Quizá el mayor peligro para mí sea sentirte acorralada.
Cuando caigan mil inviernos más, podremos olvidarnos de ello. Pero, mientras tanto, sigo enganchado a tu manera de pensar.
Irradias capacidad para iluminar la más oscura cueva. Por fuera. Por dentro eres sal, pimienta. Una mezcla explosiva de especias. Y dieciocho mil motivos para sumergirme en tu mar en pleno Agosto.
Agonizando por la espera. Y, mientras, escondido porque esto ya no es el patio del colegio. Ni nosotros críos. Ni tú eres río, ni yo nada en lo que vengas a desembocar.
Aunque sigamos anclados a miradas que no están destinadas a cruzarse. Y a noches de escoger el camino más largo en vez de atajar. Aunque pensemos que nunca es tarde para descubrir algo más. Y a pesar de las chispas que salen. Cuando yo digo. Y tu respiras. Y ambos negamos. Y tu te quedas en tu casa. Y yo me voy a la mía.
Y, paradójicamente, me siento entero. Porque sé que ni con esos mil inviernos. Ni con fuego. Ni con mar. La razón se arrastraría para juntarnos. Porque somos pura asimetría existencial y ninguno de nosotros echaría la puerta abajo. Me siento entero, porque no sé. Y eso, a tu lado, se me da de miedo.