Perfeccionamiento de si mismo

4.3K 16 2
                                    

PERFECCIONAMIENTO DE SI MISMO

DE ERNESTO WOOD

PROLOGO

Ofrecemos al público, reunidas en el presente volumen las cuatro conferencias que dictó en Santiago, Valparaíso, Concepción, Iquique, etc., el distinguido educador inglés, señor Ernesto Wood. Al hacerlo, correspondemos al pedido formulado por muchas personas que tuvieron oportunidad de oírlo en la Biblioteca Na-cional o en los Liceos de Valparaíso y Concepción, y que desean tener oportunidad de leer las disertaciones escuchadas, para es-tudiar con mayor atención esas enseñanzas sencillas y prácticas. Su autor, señor Ernesto Wood, es de nacionalidad inglesa; llegó a nuestro país acompañado de su distinguida esposa, después de más de dos años de viajes continuos por los principales países del mundo, cumpliendo su programa de dictar conferencias públicas sobre Religión, Educación, Psicología, y muy principalmente sobre las filosofías indostánicas. El autor está especialmente capacitado para cumplirlo, ya que une a una gran versación en las ciencias y filosofías occidentales, y un conocimiento profundo del Oriente. Ha vivido más de doce años en la India, recorriendo todo el país; domina a la perfección el sánscrito, idioma del cual es profesor; condición que lo capacita para estudiar en su fuente las espléndidas enseñanzas que encierran esas antiquísimas filosofías. El señor Wood ha sido durante muchos años profesor; ha di-rigido hasta hace poco el colegio Hyderabad, que depende de las Universidades Nacional Hindú y de la de Bombay; ha sido ins-pector de numerosos centros educacionales y, lo que vale más, siente verdadero afecto por los estudiantes, noble emoción que lo inspira y guía en su labor. Las Investigaciones psíquicas, que son hoy día un nuevo campo de experimentación científica que llama cada día más la atención de los intelectuales, han sido cultivadas por él con criterio propio y desapasionado. Para su mejor éxito en estos estudios ha tenido la buena for-tuna de trabajar durante mucho tiempo estrechamente asociado a los famosos investigadores, Sra. Annie Besant y Sr. C. W. Leadbeater. Pertenece, como ellos, a la Sociedad Teosófica, organización a la que ha prestado y presta un eficiente concurso. No nos incumbe hacer una crítica de la obra que presentamos: formulamos solamente nuestros votos por que sean muchos los que traten de dar una aplicación práctica a estas sencillas enseñanzas, seguros que alcanzarán positivos beneficios, como ha ocurrido ya con el "Método de Entrenamiento mental" aplicado a los estudios, que ha capacitado a muchos jóvenes para alcanzar éxito en sus exámenes, después de numerosos fracasos.

Los Editores

CAPITULO 1

EL PODER DEL PENSAMIENTO

Somos muchos los que en la época actual, estamos convencidos que el destino de cada hombre está en sus propias manos y que, por lo tanto, podemos producir en nuestra vida una marcada dife-rencia, si seguimos cierto método para el propio desarrollo. El que así piensa, cualquiera sea su religión, no cree en la existencia de la suerte o de accidentes de cualquiera clase. Cree que el hom-bre se ha desarrollado siguiendo el curso de una evolución presidida por Dios haciéndose cada vez más divino por medio de la conquista del mundo, que constituye su medio ambiente; de modo que, aunque es esencialmente divino en su naturaleza, debe obtener de dentro de si mismo su plena divinidad, o sea adquirida por el ejercicio y desarrollo de sus propios poderes de voluntad cons-ciente, amor y comprensión. Debido a esto, tiene para nosotros particular interés el propio desarrollo. Consideramos que el hombre que sabiamente se educa a sí mismo, puede recorrer en tres años en el camino del progreso, lo que recorrería en treinta años yendo al acaso, sin usar delibe-radamente su voluntad, en la adquisición del gran objetivo de la vida humana. Aun en el caso en que no creamos en el glorioso destino del hombre, que será nuestro por el propio esfuerzo en vivir como los hombres en realidad debieran, llenos de voluntad, de amor y pen-samiento; queda sin embargo, el hecho de que podemos tener plena prueba, dentro de pocas semanas o meses, del valor que para nuestra vida tiene el desarrollo deliberado de nuestros po-deres mentales. Debo sólo advertir, que el hombre que desarrolla altamente sus poderes mentales sin desarrollar al mismo tiempo su amor, y sin alentar constantemente un sentimiento de altruismo para sus semejantes de todas las condiciones sociales, será un factor perjudicial para otras personas, tanto como para sí mismo. Por lo tanto, digo, que si habéis decidido emprender vuestro mejora-miento mental, debéis resolveros al mismo tiempo a que vuestros acrecentados poderes mentales no sean usados solamente para enriquecer vuestra propia vida, sino para hacer más felices también a todos los que el destino llevó a vuestro alrededor. Me propongo tratar, ahora, de los pocos conocidos poderes de la mente, que mucho he estudiado últimamente al hacer inves-tigaciones psíquicas y cuya sistematización es hoy una ciencia que llama poderosamente la atención de los más esclarecidos cien-tíficos. Antes de entrar en materia, será tal vez útil señalar el hecho de que muchos de los investigadores están penetrados de que tienen que afrontar algunos peligros al intentar conseguir nuevos conocimientos; pero saben también que cuando se dedican a estas investigaciones se hallan protegidos por tres principios, sin aplicar los cuales no inician el trabajo. En primer término, el motivo que los guía debe ser científico, y de ninguna manera habrán de pre-tender que las leyes de la naturaleza se acomoden a su gusto principal, descartando, por el contrario, todos sus deseos perso-nales con excepción de uno solo: el de buscar la verdad de tales hechos. Saben perfectamente que todo nuevo conocimiento ver-dadero resulta siempre provechoso para la humanidad y que las decepciones nacidas de los temores e impaciencias por obtener resultados de acuerdo con los propios deseos personales, conducen a los más grandes y penosos errores. En segundo lugar, el investigador debe practicar la más rígida pureza de vida, corporal, emocional y mental, pues sabe muy bien que las fuerzas con las que se relacionará en su obra, se conver-tirán en una fuente de peligro para él mismo, si no se cuida en el sentido indicado. En tercer término, deberá mantener siempre en estado po-sitivo su voluntad, cuidándose de no caer en la condición de receptividad pasiva, para no convertirse en muñeco o instrumento de otras entidades, que en vez de ayudarle consumirían sus pro-pias fuerzas de conocimiento, voluntad, pensamiento y emoción. Si quien se propone estudiar no reúne esas tres condiciones, no debe dedicarse a esta clase de investigaciones. Citaré, ahora, algunas condiciones generales sobre el poder del pensamiento. Es sabido por todos, que lo que pensamos tiene gran influencia sobre nuestro cuerpo, y esto de muchas maneras: por ejemplo, que las inquietudes y los sufrimientos pueden causar disturbios muy serios en las secreciones digestivas. Los estados mentales tristes y desagradables pueden transformar, con el trans-curso del tiempo, un rostro agradable, dejándolo con expresión perfectamente repulsiva. En estos últimos tiempos se han propa-gado mucho las ideas de M. Coué que sostiene, que todo lo que preocupe nuestra mente o imaginación tiene su consiguiente expresión en las actividades corporales, de modo que los pensa-mientos de salud conducen al bienestar y los de enfermedad y vejez (que desgraciadamente son tan comunes) producen el decai-miento y la decrepitud. Me permitiré citar un ejemplo relatado por M. Coué que nos enseña el modus operoodi de la imaginación. Se trata del caso de un hombre que está aprendiendo a manejar un automóvil o una bicicleta. Este hombre abandona su casa por la mañana temprano, cuando no hay tráfico, eligiendo los caminos más anchos y mejor conservados de la ciudad. Supongamos, dice M. Coué, que el ca-mino tenga veinte metros de ancho y que cuando nuestro hombre avanza con inseguridad, ve de pronto a la distancia algunas pie-dras en medio del camino, que pueden haber caído de un carro de material. Inmediatamente se alarma. Comienza a decirse a si mismo: "¡Oh! Yo espero que no he de tropezar con esas piedras"; pero no obstante, por su temor, cuando se acerca ellas se agrandan, aumentan más y más en su imaginación, al extremo que llegan a ocupar más espacio que todo el resto del ancho del camino, que es de 20 metros, como dijimos. Entonces inevitablemente sucede lo siguiente: en contra de su voluntad, o mejor dicho en contra de su deseo, se encamina directamente hacia las piedras, con una exactitud mucho mayor que la que hubiéramos podido esperar de un experto automovilista, que deliberadamente se hubiese propuesto irse sobre ellas, Aquí tenemos la obra de la imaginación; en otras palabras, del poder del pensamiento. Hace poco encontré algunos ejemplos notables de esta acti-vidad mental en los periódicos norteamericanos. En el Boston Sunday Herald apareció un extenso articulo, que contenía las opiniones de los artistas americanos más prominentes, que se dedican a trabajos comerciales, como, por ejemplo, a hacer dibujos de anuncios y pintar carteles; una innovación, como ustedes saben, que marca una nueva era para el arte y para los artistas, y por medio de la cual se contribuye a mejorar la vida cotidiana de miles de personas. Estos artistas se han ocupado durante años en producir carátulas para revistas y figuras de anuncios, especial-mente de belleza femenina, y declaran que no les cabe la menor duda, de que dichas figuras y dibujos, según se lo atestigua su propia experiencia, han creado un nuevo tipo de mujer nortea-mericana, precisamente, por medio de la acción de la imaginación en la gente joven, que se fija en los dibujos y desea asemejarse a ellos. Uno de los casos más notables, lo relata Mr, Clarence Underwood, pintor de tipos célebres de belleza de colegiales, quien dice refiriéndose a su propia hija: "Muchos años atrás suspendí repentinamente la pintura de la mujer de tipo rubio que dominaba en mis obras, y empecé a dibujar otra muchacha. La gente me preguntó quién era esa muchacha, y verdaderamente no supe contestarles, pues yo mismo no lo sabía. No era de ninguna manera el modelo del que me servía para pintar, como tampoco resultó ser una combinación de modelos diferentes. Era más bien una personalidad imaginaria, y, por lo menos para mí, un tipo ideal. Mi pequeña hija Valeria, de seis años de edad, se entusiasmó tanto con mi creación, que llegó a quererla entraña-blemente. A cada rato entraba en mi taller y se colocaba detrás de mi silla para mirar cómo pintaba, sin hacer caso de que le tenía prohibida la entrada, Durante años continué pintando esa misma cara con muy pocas variaciones. Cuando Valeria creció, unos quince años más tarde, vi con sorpresa que ella era la imagen viviente de aquella cara famosa que yo había ideado y dibujado durante tantos años. Sé que el cariño y admiración que mi hija sentía hacia aquellas caras dibujadas fueron las causas de ese fenómeno. Mis viejos amigos no dejaron de recalcar la semejanza; pero cuando yo creé la figura, Valeria era tan pequeña que su carita no tenia más semejanza con mi creación que la que con ella tiene mi propia cara. El aspecto actual de la cara de Valeria se fue modificando de acuerdo con la cara del dibujo que amaba, y lo mismo puede conseguir cualquier otra niña. La joven americana de hoy, está muy lejos de imaginar, en qué forma tan decisiva han contribuido los ideales de los artistas para la conformación de su exterior actual. Las aseveraciones del citado pintor son reforzadas por las del no menos famoso dibujante Charles Dana Gibson, creador de la "Gibson Girl", que dice: "La palabra tipo como referente a be-lleza es un poco difícil de definir; pero si se duda de que verdaderamente hay un cambio en el tipo de las personas a través de las generaciones, no tiene usted más que fijarse en los viejos re-tratos daguerrotipos de nuestras bisabuelas. Encontrará el número requerido de ojos, orejas, bocas y narices; pero en estas dos últimas generaciones ha cambiado la configuración de la cara y de la ca-beza, aparte naturalmente de los arreglos propios de la moda y del tocador. Descontando los fenómenos de herencia y los cambios causados por el progreso, el bienestar, la manera de vivir, etc., debe de haber algo que ha obrado para producir el citado cambio. Es mi firme creencia que ese algo es la máquina de imprenta, la litografía y el progreso en las artes gráficas que han hecho posible la distribución de ilustraciones, a las cuales debe atribuirse una importancia decisiva en el sentido indicado". W. T. Benda el gran dibujante de carátulas de revistas dice: "Yo sé que cuando una joven se fija en cierto tipo de belleza y admira ese tipo fuertemente, sucede que inconscientemente se produce en ella una tendencia a asemejarse al dibujo que admira. Este es un hecho comprobado por muchos artistas del lápiz y del pincel". Mr. Haskell Coffin resume la cuestión en la siguiente forma: "Todos nosotros somos más o menos la expresión física de nuestros pensamientos. Una joven se impresiona mentalmente por todo lo que ve. La joven americana con su mente plástica está rodeada por todos lados con la gráfica idea de algún ideal. Es natural que la joven, con el tiempo, tienda a parecerse a lo que permanentemente ve, observa y admira". Mr. Howard Chandler Christy, una autoridad en materia de bellezas americanas, cuya opinión es escuchada en todos los con-cursos de belleza, dice que la joven americana de hoy día ha au-mentado en estatura varias pulgadas, debido a las ilustraciones de las revistas que así la han imaginado y descrito, y asegura que la estatura y configuración del cuerpo es influenciada por el deseo individual. Algo muy parecido ocurre con la influencia prenatal de los pensamientos de la madre, cuando son poderosos y persistentes. Fue ésta la idea de las antiguas madres griegas que acostumbraban contemplar bellas estatuas, a fin de que sus hijos nacieran her-mosos. Deseo citar dos casos que he leído hace poco en los perió-dicos. Uno es el caso de la señora Ruth J. Wilde, de Brooklyn, cuya hija ganó un premio en un concurso en el cual tuvo que competir con otras hermosas niñas. Esta madre cuenta, que durante el tiempo de grandes dificultades, tanto materiales como emocio-nales, en que quedó sola en el mundo, se propuso que su hijita fuera una chica hermosísima. Para esto visitó con frecuencia el museo de Brooklyn y tuvo por costumbre contemplar las estatuas de Venus y de Adonis; llevaba además siempre consigo la carátula de una revista con una cabeza dibujada por el conocido artista Boileau, y de esta manera, modeló mentalmente la hermosa hija, que resultó después verdaderamente tal. "Lo raro del caso es", afirmó la señora Wilde, "que todo lo que he soñado y esperado de mi hija, en cuanto a aspecto físico, se verificó plenamente. Los médicos aseguraron que nunca vieron una criatura como ésa; di-jeron que era como un ángel". Como se ve, he tenido éxito con mi procedimiento. Mirando la carita de mi hija reconocí la imagen de la cara pintada por Boileau. Y supe también que su figura se desarrollaría de acuerdo con las líneas de belleza de mis estatuas". El otro caso, es el de la señora Virginia Knapp, de Nueva York. Su hija fue elegida hace poco como la Venus de los Estados Unidos, en un certamen de belleza que tuvo lugar en Madison Square Garden. Esta madre concentró sus pensamientos sobre objetos hermosos. Acostumbraba pasearse sola en medio de las bellezas de la naturaleza, y rogó al cielo que le diera algo de esos encantos a su hijita, y esta madre atribuyó la notoria belleza de su hija, no a un fenómeno de herencia, sino a su propia voluntad y determinación en los días prenatales. En estos casos vemos la influencia directa del pensamiento sobre el cuerpo sensitivo de la criatura en gestación, porque es bien sabido que no existe abso-lutamente ninguna conexión nerviosa entre la madre y la criatura aún no nacida. Hasta ahora me he referido solamente al efecto del pensa-miento sobre el cuerpo, que es entre las cosas materiales una de las más sensitivas en este sentido. Pero también el pensamiento tiene sus efectos sobre nuestro carácter lo mismo que sobre la con-dición y capacidad de nuestra voluntad, sobre nuestra manera de pensar, en nuestros sentimientos, como también sobre nuestras relaciones con los objetos materiales y con las personas, aunque éstas se encuentren a gran distancia. He notado algunos ejemplos que me fueron relatados por mi padre hace muchos años, entre los cuales figuran las observaciones que un caballero hacía, ayu-dándose de estadísticas, sobre el juego de la ruleta en Monte Carlo. Estaba convencido de que las personas que se entregaban al juego con el temor de perder eran comúnmente los perdidosos, mientras que aquéllas que jugaban con confianza o al menos con indife-rencia, ganaban con mucha más frecuencia. Dicho sea de paso, nuestro poder de pensamiento efectivamente tiene mucho que ver con lo que nosotros llamamos accidentes de la vida. Por medio de nuestros pensamientos tendemos lazos invisibles hacia los objetos en que pensamos, lazos que tienden a provocar atracción entre dichos objetos y producen su acercamiento o realización. Permitidme ahora que os haga el relato de algunas experien-cias y experimentos recientes, que he realizado sobre el particular, principalmente en la India e Inglaterra. Hace algunos años un grupo de ingleses entre los que figuraba yo, resolvimos hacer una investigación científica de los poderes poco conocidos de la mente, para lo cual formamos un centro y concurríamos con regularidad a los experimentos. Empezamos nuestro trabajo con la investigación sobre un asunto de los más sencillos, me refiero a la trasmisión del pensamiento de una mente a otra, con la exclusión absoluta de signos, señales y sonidos. Con este propósito aplicamos un pro-cedimiento que podría llamarse "la batería" de las mentes. Éramos unas doce personas en la reunión. A uno de los asistentes, sentado sobre una silla en el centro de la habitación, se le vendaban cuidadosamente los ojos por medio de un paño ancho y oscuro, mientras el resto de los miembros estaban ubicados a su alrededor, formando un semicírculo con un radio de diez o doce pies. Luego el que estaba sentado en el extremo del semicírculo escribía el nombre de un objeto común sobre un pedazo de papel y lo pa-saba a los demás para que lo leyeran todos. Después, de acuerdo con una señal, todos debían concentrarse sobre la idea del objeto, y desear, o mejor dicho, querer intensamente que el pensamiento respectivo entrara en la mente del miembro receptor, quien, según se ha dicho, tenía los ojos vendados. Éste mantenía su mente tranquila, no pensando en sus propios asuntos, sino observando únicamente lo que pasaba ante su plácida visión mental. En seguida descubrimos que dos de los nuestros eran singularmente aptos para recibir estos mensajes del pensamiento, mientras que otros sólo podían hacerlo con éxito mucho menor. Permitidme citar algunos ejemplos que mostrarán los distin-tos medios por los cuales nuestros pensamientos alcanzaban las mentes receptivas. En una ocasión hice circular la palabra gato. La persona que estaba recibiendo el mensaje dijo: "No veo nada, pero puedo oír alguien que llama MISI-MISI". Un poco más tarde hice circular la palabra "reloj", y el caballero que hacía de receptor pudo precisar muy bien el mensaje, pues dijo: "Puedo ver la manecillas de un reloj", A veces el pensamiento alcanzaba la mente del receptor en forma de una figura, de un dibujo, unas veces en palabras, otras veces como una mera idea sobre el tema u objeto. Estábamos muy satisfechos con el éxito de nuestras transferen-cias de pensamiento, que en poco tiempo se convirtieron en tan exactas y certeras con varios de nuestros miembros, que podíamos transmitir pensamientos de persona a persona con un ciento de regularidad, dadas ciertas combinaciones de emisores y recepto-res, lo que nos alentó a continuar después con la transmisión de ideas más difíciles. De esta manera trabajamos con un éxito perfecto, usando en serie todos los proverbios ingleses que podía-mos recordar. Por ejemplo, en una ocasión pensé en el proverbio inglés que dice: "muchos cocineros echan a perder el guiso". La persona que recibía el mensaje se mantuvo algunos instantes en actitud expectante, y dijo después: "¡Ah¡ Veo una figura, un cua-dro. Hay una pieza. Un número de hombres caminan y se entrecruzan en sus caminos derribando algunas cosas. Están vestidos con gorros y sacos blancos. ¡oh! Ya sé, son cocineros". Repitió entonces el proverbio del caso. Este fue un ejemplo típico. En nuestro grupo tuvimos dos personas especialmente aptas para recibir mensajes, una señora y un caballero, y ambas tuvieron un éxito del ciento por ciento en las pruebas a que fueron sometidas. He tenido nuevas demostraciones muchas veces, en la India, donde he residido por un período continuo de doce años y medio. En los pueblos de aquel país hay muchas personas que dominan estas fuerzas; pero muy raras veces dan su confianza al hombre blanco, quien generalmente no simpatiza con los ideales y con las normas de sencillez de la vida de estas gentes. Recuerdo una ocasión en la cual un anciano caballero hindú me dijo, hablando sobre estos asuntos: "La transmisión del pensamiento es muy sen-cilla. Fije usted su mente sobre algo: no solamente voy a leer su pensamiento, sino que hasta conseguiré que ese joven que vemos allí le diga lo que usted está pensando". Diciendo esto, indicó a un joven que estaba sentado a la distancia de unos veinte pies de nuestro grupo de oyentes. Acto continuo me figuré la cabeza y la cara de un caballero que conocía (el coronel Olcott). El an-ciano caballero me miró por unos pocos segundos, luego dirigió su mirada hacia el joven citado, y en seguida el joven me dio una descripción exactísima. Quizá el ejemplo más notable de transmisión del pensamiento que he experimentado ocurrió en una ciudad del sur de la India, en una ocasión en que dos amigos hindúes me llevaron a visitar un anciano caballero, bien conocido allí como mago. Pasé toda una mañana conversando con él sobre estos asuntos, y nuestras rela-ciones fueron muy cordiales, pues graduado en la Universidad de Madrás, hablaba perfectamente el inglés. Este caballero me mos-tró una serie de hechos interesantes relacionados con el poder del pensamiento. Así, pudo controlar el latido de su corazón y la co-rriente de su sangre (cosas nada útiles para el vulgo, pero muy interesantes para el estudiante de psicología). Me invitó a que acer-cara mi oído a su pecho descubierto y que le indicara cuándo deseaba que suspendiera los latidos de su corazón. Hice lo indicado y su corazón cesó de latir. ¡Puedo aseguraros que me apresuré a decide: "¡Hágalo marchar otra vez"! Luego procedió a demostrar el control de la sangre. Tomó un clavo de unas dos pulgadas de largo y se lo introdujo en la carne de las piernas, abriéndose así una herida. Luego me dijo: "Indique ahora cuándo quiere que la sangre fluya y cuándo quiere que cese de fluir por la herida". Le dije: "Deje circular la sangre". Acto seguido salió sangre por la herida; cuando dije: "Hágala parar", ésta dejó de fluir, y cuando repetí: "Déjela correr", volvió a salir otra vez la sangre. Finalmente, limpió la herida, restregó sus ma-nos sobre el sitio y ya no quedó ni la menor traza de la herida. Luego me dijo: "Si usted quiere, puedo hacer lo mismo con cual-quier otro cuerpo, como lo hice con el mío. Puedo regular la corriente de su sangre exactamente lo mismo. Voy a mostrárselo con su propia pierna". Debo confesar, sin embargo, que como esta proposición me tomó de sorpresa, no tuve el valor de dejarlo hacer aquel experimento, de lo cual me arrepentí luego, pues cuando regresé a aquella ciudad y traté de dar con esta persona, ya se había marchado, ignorándose su paradero. Ahora deseo hablaros de las pruebas que este señor me dio de la transmisión del pensamiento. Sacó de un cajón y de su cuarto un paquete de naipes y entregándomelo, me preguntó si las cartas estaban en orden. Examiné el juego de naipes y le contesté que me parecía que se trataba de un paquete perfecto de cartas. Luego, escribió algo sobre un pedacito de papel, lo dobló y me pidió que lo guardara en el bolsillo, cosa que hice. "Ahora", me dijo, "mezcle bien las cartas como usted quiera, y colóquelas todas boca abajo sobre el piso". Yo estaba sentado en el suelo a manera de los pueblos orientales. Mezclé las cartas y las distribuí, siempre con sus caras hacia abajo, en rededor mio sobre el suelo. "Levante ahora la carta que usted quiera", me dijo el anciano caballero, "fíjese bien en la carta que levanta y mire después lo que dice el papelito que yo le di". Extendí mi mano de manera que la elección de la carta fuese de lo más casual posible, tomé una de las cartas que levanté luego, fijándome cuál era. Después, saqué del bolsillo el papelito que me había dado el anciano y lo desdoblé. En ese papel encon-tré escrito el nombre de la carta que yo había levantado. Y eso que el anciano no había tocado para nada las cartas, con excepción del momento en que me las había entregado. Repitió este experimento dos veces más con dos amigos míos, siempre con el mismo éxito. Luego se me ocurrió que yo podría hacer un experimento, y le pedí repitiera su hazaña. Me dio un nuevo pedazo de papel. Mezclé mis cartas y las repartí como anteriormente, pero esta vez, en el momento de levantar una de las cartas, concentré mi mente sobre el caballero y silenciosamente le envié el siguiente mensaje: "Ahora, cualquiera que sea la carta que usted ya eligió, yo no la quiero". Levanté luego una carta, me fijé bien en ella, abrí luego el papelito y vi que no coincidían esta vez. Era indes-criptible la sorpresa del caballero cuando le alcancé la carta esco-gida y el papelito para que hiciera la correspondiente verificación. Evidentemente, jamás había sufrido semejante fracaso. Luego le conté lo que yo había hecho. "Bien", me dijo, "esto explica el asunto. El procedimiento es más o menos así: Yo me fijo en una carta particular y la anoto en el papel. Luego, hago la transmisión del pensamiento de aquella carta sobre su mente, sin que usted se dé cuenta. Este pensamiento opera sobre su brazo y dirige su mano al sitio exacto donde se encuentra la carta y que es conocido por su mente interna, si bien no por su conciencia externa. Si usted contrapone su voluntad a la mía, no puedo obligarlo a levan-tar la carta que yo he elegido". Luego, mis dos amigos trataron de seguir ese ejemplo, pero el anciano los obligó siempre a levan-tar la carta que él había escogido. Cuando relaté después estas experiencias a algunos amigos, opinaron que yo podía haber estado hipnotizado, de manera que creía firmemente haber visto en realidad las cosas maravillosas que relataba. Yo, por mi parte, no creo en tal hipnotización. Conversé con este caballero toda la mañana, mientras duraban los experimentos; en todo momento estuve en poder de mis faculta-des de razonamiento lógico; recordé, después, cada detalle que había pasado y luego hasta traté de experimentar con el mismo experimentador, cosa que verdaderamente tomó de sorpresa a mi huésped. Pero, si yo hubiera deseado aún más pruebas, las habría obtenido, pues me fueron suministradas más tarde, en una ocasión en que estaba a dos mil millas de distancia del domicilio del anciano, en el norte de la India. Una tarde, después de una jornada bastante pesada, estaba sentado en mi pieza, en mi propio colegio de Sind, en compañía de dos amigos, uno de los cuales era miembro del cuerpo docente, como profesor de ciencias políticas. Este caballero, un hindú, que se había graduado con distinción en la universidad de Oxford, había aprendido durante su perma-nencia en Inglaterra suertes de juegos de naipes, que requerían gran habilidad de mano, y precisamente aquella tarde estaba entre-teniéndonos con esas habilidades. Mi pensamiento estaba muy alejado en ese momento de cualquier investigación psíquica; me ocupaba más bien de los serios problemas del momento, relaciona-dos con el movimiento político, que habían entusiasmado a los estudiantes del colegio, y que, según mi opinión, iban a influir muy seriamente en el porvenir de los mismos. De repente, sin aviso previo, oí la voz de un hombre de carne y hueso, voz que parecía hablar en el centro de mi cabeza. Esa voz sólo dijo seis palabras: "Cinco de bastos, tiente esta prueba". En seguida tuve la intuición de que esto tenía relación con lo que experimenté en casa del caballero hindú, y obedeciendo la voz, escribí las palabras "cinco de bastos" en un pedacito de papel; lo doblé y pedí a mi amigo, el profesor, guardara el papelito en su bolsillo. Luego le pedí que mezclara bien sus cartas, que yo no había tocado para nada, y que las extendiera por el suelo con las caras hacia abajo, y que, hecho esto, levantara una carta y se fijase luego en lo que estaba escrito en el papel. Cuando levantó su carta resultó ser el cinco de bastos, y pueden ustedes imaginarse su sorpresa, cuando encontró esto escrito sobre el papelito que tenía en su bolsillo. No sé cómo me fue dirigida la misteriosa voz: pero sabiendo lo que sé sobre el poder del pensamiento, no consi-dero demasiado aventurada la creencia de que el anciano que se encontraba a unas dos mil millas de distancia, haya tenido cono-cimiento de nuestra ocupación, y que me sugirió mentalmente la realización del experimento, ayudándome para tener éxito. Ahora, quiero volver a mi relato de nuestro grupo en Inglaterra. Cuando nos habíamos convencido de que el pensamiento puede ser transmitido con relativa facilidad y certeza, empezamos a preguntamos: "¿Cómo se verifica esta transmisión? ¿Acaso va como una onda a través del éter, o hay transmisión de algo mate-rial, que aunque invisible para nuestros ojos no deja de tener carácter objetivo?" Los experimentos nos demostraron acabada-mente que los pensamientos tienen un efecto real sobre las cosas, que es muy distinto de su influencia sobre las mentes. Uno de los experimentos que hicimos para probar esto fue particularmente concluyente. Busqué 14 o 15 tarjetitas blancas, del tamaño de las de visita, y las preparé tomando cada tarjeta en mi mano, y tratando de impresionarla con una figura de objeto conocido y familiar a todos. En una, por ejemplo imaginé una casa, en otra un elefante, en otra una mosca, y así sucesivamente. Al hacer esto, escribí también con la letra más diminuta y fina, en una esquina de cada tarjeta, una palabra para indicar mi pensamiento y poder reconocer así otra vez la tarjeta. Luego las puse dentro de un pequeño canasto abierto, que coloqué detrás de mí y con los ojos cerrados saqué una cartulina que puse sobre una pequeña mesa. Alguien preguntaba después al receptor (quien, mientras tanto, permanecía con los ojos vendados en el centro de la pieza), qué es lo que había sobre la cartulina. Recuerdo varios de los casos. En uno de ellos, el receptor dijo: "Veo un cuadro; una gallina rodeada de sus pollitos se encuentra en un patio de chacra, escarba el suelo y les busca alimentos". Después que el receptor había di-cho eso me dirigía por mi parte a la mesa, levantaba la cartulina y encontraba escrito sobre la misma la palabra "gallina". En otro experimento fue una rata, en otro una avispa. Hemos repetido la experiencia muchas veces con éxito constante. Con esto tenemos la indicación de que el pensamiento no sólo puede ser transmitido directamente de mente a mente, sino tam-bién a objetos materiales, que el pensamiento se fija en estos obje-tos y queda allí durante algún tiempo y que puede ser visto por las personas sensitivas. Puede decirse, así, que todos los objetos son afectados por el pensamiento que la gente se forja al respecto; por ejemplo, un ladrillo de la muralla de una iglesia será diferente de un ladrillo sacado de la pared de un hospital, o de una escuela o de una cárcel, y puede reconocerse a cada uno de ellos entre otros diversos. Creo que muchas personas han experimentado ocasionalmente el hecho de esta recepción del pensamiento por medio de objetos, sin que se hayan dado cuenta de lo que pasa en su propia mente. Pero esto especialmente cuando la mente se en-cuentra quieta, cuando dormimos, y nuestro sueño es excitado por tales formas de pensamiento. Me acuerdo de una experiencia que hice en el Sur de la India, cuando me encontraba en un viaje de inspección de escuelas y colegios. Llegué una vez a cierto cole-gio de campo, donde tuve que pasar la noche, con cuyo motivo pusieron a mi disposición una pequeña casita de la vecindad. Esa noche soñé viva y prolongadamente con Sud Africa y cuando desperté de mañana, me pregunté qué podría haberme inducido a soñar de tal manera sobre Sud Africa, que es el último sitio del globo que pueda merecerme algún interés. Luego averigüé que yo había ocupado el cuarto de una maestra recientemente llegada de Sud Africa donde había vivido una larga serie de años. No re-cuerdo que haya habido alguna cosa visible dentro de la pieza, que hubiera podido sugerir tal sueño en mi mente. He oído mu-chos relatos parecidos de personas que han tenido sueños análogos en camarotes de vapores y trenes, cuartos de hotel, y en otros sitios. Sé muy bien que se necesita muy poco para soñar, y que muchas veces es suficiente dormir en sitios extraños. Pero he tenido suficiente experiencia para convencerme de que nuestros sueños extraños son muchas veces el resultado de formas de pensa-miento, más bien que sugestiones de sonidos o vistas físicas. Una vez, al viajar de Hull a Finlandia, en un pequeño vapor, una se-ñora después de la primera noche pasada en el buque, describió un sueño extremadamente lúcido que había tenido, en el cual pudo contemplar unos lagos, los más hermosos que hubiera visto y tantos y tan grandes que no podía abarcarlos con la mirada, y que estaban llenos de islas, con abundante vegetación arbórea. Yo le pregunté qué era lo que ella conocía de Finlandia. No tenía ella conocimiento alguno de que era un país de lagos hermosísimos. No había visto fotografía ni paisajes de Finlandia, como tampoco había leído al respecto guía alguna del viajero, pues no se inte-resaba por las bellezas naturales de dicho país. Le mostré un álbum con vistas de Finlandia y le enseñé fotografías de los lagos finlan-deses, ante los cuales expresó su mayor sorpresa, diciendo que eran exactamente idénticos a los lagos que ella había visto en su sueño. Esta señora confirmó su declaración, cuando más tarde contemplamos un verdadero lago de Finlandia. Estoy seguro que en el camarote de la señora no habla ningún objeto capaz de sugerir tales escenas lacustres a su mente. Sin duda alguna eran las formas de pensamientos emitidas por los ocupantes anteriores del cama-rote, las causantes del sueño de la señora. Algunos miembros de nuestro grupo de investigación alcan-zaron un perfeccionamiento tal, en el asunto que nos ocupa, que dos de los receptores pudieron hacer sus observaciones en un tiem-po mucho menor que el que los demás necesitaban para formular los mensajes. Decían: "No solo podemos ver el pensamiento cuando el remitente nos lo dirige, sino también como el pensamiento se concreta primero en la mente del mismo emisor, identificándolo ya allí entre un sinnúmero de pensamientos de otra clase, que rodean la vecindad de la mente transmisora. La forma del pensa-miento experimenta un crecimiento y se torna más clara y defi-nida, y luego destacándose se dirige hacia el receptor. Podemos identificar a cualquiera de ustedes por las condiciones de su mente, por sus pensamientos habituales y por los colores y formas con que ellos se visten, y, muy especialmente, por la más grande de las formas de pensamiento que les rodea, los pensamientos que cada cual tiene respecto a su propia persona. Se nos ocurrió otro punto que se presentaba a la experimen-tación. ¿Puede acaso la mente por si misma, como instrumento y receptor de nuestro pensamiento, ser vista e identificada, cuando el cuerpo del observador está privado de la vista física, por una venda que cierre sus ojos? Para esto hicimos el siguiente experi-mento. Colocamos una cantidad de sillas esparcidas por toda la habitación, la que tenía piso de madera, e hicimos, que nuestro receptor se sentara, como de costumbre, en medio de ella. Nosotros circulábamos por la pieza haciendo mucho ruido y luego nos sen-tábamos de improviso. El receptor tenía que identificarnos luego, cosa que efectuó con una seguridad perfecta. Después nos levan-tamos y cambiamos nuestros sitios y fuimos también identificados en tal forma, que no podíamos dudar del éxito del experimento, ya que tuvimos un ciento por ciento del éxito en las pruebas. Cuando le preguntamos al identificador de qué manera nos veía, y si era lo mismo que si recibiera de nosotros mensajes mentales, nos contestó sin vacilación alguna: "No, es muy diferente. Sé per-fectamente cuando me mandan un mensaje mental y sé cuando soy yo el que veo. Ahora en este momento los veo a ustedes, o mejor dicho, a las mentes de ustedes". Las mismas personas y también otras que yo he conocido, tanto en Europa como en Asia, podrían declarar que ellas pueden ver esta mente no sólo dentro del cuerpo, sino también separada del cuerpo y alejándose del mismo en ciertas ocasiones, como por ejemplo, cuando una per-sona está melancólica, cuando está hipnotizada o cuando está bajo la acción de un anestésico, cuando duerme y cuando muere. En relación a esto último, se ha repetido numerosas veces la clara afirmación de la existencia de los que comúnmente llamamos muer-tos, con todos sus caracteres y cualidades adquiridos en la tierra, en este mundo mental del cual sólo estamos separados por una valla de ignorancia causada por los sentidos. Sobre esto he tenido también corroboración y evidencia en la India. Me acuerdo de una ocasión en la cual acompañé a un amigo hindú para visitar a un anciano que no obstante ser ciego, era todo un sabio. Llegamos a su domicilio para enterarnos que algu-nos días antes se había mudado a otra localidad. Durante tres días fuimos de un pueblo a otro en su búsqueda y viajando por toda clase de caminos y en toda suerte de vehículos, en tren, en coche y hasta a pie, cruzando bosques y ríos. Finalmente lo encontramos una mañana, durmiendo en una pequeña casa de la calle principal de un pueblo grande. Nos sentamos, allí, cuando de pronto el ciego se despertó y se levantó, nos llamó por nuestros nombres, y nos contó que nos había esperado especialmente en esa aldea la última noche para vernos. Y nos hizo toda la descripción del viaje que habíamos hecho para dar con él, manifestando habernos visto cuando estábamos viajando en tren y también en coche. Nos probó que era un hombre de vastos conocimientos, y que a pesar de estar físicamente ciego, se daba perfectamente cuenta de los de-más mundos que lo rodeaban, mundos en los cuales, a su vez, la mayoría de las personas están completamente ciegas. No es posible que yo siga indefinidamente con el relato de estas experiencias. Termino la conferencia de esta noche con la aseveración que en este mundo hay muchas personas que han quedado convencidas, por la experiencia, de que el pensamiento tiene relación estrecha con las cosas, y de que hay un gran poder dentro de nosotros, de cuya existencia la humanidad, en general, está aún muy poco enterada en su estado actual de progreso evo-lutivo. En nuestra vida material sólo nos separa nuestra manera de pensar, que en cada uno puede ser diferente; pero de todos modos, el pensamiento de cada cual influye constantemente sobre el del vecino, tanto para el bien como para el mal. Es muy pro-bable que el noventa por ciento de los pensamientos de la mayoría de las gentes no sean exclusivamente sus propios pensamientos, sino más bien tomados del mar de pensamientos ajenos que nos rodea constantemente. En cambio, cabe ciertamente dentro de lo posible, desarrollar nuestro propio deber de pensamiento con el objeto de convertirnos en centro de gran beneficio, aunque para ello no pronunciemos ni una sola palabra.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 11, 2009 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Perfeccionamiento de si mismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora