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-¿Por qué fumas tan condenamente rápido?

Me miró y sonrió de oreja a oreja: una sonrisa tan ancha en su cara estrecha podría haberse visto tonta a no ser por el elegante verde, sin reproches, de sus ojos. Sonrió con todo el deleite propio de un niño en la mañana de Navidad y dijo:

-Todos ustedes fuman para gozarlo. Yo fumo para morir.

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