Entre las sombras del bosque

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-Niños, acercaos. -Dijo aquella anciana- Os contaré una historia.
Todos nos sentamos a su alrededor para escuchar uno de tantos cuentos
que solía contarnos aquella mujer.
-¿Qué vas a contarnos hoy? -Preguntó inquieta Irana, una chica rubia y
alta que solía sentarse con los más mayores.- ¿Algún cuento sobre
caballeros y doncellas? O tal vez sobre dragones y prisioneros, ¡oh,
me encantan sus historias!.
La anciana sonrió levemente.
-Hoy os contaré la historia de Tina, una muchacha campesina de época
medieval que vivía en una pequeña aldea del Reino de los Siete
Lobos...

"Eran finales del Siglo XVII. La crisis económica casi había
terminado y las aldeas volvían poco a poco a recuperarse. Aunque eran
muy pocos los residentes, se repartían entre todos las tareas en el
campo y se ayudaban mutuamente.
Pasaron dos años hasta que aquella pequeña aldea en la que vivía Tina
estuvo totalmente recuperada y volvió a ser lo que era. Tina acababa
de cumplir veinte años. Sus padres murieron durante la peste negra y
ella fue adoptada por Doria, la prima de su madre. Doria era viuda y
tenía tres niños pequeños de los cuales Tina se ocupaba todo el día
mientras ella trabajaba para darles de comer.
Cuando los padres de la muchacha murieron, ella tenía cinco años y ni
siquiera conocía su nombre. Salió corriendo a la aldea vecina a buscar
a alguien conocido, entonces Doria la recogió de la calle y le puso
por nombre Tina. A pesar de su humildad, le enseñó a leer..."

-¿Cómo era Tina, señora? -Interrumpí de pronto- ¿Era guapa?
-Era la jovencita más preciosa de la aldea. Su cabello castaño
brillaba bajo el sol cuando salía a arar los campos y sus largos pero
sencillos vestidos adornaban su alta figura delgada.
Yo intentaba imaginarme mentalmente a Tina. Sin duda sería una
muchacha preciosa.
La anciana continuó con su historia.

"Una vez, Tina salió a visitar la feria cuando oyó el suave eco de
unos cascabeles que sonaban en el río. La curiosidad pudo con ella y
la empujó a buscar al causante de aquel sonido.
Cerca de la orilla del río encontró a un hombrecillo con cara de
preocupación vestido con unos ropajes azules y adornos dorados que
andaba dando pequeños saltitos por la hierba y de vez en cuando se
agachaba para mirar algo dentro del río. Sin duda, el sonido lo
producía él. La chica estaba observándolo detrás de un árbol.
Aquel hombre parecía el bufón de algún rey.
Tina estaba segura de que no era el bufón de su monarca, pues él
siempre vestía de verde y nunca salía de palacio.
¿Pero qué buscaría ese señor en el río?
Entonces, salió decidida de su escondrijo para echarle una mano en
aquello que estuviera haciendo.
-¡Hola! ¿quién es usted?- Preguntó curiosamente.
El hombrecillo se giró y pegó un salto cuando la descubrió.
-¡Qué tragedia, qué tragedia! -exclamaba él- ¡Mi señor me mandará a la
horca si vuelvo a llegar tarde!
Estaba muy nervioso y seguía mirando al suelo.
-¿Puedo ayudarle? -preguntó- Parece que usted está buscando algo que
ha extraviado.
-¡No, no! ¡no necesito su ayuda, joven damisela! Vuelva a sus
quehaceres y disculpe si le molesté.
-seguía dando saltitos- ¡Santo Cielo!, ¿pero dónde estará?
Tina hizo caso omiso a sus palabras y comenzó a buscar, sin saber muy
bien qué, algún objeto que le llamara la atención por el suelo. Se
acercó al río, apartó los juncos y vio algo brillar en el fondo del
agua. Se agachó, metió la mano en el agua helada y sacó una llave
dorada atada a un cordel azulado que brillaba tanto como el sol.
Pensó que podía ser aquello lo que el bufón estaba buscando y corrió a
donde le vio la última vez.
Ella lo encontró sentado en el tocón de un árbol suspirando
profundamente. Los cascabeles de su sombreron creaban una suave
melodía balanceados por el viento.
-¡Señor bufón! ¡Mire! ¿Estaba buscando esto?
Levantó la cabeza y su vista se posó directamente en la llave que
sostenía la muchacha en sus bonitas y delicadas pero callosas manos.
Se levantó de un salto y corrió hacia ella.
-¡La llave! ¡Es la llave! ¡Oh, por Dios!¡Estoy salvado!
Le arrebató la reluciente llave de su delgada y pálida mano y salió corriendo.
-¡Gracias, señorita! ¡mil gracias!
-¡Eh, espere! ¿De dónde viene?
Pero seguía corriendo y no volvió la vista atrás.
Así que Tina decidió correr tras él.
Él bufón se adentraba cada vez más hacia el bosque, pero ella seguía
su paso de igual forma. Los vestidos le impedían correr demasiado
rápido y el pelo se le enganchaba en las ramas de los árboles, pero
aún así ella no dejó de correr.
De pronto, el bosque comenzó a hacerse cada vez más oscuro y se le
hacía más difícil distinguir al pequeño hombrecillo entre los árboles.
Tina se sentía cansada. Las piernas le dolían y era muy difícil seguir
el ritmo. Pero ella no redujo el paso y continuó tras él. Quería saber
a qué reino pertenecía aquel despistado bufón.
Segundos después, los árboles se acabaron y un claro lleno de flores
se extendía antes sus ojos.
-¿Dónde estoy?- Se preguntó.
Miró a su alrededor buscando al bufón pero no lo visualizó por ninguna parte.
-¡Me he perdido! -se lamentaba.
Se permitió un instante para volver a recuperar la respiración de
tanto correr y luego se sentó en el suelo.
Miró hacia todos lados, intentando recordar el camino por el que llegó
allí, pero fue en vano.
¿Y ahora cómo volvería a casa?"

-¡Pobre Tina! -Exclamó de pronto Reil, el más pequeño de todos nosotros.
-¡No interrumpas! -Dije yo, algo mosqueada.
La anciana continuó su relato.

"Sí, pobre Tina. Pero, al fin y al cabo, ella sola se perdió por ir
tras el bufón. Ahora estaba en algún lugar del gran bosque del que
tardaría mucho en salir.
El cansancio pudo con la muchacha y se durmió profundamente entre la
hierba húmeda.
Mucho después, sintió un escalofrío en su cuerpo que la despertó
bruscamente. El sol ya brillaba en lo alto del cielo; tenía que
encontrar el camino de vuelta.
Pero algo le llamó la atención a Tina entre las copas de los árboles.
Era humo.
Una columna de humo se alzaba en algún lugar del bosque. Quizás sí que
estuviera cerca de casa.
Se adentró entre los arboles directamente hacia donde procedía el humo.
Se deshizo de algunas de sus prendas, sin duda podría caminar más
rápido sin ellas.
Cuando llegó al lugar de donde procedía el humo, se detuvo en seco. No
era su aldea, era una pequeña cabaña en medio del bosque.
Se sintió fracasada de nuevo y decidió preguntar al dueño de la cabaña
el camino correcto al Reino de los Siete Lobos.
Avanzó hacia la puerta y llamó dos veces. Al rato después, tras ella
apareció un niño de unos ocho años que la miraba con cara de sorpresa.
-Hola, pequeño. -Saludó ella- ¿Podrías ayudarme en algo?
El chico dudó un momento antes de contestar.
-¿Quién eres?
-Me llamo Tina, y me he perdido. Necesito que me indiques el camino de vuelta.
El chico abrió un poco más la puerta y frunció el ceño.
-¿De vuelta a donde?
-Al Reino de los Siete Lobos. Verás, es que estaba ayudando a....
-Ah, no- Interrumpió el chico a Tina- No sé que reino es ese. No puedo
ayudarle, muchacha. Vaya con Dios.
Y de inmediato cerró la puerta.
Tina no sabía que más hacer. Aunque pensó que si aquella pequeña
cabaña estaba allí, el reino no debería de estar muy lejos. Es
imposible que estuviera tan alejada, así que decidió andar en
dirección recta a partir de allí hacia el Norte. Algo encontraría,
aunque no fuese su aldea.
Así que Tina caminó y caminó durante casi dos días hasta que el bosque
empezó a abrirse y dio paso a un valle.
Y en el centro del valle, un grandísimo reino."

-¿Era su reino? -Preguntó de pronto Melse, mi mejor amiga.
-No, era el reino de Norment- Contestó la anciana- Tina nunca había
oído hablar de él.
-¿Y quienes reinaban allí? -Volvió la preguntar mi amiga.
La anciana sonrió.
-Ya lo descubrirás.
Y continuó narrando.

"Cuando Tina subió a lo alto de una colina para poder ver más allá de
las primeras casas que componían el reino, se quedó sin respiración.
Era el más grande que jamás había visto. La gran muralla que lo
rodeaba se alzaba imponente ante sus ojos. Sin duda decidió buscar
ayuda en aquel lugar.
Rodeó la gran muralla gris en busca del portón hasta que lo visualizó.
Dos soldados vestidos con extraños uniformes azules y naranjas lo
vigilaban firmemente. Ella se acercó, segura de si misma.
-Disculpen, caballeros, ¿podría entrar a pedir ayuda? -Preguntó.
Los guardias se giraron hacia ella. Uno de ellos comenzó a gritar:
'¡Ha vuelto! ¡La reina ha regresado!" y el otro se arrodilló ante
Tina.
-Mi señora, ha vuelto al hogar. Bienvenida sea de nuevo, majestad.
Tina no comprendía bien la situación pero aún así no dijo nada. Los
caballeros parecían bastante alarmados y abrieron el portón de
inmediato.
Ella cruzó la gran puerta escoltada por los dos caballeros.
-El rey os esperaba ansiadamente, señora. Gracias a Dios que sigue con vida.
-Creo que ha habido un error -intentaba aclarar Tina- No soy reina
vuestra, no soy reina de ningún lugar, ni siquiera de mi hogar.
Los caballeros parecieron ignorar sus palabras y continuaron caminando
en dirección al castillo.
Todo estaba solitario. Las calles estaban vacías; no había niños
jugando, ni señoras caminando. Ningún olor delicioso salía de las
cocinas ni de las panaderías. Parecía que aquel reino estaba
deshabitado.
De lejos se podía distinguir el castillo. Sus paredes no eran de
piedra gris, como los castillos habituales, su fachada estaba llena de
colores. Colores que brillaban bajo la cálida luz del sol y que hacían
que fuera sacado de cuento de hadas.
A Tina le gustó mucho aquel castillo, jamás vio algo tan bonito.
Caminaron durante largo rato sobre aquel sendero que conducía hacia la
gran puerta del imponente hogar del rey. Tina se sentía cansada,
hambrienta y estaba muerta de frío. Con suerte podría conseguir algo
de pan y un trozo de manta antes de partir hacia su aldea.
Cuando llegaron, las puertas del gigantesco castillo se abrieron
provocando un ruido sordo y ante sus ojos se extendió una gran
alfombra de color azul.
Tina observaba con curiosidad. Todo estaba salpicado de colores:
largas cortinas de verde escarlata, tapices gigantes de color naranja
e incluso candelabros tintados de rojo.
Aquel lugar rebosaba de color.
Subieron enormes escaleras de piedra que se dirigían hacia la parte
más alta del castillo. Todo estaba silencioso, no se oía ni el menor
ruido.
Otra enorme puerta se extendía ante los ojos de Tina. Se preguntaba si
detrás de aquella puerta podría encontrar por fin al rey de aquel
reino y que le indicara el camino de vuelta a su casa.
De pronto, empezó a oírse el sonido suave de unos cascabeles y de
detrás de una gran cortina salió el bufón que encontró en el río.
-¡El bufón! -bramó ella.
-¡Niña!-el hombrecillo dio un respingo- ¿Qué haces aquí?
-Me perdí intentando seguirte. -A Tina le costó reconocerlo, pero era la verdad.
-¡Márchate de inmediato!
El bufón intentó acercarse a Tina pero uno de los guardias le cortó el
paso de manera violenta.
-Bufón, ¿cómo te atreves a hablar de esa forma a tu reina?
-¿Mi reina? No pensaréis que... oh, vaya, por el amor de Dios.
Tina seguía sin comprender la reacción del guardia.
-Bufón, ¿por qué me toman por su reina?
-Mi señora, -intervino el segundo guardia antes de dejar que el bufón
contestara- no haga caso de lo que hable este viejo, está medio loco.
Tina miró al bufón. A ella no le parecía un loco.
-El rey no debería verla.- comentó el hombrecillo, sacudiendo
suavemente los cascabeles de su sombrero- Por favor, caballeros.
Llevaosla antes de que sea tarde.
Pero los guardias ignoraron las palabras del bufón y llamaron a la
gran puerta. Ésta se abrió tras un estruendo. Era la sala del trono.
Los tres avanzaron hacia delante y el despistado bufón entró tras
ellos. Las paredes de la gran sala estaban inundadas de cuadros de
antiguos reyes, nobles y monjes. Todos los que protagonizaban aquellas
pinturas tenían una forma de vestir muy peculiar.
La alfombra azul acababa a los pies de dos grandes tronos, uno de
ellos lo ocupaba el que Tina debió suponer que era el rey y el otro
estaba vacío, pero la muchacha visualizó una corona colocada encima
del delicado cojín.
El hombre que ocupaba el primer trono estaba recostado, de brazos
cruzados y parecía estar dormido.
Uno de los guardias carraspeó para aclararse la voz y gritó en voz alta:
-¡Mi rey!
El rey se retorció en su asiento pero no se molestó en prestar atención.
-Necesito su ayuda, señor. -Intervino Tina.
En cuanto el rey escuchó la dulce voz de la muchacha, abrió los ojos y
al verla se levantó de golpe.
-¡Tiana! ¡Oh, mi amada Tiana! ¡Al fin regresaste!
-Me llamo Tina, señor, no Tiana. Me confunde con otra mujer.
Pero el rey ni siquiera pareció escuchar las palabras de Tina. Corrió
hacia ella, se arrodilló a sus pies y le besó la mano.
-No imagináis cuanto tiempo he estado esperándola, siempre supe que no
estabais muerta.
-Le repito que no soy Tiana, majestad. Nunca antes nos hemos visto.
El rey la miraba con ojos dudosos, no comprendía la reacción de Tina.
-Lo siento, señor. -dijo Tina- No soy la reina a la que espera.
El rey se levantó del suelo y la miró con un toque de decepción en sus ojos.
El bufón intervino en la sala.
-Mi majestad, la chica tiene razón. No es más que una campesina perdida.
-¿Es cierto eso, muchacha?
-Necesito que me indiquéis el camino de vuelta a mi reino, por favor- Dijo ella.
El rey la miró por un segundo.
-¿De qué reino vienes?
-De los Siete Lobos, majestad.
-Jamás he oído hablar de reino con semejante nombre.
Tina no daba crédito a la situación, ¿es que nadie podía ayudarla?
-Majestad. -Irrumpió el bufón- Con su permiso me retiraré junto a la
muchacha. Yo procuraré que llegue a su reino.
El rey accedió y el bufón y Tina salieron del gran salón.
-¿Pero qué ocurre aquí? -Empezó a gritar Tina después de que la gran
puerta se cerrara- ¡Solo quiero volver a casa!
El bufón caminaba a paso ligero, sin volver la vista hacia ella. Tina
seguía sus pasos, sin saber a donde se dirigían.
De pronto el hombrecillo se detuvo.
-Así empezó la historia del rey Nevián. -Comenzó a narrar, sin volver
la vista hacia ella- Así empezó la historia de este rey y sus locuras.
Todo comenzó justo después de la última Fiesta de la Cascada.
-¿Fiesta de la Cascada? -Preguntó Tina curiosamente.
-La Fiesta de la Cascada, sí. Cada año, a la entrada de la primavera,
la gente del pueblo visita la Gran Cascada donde se dice que habita El
Señor del Bosque que protege el Reino de Norment.
-¿Alguna vez habéis visto a tal Señor?
-Nunca en mi vida, pero son creencias populares.
-¿Y qué ocurrió entonces?
-Emprendimos el viaje hacia el lago donde su agua y el agua de la Gran
Cascada se unían. Un lugar precioso, a los pies de las montañas.
Bailamos, cantamos, bebimos y jugamos. Todo parecía normal, como cada
año, pero de pronto se levantó un fuerte viento y el agua de la
cascada dejó de caer. Los árboles se agitaban furiosamente y las
flores salieron volando arrancadas bruscamente de sus delgados tallos.
Yo no veía con claridad, el polvo de la tierra en el aire me impedía
abrir los ojos. Por suerte, conseguí refugio tras una pequeña colina.
Y recuerdo que al abandonar mi escondrijo ya no vi a nadie más,
excepto al rey y a los dos guardias.
-Eso es terrible. -Dijo Tina. Ahora comprendía por qué aquel reino
estaba deshabitado; todos los nobles y campesinos desaparecieron con
el mal temporal- Pero, ¿qué tiene que ver esta triste historia con el
rey?
-El rey, ¡ah, el rey Nevián! Pobre desafortunado. Él asegura que
durante la tormenta se encontró con el Señor del Bosque. Nos contó que
era un pobre anciano encerrado en una cueva tras la cascada. Nos dijo
que el Señor del Bosque provocó la tormenta para atrapar a la gente
del pueblo.
-¿Por qué hizo eso?
-Lo ignoro, muchacha, pero sé que el Señor del Bosque solo liberaría a
los ciudadanos del Reino de Norment si el rey le entregaba a su
esposa, la reina Tiana.
Tina hacía un esfuerzo por intentar comprender la situación.
-Pero, -intervino ella- ¿por qué el rey Nevián dice que yo soy Tiana?
El bufón no contestó. En lugar de eso, comenzó a andar por el largo
pasillo, palpando la rugosa pared adornada por enormes cuadros. Se
detuvo de pronto, a los pies de un retrato.
-Porque -hizo una pausa y sonrió con amargura- te pareces mucho a ella.
Le hizo a Tina una señal para que mirara el retrato y en efecto, la
mujer del cuadro era igual que Tina. El largo cabello recogido, la
pálida piel, la leve sonrisa.
Parecían gemelas.
Tina estuvo un largo rato mirando la pintura. Realmente cualquiera
hubiera podido confundirla con la reina Tiana.
-¿Dónde está ella ahora?
El bufón volvió a su cara triste de antes. Parecía que cada palabra
que Tina decía le hacía daño en el corazón.
-Ella ya no está. Se sacrificó por su pueblo. Se entregó al Señor del
Bosque para salvarlos a todos, pero él la engañó. Nos engañó a todos.
El rey y yo intentamos volver a la Gran Cascada, pero una tormenta
volvió a cortarnos el paso y no pudimos acercarnos ni a la orilla del
lago.
-¿Hace mucho que desapareció?
-No mucho, solo unos cuatro cientos años.
Tina se giró de pronto hacia el bufón.
-¿Y tú estabas allí?
-Por supuesto.
-Eso es imposible.
-No lo es.
-Por supuesto que sí. Me estás tomando el pelo. Cuatrocientos años,
¿qué clase de persona vive cuatrocientos años? Los seres extraños, tal
vez, pero ni siquiera existen.
-¿Y un bufón no te parece un ser extraño?
Tina no comprendía las palabras del bufón.
De pronto, se percató de algo sobrecogedor.
Miró fijamente las orejas del hombrecillo, tenían algo fuera de lo
común. Eran puntiagudas.
-Tus orejas -dijo ella- son extrañas.
-¿Extrañas?
Al bufón parecía divertirle la situación.
De pronto, a Tina se le vino algo a la mente.
-¿Eres un elfo? -empezó a asustarse- Pero, ¡es imposible! ¡Los elfos no existen!
El bufón se quitó el sombrero de cascabeles y dejó al descubierto su
pelo verdoso y sus orejas puntiagudas.
-¡Eres un bufón-elfo! -Gritó Tina.
-O un elfo-bufón -Intervino el hombrecillo.
Tina no daba crédito a la situación. Estaba asustada por completo.
-Quiero volver a casa.
-Te acompañaría gustoso, pero no sé de donde vienes, chiquilla.
-Ya os dije que pertenezco al reino de los Siete Lobos.
-Y yo ya te dije que jamás he oído hablar de tal reino.
-¿Cómo que no? ¡Pero si te vi en la orilla del río! ¿No recuerdas?
Estabas buscando una llave.
-No sé de que hablas, muchacha.
-¡Yo te seguí hasta aquí! Iba de camino a la feria y te encontré en el
río que pasa por mi aldea. Te ayudé a buscar una llave y cuando te la
devolví saliste corriendo hacia el bosque. Yo seguí tus pasos y ahora
estoy aquí.
-No deberías de ser tan curiosa la próxima vez. Aunque no sé de que
río ni de que llave estás hablando.
Tina se dio por vencida con un largo y ruidoso suspiro.
-Deberías descansar -dijo el bufón, que no parecía alterarse por nada.
-No quiero descansar. Quiero volver.
-No puedes, estás muy lejos de tu casa. Tardarás días, meses... ¡qué
digo! tardarás años, siglos, milenios en volver a tu reino.
Tina empezó a entrar en pánico.
-¡No te creo! ¡Nunca hay que creer lo que dice un bufón!
El bufón clavó la mirada en un punto fijo y estuvo pensando durante
varios minutos.
-Te contaré una historia:-dijo de pronto.
'Érase que se era, cuando las flores cantaban, los árboles bailaban
con la música de la suave brisa y el bosque era un lugar tranquilo,
una chica curiosa, que jamás había salido de los límites de su aldea,
se aventuró en el mencionado bosque. El Bosque Imaginario, así lo
llamaban. Lo recuerdo como si yo mismo lo bautizase con ese nombre.
Esta chica, de nombre que ni recuerdo ni quisiera recordar, hizo
enfadar al bosque. Lo enfureció, le hizo llorar. ¿La razón? Su
hermosura. Las flores no soportaban que la muchacha fuera más hermosa
que ellas. Las hojas de los árboles le susurraban a la chica que se
marchase de aquel lugar, pero ella amaba cada uno de los rincones de
aquel bosque e ignoraba que las plantas estaban incómodas con su
presencia.
No hizo caso a los mensajes del bosque, y éste se enfureció. Atrapó a
la joven muchacha y la encerró en un profundo y eterno sueño. Cuando
consiguió despertar, se había convertido en una flor. Y viviría en el
bosque para siempre...'
El bufón acabó su historia con un ligero meneo de cascabeles.
-Es solo un cuento. -Dijo Tina, sin saber por qué razón el extraño
elfo le contaba aquella historia.
-¿Acaso los bufones sabemos hacer otra cosa que contar historias y hacer reír?
Tina se daba totalmente por vencida.
-Tienes razón, -dijo- necesito descansar.
El bufón sonrió y la acompañó hasta una enorme y colorida habitación.
Tina realmente se sentía agotada, así que se durmió plácidamente en la
enorme cama en cuanto el bufón cerró la puerta.
Y estaba tan cansada que se durmió al segundo.
'Fuera de aquí, hermosa muchacha' Escuchó de pronto.
Tina sabía que estaba soñando, pero por alguna razón extraña no
conseguía despertarse.
'¿No ves que eres preciosa, como yo? ¡fuera de aquí!'
-¿Quién es? -Preguntaba Tina, estaba muy asustada.
'¡Fuera! ¡fuera! ¡fuera de aquí!'
-¿Fuera de dónde? ¡yo solo quiero volver a casa!
Tina sentía que estaba a punto de llorar.
'¡Sal del bosque, muchacha! ¡No lo hagas enfadar como hice yo! Aún
estás a tiempo de salvarte'
'Fuera, fuera...'
De pronto, Tina consiguió despertarse de su horrible pesadilla.
No estaba en la habitación del castillo del rey Nevián. Estaba en su
cama, en su incómoda y pequeña cama de paja.
La luz se colaba por las ventanas de la humilde casa en la que vivía con Doria.
-¿Bufón? -Gritó Tina.
Pero nadie contestó.
-¡Guardias! ¡Rey Nevián!, ¿hay alguien? -volvió a preguntar.
Y de nuevo nada se oyó.
Se levantó de un salto de la cama y miró por el ventanuco que había
sobre su cabeza.
En efecto, estaba en su aldea.
De pronto, se oyeron unos cascabeles. Los cascabeles que la muchacha
ya reconocía perfectamente.
-¡El bufón! -Gritó.
Miró a su alrededor, intentando visualizarle, pero no vio nada excepto
aldeanos trabajando que la miraban con una mirada curiosa.
'Estoy segura de que no lo he soñado', pensaba. 'Estoy totalmente segura'.
Dejó de mirar por la pequeña ventana y se sentó en los pies de su
pobre cama. Estuvo un rato con la mirada perdida, hasta que algo que
brillaba en el suelo le llamó la atención.
Era una pequeña florecilla rosa que relucía como si fuera de cristal.
Tina la recogió del suelo y la colocó en la palma de su mano.
Las palabras del cuento del bufón resonaron de pronto en su cabeza: 'Y
Era tan bonita que las flores del Bosque Imaginario le tenían envidia'
-Os envidio yo a vosotras las flores, que sois las favoritas del
Bosque. -Susurró la muchacha."

-¿Ya acabó? -Pregunté.
-Sí, Tiana. Es hora de dormir.
Se oyeron varios murmullos de decepción entre los chavales.
-¿Volverás a contarnos otra historia sobre Tina? -Preguntó Melse.
La anciana sonrió.
-Por supuesto.
Me levanté del suelo con pocas ganas de ir a dormir. Me gustó mucho la
historia que nos contó la mujer, y la frase 'tan bonita que las flores
le tenían envidia' resonaba sin control en mi mente.
Tina, la flor más bonita del Bosque Imaginario.

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