudaban a ver el día con optimismo, me acabaron aburriendo.

Por aquel entonces intimé con los que ahora son y siempre serán mis dos mejores amigos: Ludwig, un fornido alemán, y Kiku, un japonés otaku. Eso me lo contagió. Hablaba con Kiku de todo. De mis padres, de mis estudios, de mi infancia, de mi primer amor, de las flores, de Ludwig...

Sobre todo de Ludwig.

Me gustaba mucho y aún lo hace. Me gusta más que cualquier otra persona que me haya encontrado. Aunque mi fratello le odia. Es divertido verle gritarle.

Le hablé a Kiku de que las flores me aburrían. Entonces empezó a cambiar, cada día era una flor diferente. Recibí rosas cuyos pétalos tenían colores imposibles, y nunca supe si eran de verdad o un tinte. Recibí una hermosa gardenia blanca que por desgracia no tardó en marchitarse. Recibí una orquídea de llamativos pétalos magenta salteados con amarillo y que aún cuido. Recibí un ramo de dalias, conformado por alegres pompones rojos, amarillos y naranjas. Un día que Lovino no estaba pensé que no había recibido nada, pero cuando llegué al cuarto, más tarde de lo habitual, pude ver mi puerta rodeada de dondiegos de noche en flor. Fue un hermoso regalo. Aquel día Kiku y Ludwig me acompañaban. Mi sonrisa fue imborrable. Estaba tan feliz con aquel detalle que se me escapó por completo la actitud cómplice de mis dos mejores amigos.

Y eso no es todo. Las flores siguieron llegando. El segundo año, tras las vacaciones, me recibió un aroma a lavanda. Su procedencia era un jarrón con agua que portaba estas olorosas florecillas. Recibí ramilletes de hortensias azules que usé para decorar mi cuarto y el de mi hermano. Después vino, cuando tenía catarro, una ramita de eucalipto con flores rojas. Olía muy bien, me ayudó a curarme y a volver a respirar. Además vino con una notita que ponía: "Mejórate." No fui capaz de localizar la caligrafía pero me era familiar. Y cuando me recuperé por completo, mi regalo fue un arbusto de bouganvilla en una maceta. Aún no tenía flores pero incluía otra nota que ponía: "Ahora que estás sano, da tú mejor esfuerzo para hacerlo florecer."  Y lo hizo al cabo de unos meses, dejándome ver las hermosas flores de ese tono indescriptible que está entre el rojo y el rosa.

También me regaló, esa persona misteriosa, crisantemos. Fue muy gracioso. De pequeño pensaba que los crisantemos eran flores hechas de cristal, nunca había visto uno y mi imagen mental no se parecía a la flor en realidad. Cuando me encontré a la puerta esas flores blancas y lilas en forma de pompón, tan similares a las dalias, no pensé que eran la planta que yo tanto había idealizado. Y al preguntarle a Antonio, un experto en botánica, y obtener la respuesta, mi rostro de sorpresa debió haber sido gracioso porque todos los allí presentes empezaron a reír. Desde aquel momento los crisantemos significan para mí risa, alegría.

Y, por supuesto, seguí recibiendo flores. Heliotropos, una flor mentada en mi leyenda griega favorita, fue la siguiente. Y luego hibisco rojo de dorados piscilos para recordarme alguna de las series que veía con Kiku.

La pasiflora fue una de mis favoritas. No pude dejar de pensar en aquella extraña flor en todo el día. Aunque más bien pensaba en quien se estaría tomando tantas molestias por mí. Quién se tomaba tantas molestias para sorprenderme a diario con flores tan extrañas como la pasiflora. Aquella flor de pétalos alargados y llamativos estambres pasó a representar la incógnita. ¿Quién era? ¿Quién lo hacía? ¿Quién llevaba dos años alegrándome las mañanas y los días?

Comencé a interesarme cada vez más por quién me obsequiaba con aquellos detalles, llegando al punto en el que se convirtió en una obsesión, así que preparé un plan. Mandé a mi hermano a dormir con Antonio y me tomé alrededor de cinco cafés y varios red bull. Ni eso pudo evitar que acabase dando cabezadas al lado de la puerta. Estaba tan aturdido que pensé que era un sueño cuando empecé a oír ruidos. Tardé en reaccionar un par de minutos y para cuando abrí la puerta, el suelo estaba parcialmente cubierto de ipomeas. Pensé que había llegado muy tarde así que, en pijama y con una manta cubriendo mis hombros, me agaché a recoger una de aquellas flores.

Ipomeas... había de muchos colores. Blancas, rosas, granates tan oscuras que parecían negras, violetas y azules. La que tomé entre mis manos era azul, un tono oscuro con vetas violetas. Era la más hermosa.

Siempre me habían gustado las ipomeas. Las consideraba una flor con encanto, con elegancia. Más bonita, en mi humilde opinión, que una rosa. Con mucha más personalidad y misterio.

-Ipomoea tricolor... -susurré su nombre cientifico, acariciando los delicados pétalos azules con los dedos.

Fue entonces cuando oí su voz.

-Pensaba declararme con rosas rojas, pero creo que me has descubierto.

Me volví de golpe, apartando los ojos de la flor, para encontrarme con los ojos de Ludwig. Me miraba con una media sonrisa dudosa.

-¿Eras tú? -pregunté, sonriendo ampliamente.

Él se limitó a asentir.

-Durante dos años... ¿has hecho todo esto por mí? ¿Por qué?

-Soy estudiante de psicología -dijo, retirando la mirada, levemente sonrojado-. En los libros dicen que el enamoramiento es un proceso químico que dura entre seis meses y dos años, como las fobias. Llevo cerca de dos años enamorado de ti y... no se me pasa.

Fue el turno de que mis mejillas se encendiesen.

-Eso no explica el por qué has tenido estos detalles conmigo.

-Te lo he dicho -parecía que estábamos compitiendo a ver quien se ponía más rojo-. Estoy enamorado de ti.

-Parece de película -susurré, acariciando de nuevo los pétalos azulados-. En la vida real no pasan estas cosas.

No preguntó a que me refería. Estaba muy claro. Mi sonrisa involuntaria, más boba de lo normal, mi rostro enrojecido y mis ojos brillantes de emoción lo dejaban claro.

-Quizás sí -dijo acercándose a mí-. Feliciano... ¿aceptas mis sentimientos, aunque no te haya regalado rosas?

-Prefiero mil veces las ipomeas -dije mirándole. Sus ojos azules se clavaron en los míos, dorados-. Son mucho más hermosas.

Y me puse de puntillas para besar sus labios, aún sosteniendo la flor azul entre mis manos. Mi beso fue correspondido, así como los sentimientos que hacía tiempo guardaba.

¿O es más correcto decir que él fue correspondido?

Ve~ creo que no importa. Lo que si está claro es que, desde aquella noche, las ipomeas son mis flores favoritas.

Este es el primer one-shot GerIta que hago. Curioso, ¿no? Es una de mis parejas favoritas pero nunca había escrito nada de ella. En fin, cosas de la vida.

Espero, como siempre, que os haya gustado esta cosa pastelosa y florida que me ha salido. Ya se sabe, cualquier voto y comentario es bien recibido, que siempre me alegran, sobretodo los comentarios.

Ekaterina Kurae

Ipomea (One-shot GerIta) (Hetalia yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora